Félix Carvajal, los andares del Andarín

A los 70 años decidió despedirse del pueblo que lo había ayudado varias veces. Agonizaba 1940. El estadio del Cerro —hoy Latinoamericano— fue el escenario escogido para dar un adiós sui generis. El público se asombró al ver a aquel negrito viejo escenificar una corta pero simbólica carrera. Tras escuchar las palmas batientes, afirmó: “Esto es para demostrar que todavía corro”.

Sin lugar a dudas, fueron muchos los andares —quise decir peripecias— que tuvo que hacer a lo largo de su existencia este cubano negro y pobre de cañón para salir adelante en su afán de ser deportista en los tiempos en que los desgobiernos de turno no apoyaban ni de palabra a los atletas, menos aún si este —o estos— eran de piel oscura.

¿Sus nombres y apellidos? Félix de la Caridad Carvajal Soto (1875-1949), quien poco tiempo después fuera —hasta después de su muerte solo, enfermo y pobre— el famoso Andarín Carvajal. La barriada habanera de Colón escuchó sus primeros llantos y luego asentó su vida en San Antonio de los Baños. Allí, tal vez premonitoriamente, intensifica el pasatiempo de la niñez: correr, correr y correr.

Les cuento a mis lectores que el negrito de marras confrontaba su habilidad con vehículos de tiro con caballos y también el de trepar a paso largo pequeñas lomitas. Dicen que les pasaba por el lado, sonriente, a quienes pensaban vencerlo cuando salían de improvisadas metas. El primer celofán roto fue contra un gallego del pueblo. Había que ver cuál de los dos le daba más vueltas al parque local. A la cuarta el “gaito” hizo mutis por el foro. Nuestro Andarín permaneció ¡dos horas! Porque nadie contó las vueltas que Carvajal dio al parque.

De un pequeño esbozo biográfico extraigo esta curiosidad. Casi al fenecer la Guerra del 95, como muchos otros cubanos, este se fue para el monte. Por supuesto, era el mensajero. Para él, caminar o correr cada día unos 50 kilómetros, su habilidad, lo convirtió en un excelente soldado. Pero su audacia lo marcó ante el enemigo y tuvo que poner a buen recaudo su negrito pellejo; fue a parar a Tampa, territorio de los EE.UU. Terminada esa confrontación bélica, retornó a La Habana y se desempeñó como cartero, repartidor de mandados, también fue barbero y portero.

Por esos días, el jefe del periódico que existía en San Antonio de los Baños, nombrado Juan M. Castañón, publicó en El Rápido algo que no gustó ni pizca a nuestro atleta. En la nota acusaba de zángano al Andarín y afirmaba que “estaba bueno no para correr las calles del pueblo, sino para barrerlas”; nuestro héroe, sin pensarlo siquiera, al otro día, veloz como un rayo devoró prácticamente los 35 kilómetros que separaban al pueblo de La Habana, armado de una fusta, se hizo presente en la redacción y le propinó una sarta de fustazos, tantos que el ofensor se desmayó.

La participación del corredor en la Maratón de la III Olimpiada de la era moderna, con sede en Saint Louis (EE.UU.), estuvo matizado de altibajos. Pobre como era, no tenía dinero para pagar el pasaje. Al final lo logró mediante la recogida de dinero que el pueblo apoyó, lo que no hacía ningún gobierno por los atletas.

Publicaciones de la época catalogan esa cita olímpica como “tristemente célebre por la discriminación racial y el apartheid”. Para “maquillarla”, la promovieron como Jornadas Antropológicas celebradas los días 12 y 13 de agosto de 1904, mostraron a los espectadores a algunos atletas de “las razas inferiores” que compitieron en eventos paralelos, donde no se premió ni siquiera el esfuerzo, no hubo registros oficiales ni medallas. Los competidores fueron indios, negros, filipinos, sirios, turcos, judíos y otros considerados gente inferior.

Catalogado vox populi como “momento repugnante del olimpismo moderno”, motivó la no asistencia del Barón de Coubertin, impulsor de los Juegos, quien hizo presente su desacuerdo con presenciar “semejante bochorno”.

Así, Carvajal llegó, quedó deslumbrado por la ciudad, gastó en cosas fútiles lo poco que tenía. Corriendo y parando autos llegó a Saint Louis. Sin uniforme —cortó a la altura de las rodillas los pantalones que llevaba puestos—, comenzó la carrera; el Andarín adelantaba a sus contrarios, pero tenía el estómago vacío y a la vera de la pista cogió unas manzanas ¡verdes! y siguió corriendo. Llegaron los vómitos y las diarreas y el triunfo se le fue de las manos; mejor dicho, de los pies. Fue cuarto.

Félix Carvajal continuó su vocación de atleta y practicante del deporte. Obtuvo medalla de bronce el 6 de mayo de 1905 en el Primer Maratón del Club Atlético de Missouri. Quiso participar en los Juegos Panhelénicos y pudo ir gracias a las colectas hechas entre el pueblo. Fue a Grecia, pero el maratón ya se había realizado. Causa: corrimiento en la fecha. Para no agotar a los amigos internautas, les digo que el famoso —porque sí lo fue— Andarín Carvajal cosechó en sus andanzas deportivas unos 57 galardones, los que sí quedaron registrados en la edición del 10 de junio de 1916 en la publicación El Heraldo de Cuba.

Disfrute estas noticias: con 53 almanaques vencidos le dio ¡1475! vueltas seguidas a la habanera Manzana de Gómez y dos años más tarde cubrió en carrera de ida y regreso nada más y nada menos que los 1100 kilómetros por carretera entre Guane, en Pinar del Río, y la Ciudad de Santiago de Cuba.

Por suerte para la historia del deporte y de este singular atleta negro y pobre, un deportista mallorquino, Bernardo José Mora, escribió el libro titulado Félix Carvajal, corredor de maratón, en el que relata las aventuras del Andarín. El texto mereció el premio de novela deportiva, auspiciado por la revista Don Balón (Madrid).

En 2004, para conmemorar el centenario de la participación del Andarín Carvajal en los Juegos Olímpicos y el LV aniversario de su muerte, se creó en San Antonio de los Baños una carrera y una caminata a la distancia de15 kilómetros.

Curiosidades

• Bajo la égida de la intelectualidad azucarera, liderada por Don Francisco de Arango y Parreño, vio la luz en el ya lejano 1818, en La Habana, la famosa Academia de San Alejandro. El mecenazgo partió de la riqueza generada por la producción azucarera de entonces.

• Ágata, amigas y amigos de la Gran Red que gustan de estas breves cápsulas, es nombre propio de mujer, de origen griego, y quiere decir: buena, bondadosa.

• “El orgullo divide a los hombres, la humildad los une”, sentenció el filósofo griego Sócrates (470-299 a de JC), quien está catalogado como “símbolo del genio de su civilización”, a la que sirvió con incansable denuedo, aplicando constantemente su método mayéutico mediante preguntas a sus interlocutores y obligándolos a encontrar ellos mismos sus propias contradicciones, con el fin de poner en práctica la sabia máxima “conócete a ti mismo”.

• No olvides que coleccionismo es el hobby de agrupar objetos de una misma familia: bolígrafos, caracoles, botones, sellos, monedas… Hay algunos con nombrecitos que se las traen, como los casos de vitalfilia, que es el arte de coleccionar anillos de tabacos, y filoluménica, el gusto de agrupar las colecciones de cajitas de fósforos. Pero hay más.

• La primera reforma agraria promulgada en América Latina fue dictada en 1815, en Uruguay, por el prócer José Artigas. Su creador sintetizó el objetivo de esa medida en la histórica frase: “Que los más infelices sean los más privilegiados”.

• El río Nilo, considerado por los especialistas como el más importante del mundo, es el único que corre al revés: de Sur a Norte. Sus afluentes se cuentan a partir de la desembocadura y las cataratas están enumeradas en sentido contrario. El Nilo recibe distintos nombres, de acuerdo a los lugares por donde pasa, o sea; Nilo blanco, Nilo azul, Nilo de las montañas, Nilo de las gacelas y Nilo de las jirafas.