“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, afirmó Emily Dickinson (1830-1886) poetisa estadounidense celebrada como una de las más grandes de habla inglesa de todos los tiempos, por la especial sensibilidad, misterio y profundidad de su obra.
Nacida en el seno de una familia acomodada y culta, su padre era abogado, miembro del Congreso y tesorero del Amherst College. Mientras, su madre se dedicó al cuidado del hogar y a criar los tres vástagos, pero ambos progenitores se aseguraron de que sus hijos tuvieran una buena educación.
Sepan las amigas y amigos de la Gran Red de Redes, que inscribieron a Emily en la Academia de Amherst dos años después de que aceptara a mujeres. Allí estudió Literatura, Historia, Religión, Geografía, Matemáticas, Biología, Griego y Latín.
Además, con su tía hacía clases de piano, tenía canto los domingos y aprendió floricultura, horticultura y jardinería. Tras atender a una clase de botánica, la muchacha quedó tan fascinada que empezó a elaborar nada más y nada menos que su propio herbario, acumulando en él cientos de plantas y flores prensadas, con sus respectivos nombres en latín. También, memorizó el nombre de las decenas de flores silvestres que crecían en la región y sabía perfectamente dónde encontrarlas, así como zumba y suena.
Emily Dickinson tuvo una educación mucho más profunda que la de las mujeres de su época. Tenía una inagotable sed de conocimiento, por lo que profundizó por su cuenta en otros estudios. Pronto aprendió los nombres de todas las constelaciones y estrellas.
Gracias al portal cubano Ecured, les cuento que, después de terminar el último curso en la Academia de Amherst, ingresó en el Seminario Femenino de Mount Holyoke, donde recibió una rígida educación calvinista; pero, como no le interesaba la vida religiosa, se negó a seguir ese camino, siendo clasificada como una de las pocas alumnas “no convertidas” del centro.
No obstante, en el seminario superó los exámenes y le convalidaron la asignatura de Botánica, dado su extraordinario conocimiento de la materia. A pesar de que, por un problema de salud, regresó al hogar y no retomó sus estudios, la joven escritora llegó a tener una educación mucho más profunda que la de las mujeres de su época.
Al regresar de Amherst, además de trabajar en su invernadero, observar la naturaleza y desarrollar su talento poético, Emily iba a la iglesia y asistía tanto a exposiciones como a funciones benéficas. Disfrutó de diversas amistades y de las reuniones sociales y fiestas que se celebraban en la casa, donde vivían su hermano mayor Austin y su amiga de la infancia Susan Huntington Gilbert, que habían contraído matrimonio.
Sepan los amigos internautas que Emily y Susan fueron compañeras de estudio en la Academia de Amherst y mantuvieron una extensa correspondencia durante toda la vida, pese a vivir a apenas 100 metros de distancia.
Según algunos entendidos, las cartas ponen de manifiesto que las dos mujeres fueron amigas, amantes y confidentes. Susan fue una de las pocas personas a las que Emily dejó leer sus poemas e incluso le sugirió algunos cambios (que Emily nunca llegó a realizar).
La autora escribió nada más y nada menos que más de ¡300! poemas de amor, y varios biógrafos creen que fueron escritos enteramente para Susan. Entre ellos destaca el evidente Una hermana tengo en nuestra casa, Noches salvajes y Poseer una Susan mía / es de por sí una dicha. Pero aquella no fue su única experiencia amorosa; en sus poemas y cartas hay referencias a otra historia cuyo final trágico atormentó a la autora.
Durante su juventud y madurez, Emily se puso en manos de hombres sabios, mayores que ella, a los que pidió consejo sobre la creación artística y quienes la instruyeron y le recomendaron lecturas, no obstante, en vida solo publicó seis poemas.
Aparecieron los primeros cuatro en el diario local que dirigía su amigo Samuel Bowles, aunque no se sabe a ciencia cierta si la autora dio su consentimiento. El quinto, titulado The Snake se publicó en The Springfield Republican, en contra de la voluntad de Emily, y el último formó parte de la antología Una mascarada de poetas, que Helen Hunt Jackson editó en 1878, con la condición de que su firma no apareciera.
Conozcan los amables lectores que solo dejó leer su obra a contados profesionales de la literatura y a su amada Susan. Algunos de ellos fueron el profesor Samuel Bowles, la escritora Helen Hunt Jackson, el editor Thomas Niles, y el crítico y escritor Josiah Gilbert Holland.
Emily se volvió más estricta ante la negativa de publicar después de los 50 años; también dejó de frecuentar a sus amigos, se negó en varias ocasiones a recibir visitas en casa y empezó a vestir únicamente de blanco, una extraña costumbre que la acompañó hasta el final de sus días. Obsesionada con su creación poética, se encerró en casa y dedicó todos sus esfuerzos a desarrollar la extraordinaria obra por la que se la conoce.
Otras fuentes precisan que pasaba días enteros en su habitación, un cuarto recubierto de madera, decorado con cortinas y sábanas blancas, inclinada sobre el escritorio, observando a través de la ventana o reuniendo sus poemas en pequeños libros que encuadernaba a mano.
La muerte de su sobrino, el hijo menor de Austin y Susan, la dejó devastada. Dos años más tarde, escribió su última carta en la que decía “me llaman” refiriéndose a la muerte y se fue de este mundo en mayo de 1886.
Tras su fallecimiento, su hermana menor, Lavinia, se adentró en la misteriosa habitación en la que Emily había permanecido durante tanto tiempo. Encontró un baúl y descubrió los más de ¡40 volúmenes! encuadernados y la impresionante cifra de casi ¡2000! poemas que Dickinson había escrito a lo largo de su vida. Versos a lápiz en trozos de periódicos, sobres vacíos y pequeños papeles sueltos.
Muy a pesar de que su hermana le prometiera a la autora que quemaría su obra cuando ella muriera —lo que le respetó en vida—, Lavinia decidió que el talento de Emily Dickinson no podía quedar en un baúl ni ser consumido por las llamas. De esa forma, Lavinia Dickinson se convirtió en la primera compiladora y editora de la obra de Emily. Ella misma le aseguró al biógrafo de la escritora, George Frisbie Whicher, que “la poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato”.
A partir de entonces, la obra de Emily Dickinson empezó a ver la luz. Se publicaron sus poemas en varias ediciones, siguiendo un orden completamente arbitrario (ya que nunca puso fecha a sus versos). Se dividieron en cuatro grupos: Vida, Naturaleza, Amor y, por último, Tiempo y Eternidad. Se desconoce la razón por la que ella se negó a compartir sus creaciones en vida.
La poesía de Emily Dickinson es única y prácticamente inclasificable. Autora de la friolera de ¡1789! poemas, esta escritora es considerada uno de los pilares de la literatura estadounidense moderna y una de las mejores poetas de la literatura universal. Su obra denota una extraordinaria capacidad para observar el mundo a su alrededor, desde el sutil zumbido de una abeja hasta el carácter inapelable de la muerte.
Curiosidades
• Sepan los amigos internautas que gustan de estas breves cápsulas del saber que el árbol más alto del mundo es una secuoya roja con el mitológico nombre de Hyperion, así como zumba y suena. Mide ¡115,55! metros de altura y se encuentra en el norte de San Francisco (California). Se calcula que posee nada más y nada menos que unos ¡526,69! metros cúbicos de madera y solo 700-800 años de antigüedad.
• Las zarigüeyas son animales omnívoros; comen lagartijas, culebras, arañas, y hasta plantas y frutas, así ayudan a dispersar las semillas a grandes distancias. Alcanzan su madurez sexual a los 12 meses de vida y se reproducen hasta dos veces en un año, con un período de gestación de 12 a 15 días.
• “Solo el arte y la música tienen el poder de traer la paz”, singular sentencia rubricada por Yoko Ono (1933), artista conceptual, cantante y músico japonesa que ejerció una gran influencia personal y profesional sobre John Lennon (1940-1980).
• El cuerpo de las medusas, amigos internautas, es casi totalmente ¡agua!, por lo que pueden evaporarse si se mantienen expuestas a sol. No tienen una estructura ósea o concha externa de protección, ni tampoco sangre, sistema nervioso o corazón.
• En total, los humanos tenemos ¡39 billones! de bacterias en nuestro organismo; tenemos diez veces más bacterias que células. Las bacterias son parte importante de nuestro cuerpo, muchas nos protegen frente a enfermedades y otras ayudan a renovar partes del mismo.