Tomada de Radio Cadena Habana “Cuando mi mamá y mi papá me hicieron, escuchaban un bolero”. La sentencia habla por sí sola y es que tal parece que este afamado compositor habanero amó y cultivó el gustado género musical desde que estaba en el claustro materno. Esa pasión desbordada la defendió durante su larga carrera, sobre todo el bolero moruno.
Catalina de Güines vio crecer a Leopoldo Ulloa (1931–2003). Cuentan quienes le conocieron que iba a la escuela montado en un caballo y que el futuro compositor desarrolló su adolescencia en una etapa plagada de dificultades de todo tipo para su patria, la que, dicho sea de paso, nunca abandonó.
Se sabe, además, que de joven laboró en un establecimiento comercial, y que entre sus primeras obras estuvieron una guaracha que trataba sobre la palma real y otra que llevó por título María la cocinera, pero luego se dedicó por entero al bolero. En 1945 dio a conocer Amor entristecido.
Él mostraba sus obras iniciales a personas capacitadas como cantantes y compositores. Por ejemplo, a la intérprete Olga Guillot y a Orlando de La Rosa. Una anécdota de la época reseña que estos elogiaron determinado tema y dieron un veredicto favorable.
Al inspirado compositor le gustaba el bolero moruno, y comenzó a escribir temas enmarcados en esa cuerda, los que pronto ganaron la preferencia de oyentes y televidentes. Muchas de esas piezas fueron arregladas por especialistas de primera línea como Severino Ramos, Javier Vázquez, Benitico Llanes y Joaquín Mendivel. Además de boleros y boleros morunos, rubricó guarachas, sones y rumbas.
A Leopoldo siempre se le podía encontrar en peñas o descargas en las cuales se hablaba de música y boleros, ya fueran fruto de su inspiración o de sus colegas. La historia recoge, también, sus continuas visitas a las radioemisoras, siempre promoviendo la difusión del mayor número posible de sus obras.
En una de las entrevistas que le hicieron, precisó que la que le había lanzado a la cúspide fue el bolero titulado En el balcón aquel, de 1958, cantado por el fenómeno Celio González, al que parecía salirle del alma cuando lo interpretaba. Después lo grabaron, con éxito total, José Tejedor, Gina León, Roberto Sánchez y Benitico Llanes.
Muchos fueron los grandes intérpretes que cantaron sus boleros, entre estos, además de los mencionados, Lino Borges, Frank Fernández, Néstor del Castillo, Manolo del Valle, Clara y Mario, Wilfredo Mendi y Antonio Machín, quien era conocido en Europa como El rey de la música cubana; la agrupación Sonora Matancera, y los conjuntos Rumbavana y Saratoga.
La Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM) le grabó el disco titulado Leopoldo Ulloa: canto a mi propia vida y en 1998 se le rindió homenaje durante la realización del Festival Internacional Boleros de Oro. Falleció a los 72 años como consecuencia de graves lesiones provocadas por un accidente de tránsito.
En su larga carpeta autoral aparecen los títulos de inolvidables boleros como Destino marcado, Es triste decir adiós, Me equivoqué, Mi súplica de amor, Morir de amor, No extraño tu amor, Pasión sin freno, Por unos ojos morunos, Te me alejas, Qué ganas con herirme y, por supuesto, Recuerdas tú (Recuerdas tú / /aquella tarde gris / en el balcón aquel / donde te conocí…)
• Uno de los padres de la nueva escuela rusa fue el compositor Alexander P. Borodin. Entre el cúmulo de sus obras sobresalen la sinfonía En las estepas del Asia Central, obra catalogada por los especialistas como altamente innovadora; y la ópera El príncipe Igor. Sus danzas alcanzaron gran popularidad.
• La locución latina Os magma sonatorum significa boca de palabras sublimes. Es expresión empleada por Horacio, quien pretende no dar el nombre de poetas, sino a aquellos que posean una inteligencia divina, o sea, una boca de palabras divinas, sublimes.
• El corazón que ama, es siempre joven. Sin duda, estamos en presencia de un bello refrán de origen griego.
• Sepa, amigos y amigas que leen, que los llamados pájaros carpinteros pueden picar la madera de diferentes especies de árboles una veintena de veces por segundo.
• Evangelina, es un nombre propio de mujer, de origen griego, que significa Portadora de buenas noticias.