Tomada de latinonaturalhistory.biodiversityexhibition.com “El estudio de la naturaleza es fuente inagotable de conocimientos, de paz y de consuelo”, sabias palabras del insigne científico cubano Carlos de la Torre y de la Huerta (1858-1950), una de las personalidades que contribuyó a forjar la tradición científica de Cuba.
Hijo de un profesor santiaguero radicado en Matanzas, a los diez años de edad ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Matanzas. Luego, fungió como maestro en el colegio de su padre; obtuvo el bachillerato en Artes en 1874 e ingresó en el curso preparatorio de Medicina en la Universidad de La Habana.
Sepan, amigos internautas, que De la Torre fue discípulo de Felipe Poey Aloy y su profesión definitiva, la Malacología, le trajo no pocos problemas, como el de contraer paludismo buscando caracoles en los Pantanos de Atarés.
Se sabe que se licenció en Ciencias, con notas de sobresaliente, y obtuvo el premio extraordinario con matrícula de honor, para realizar el doctorado gratuito en la Universidad Central de Madrid, en España; allí defendió exitosamente su Tesis: Distribución geográfica de los moluscos terrestres de la Isla de Cuba, en sus relaciones con las tierras vecinas, y recibió el título de doctor en Ciencias Naturales.
Fue, también, profesor en Puerto Rico. Impartió clases de Anatomía Comparada en la Universidad de La Habana; así como de Zoografía de Moluscos y Zoofitos, y de Zoografía de Vertebrados y Entomología.
Conozcan, mis amigas y amigos de la Gran Red de Redes, que, por encargo de La Sociedad Económica de Amigos del País, en 1890 realizó una expedición a Puerto Rico, Santo Domingo y a la región oriental de nuestra querida isla, en busca de piezas antropológicas y arqueológicas, descubriendo varios objetos en las Cavernas de Maisí. Estudió, además, la enfermedad de los cocoteros que asolaba el territorio, y descubrió la causa que la producía.
Recorrió la parte central de Cuba y sus observaciones geológicas le permitieron efectuar importantes consideraciones encaminadas a determinar la edad geológica de Cuba. Obtuvo valiosos e importantes hallazgos, como los restos fósiles del Megalocnus rodens, lo que prueba la naturaleza continental de la Isla en el Pleistoceno, y de Ammonites, lo cual evidencia la existencia del Jurásico en Cuba.
Según el portal cubano Ecured, De la Torre viajó a Inglaterra, asistió al Jubileo de la reina Victoria, visitó importantes centros científicos, e intercambió con destacadas personalidades del momento. Y aquí les dejo una jocosa anécdota que refleja la personalidad de este cubano generoso e inteligente:
En una visita al British Museum de Londres y, a ldistinguir ciertos errores en las clasificaciones de los moluscos de las Indias Occidentales, le llamó la atención al director de dicho establecimiento científico, el Dr. Edward Smith, el cual trasladó dichas indicaciones al Consejo de Especialistas; estos estimaron que dichas rectificaciones solo podía realizarlas el doctor De La Torre, malacólogo cubano, y cuál no sería la sorpresa de aquellos hombres de ciencias, cuando Carlos les dijo: mucho gusto, yo soy esa persona.
En Francia hizo contacto con eminentes científicos y en México mantuvo relaciones con otros científicos, a la vez que se desempeñó como profesor en el Liceo Francés de Chihuahua, siempre manteniendo estrechos vínculos de colaboración en pro de la independencia de la patria.
Regresó a Cuba, donde resultó electo concejal, teniente alcalde y, por último, alcalde de La Habana, en cuya función tuvo a su cargo los actos oficiales por la constitución de la República, allá por 1902, y desempeñó los cargos de representante a la Cámara por la provincia de La Habana, y presidente de dicho Cuerpo Legislador, pero ese no era su mundo.
Conozcan, amigos que leen estas reseñas, que otras fuentes consultadas refieren que se mantuvo como profesor de Geología, Palentología y Antropología. Llegó a ser decano de la Facultad de Letras y Ciencias, y rector de la Real y Pontificia Universidad de La Habana.Se graduó, además, de doctor en Farmacia y en Medicina.
Se enfrentó a la dictadura de Gerardo Machado, y dirigió un Manifiesto a los graduados universitarios, incitándolos a enfrentarse al gobierno, lo que le valió la represión del régimen y la necesidad de un nuevo exilio, esta vez en los Estados Unidos. En Washington, trabajó en su obra Familia Annularidae, y colaboró con el renombrado científico Paul Bartsch, curador de moluscos del Museo Nacional de EE.UU.
Aunque ya tenía avanzada edad, continuó sus exploraciones, trabajó en su obra sobre polidontes cubanos y sobre los Helix, publicó monografías acerca de los moluscos, y prestó especial atención a la preparación de sus archivos y a la organización de sus colecciones de polymitas, una de las cuales dedicó al Museo de Washington. Sin lugar a dudas, su impronta como reconocido científico naturalista dentro y fuera de Cuba está en la malacología.
Conozcan los amigos internautas que el Dr. José Álvarez Conde, en su libro sobre este eminente malacólogo, refleja que fue bohemio y excéntrico, siempre tenía a flor de labios la anécdota, una narración oportuna y un chiste, revelando esa eterna juventud que siempre le acompañó. También, se pasaba largas horas en el Museo de la Academia de Ciencias de La Habana, sin preocuparse por las horas del almuerzo o de la comida.
Participó en varios eventos internacionales, entre otros, la Exposición Universal de París (1900) VII Congreso Zoológico en Gratz, Austria (1910), X y XI Congresos Geológicos Internacionales, celebrados en México (1906) y Estocolmo, Suecia (1910) VI, VII y VIII Congresos de la American Malacological Union, efectuados en San Petersburgo (1936) Michigan (1937) y La Habana (1938)
Este singular hombre de ciencia recibió, a lo largo de su fructífera existencia, varias distinciones a sus méritos científicos, entre ellas: Diplome d´honeur del Institud du Midi Francia; Doctor of sciences honoris causa de la Universidad de Harvard y de la Universidad de Friederich Schiller, de Jena, Alemania; Hijo predilecto de la ciudad de Matanzas, Gran Cruz de la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes de la República de Cuba; Profesor Emérito de la Universidad de La Habana, honor conferido por primera vez a un profesor universitario, y la Medalla de oro concedida por la Academia de Ciencias de La Habana, al cumplir cincuenta años como académico.
Colaboró con diversas publicaciones científicas nacionales y extranjeras, tales como: Revista Bimestre Cubana, La Revista Enciclopédica y la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad de La Habana. Mientras que internacionalmente lo haría con The Nautilus de Boston; The Proceedings of the National Museum of Natural History, de Washington y The Proceedings of the Academy of Natural Sciences of Philadelphia, en EE.UU.
Curiosidades
—“Una velada en que todos los presentes estén absolutamente de acuerdo es una velada perdida”, ingeniosa sentencia rubricada, nada más y nada menos que por Albert Einstein (1879-1955), que nos muestra que, en el debate está el desarrollo, no en opinar todos lo mismo.
—La Mariposa, es la flor nacional de Cuba y simboliza la delicadeza, la gracia y la esbeltez de las mujeres cubanas, quienes, durante las guerras por la independencia de la isla, en el siglo XIX, tenían la tradición de adornar sus cabellos y trajes con esas flores, donde escondían mensajes para el Ejército.
—¿Sabían ustedes, amigos que gustan de estas pequeñas cápsulas, que los conejos emiten distintos sonidos para comunicarse y expresar sus estados de ánimo? Gruñen cuando se sienten amenazados; ronronean como los gatos, lo que indica que están felices; silban para indicar a sus congéneres que sobran; golpean con las patas traseras el suelo cuando algo no les gusta o para avisar a otros congéneres de un peligro inminente; entre otros.
—La palabra piano es la evolución del nombre con el que Cristofori bautizó a su creación: clavicémbalo col piano e forte, que se traduciría como “clavecín con sonido suave y fuerte”. El término responde a la capacidad del instrumento para producir sonidos fuertes (forte) y suaves (piano). Esta característica lo diferenciaba de sus predecesores. Posteriormente, se abrevió su nombre a pianoforte y más tarde se acortó a “piano”, así como lo conocemos en la actualidad.