“Mi mayor defecto es ser una mujer apasionada, aunque también pudiera ser una virtud. Creo en todo lo que hago, y estoy convencida de que el abrazo siempre será mayor y más valioso que la probable ingratitud”. Así va por la vida Odalys Sánchez Méndez, una martiana raigal
No está quieta ni un segundo. Camina, planifica, habla, sueña. Para quienes la acompañan en su labor, es difícil seguirle el ritmo de trabajo. Parecería que nunca se cansa, que jamás llegan a ella los momentos de desánimo y catarsis emocional, por la apatía de algunos, la desidia burocrática o el agotamiento físico.
“En el borde del camino hay una silla”, advierte Silvio Rodríguez, y quizá en estos tiempos difíciles más de uno elegiría el mullido cojín de un asiento ―la rendición de los sueños― en lugar de seguir casi solo el empedrado rumbo del bien común, con sus sacrificios e ingratitudes. Odalys lo sabe, lo tiene clarísimo, pero no por ello se desanima.
Organiza actividades con los niños, debate con los viejos, mantiene cerca de sí a los jóvenes… No está claro cómo gestiona su tiempo ni desde cuándo aprendió a ser una mujer ardilla ―“Hombre ardilla”, así describió a Martí el general Enrique Collazo―. Probablemente no haya para Odalys mayor orgullo que el paso frenético, incansable, con el que desanda las calles de Ciego de Ávila, mientras toca puertas y construye puentes de fe martiana.
Como presidenta de la Sociedad Cultural José Martí en tierra avileña, entiende que su misión principal ―y la del equipo de personas que dirige― radica no solo en promover el pensamiento del Héroe Nacional cubano, sino en lograr que Martí se convierta en la brújula moral de las nuevas generaciones.
Odalys Sánchez Méndez no solo comparte con el Apóstol la pasión por la lectura, la confianza en la utilidad de la virtud y la incapacidad de permanecer quieta durante demasiado tiempo. La casualidad quiso que naciera el 28 de enero de 1961, una madrugada fría y lluviosa; y esa coincidencia marcó su vida para siempre.
“Nací en una época luminosa, que perseguía la mayor justicia social posible y daba oportunidades a todos. Soy hija de obreros y crecí en un barrio humilde de esta ciudad, en el que blancos y negros nos criamos juntos, y aprendimos desde pequeños sobre la solidaridad y el respeto.
“Le debo mucho a los libros. A los 13 años ya había leído Ana Karenina, La guerra y la paz, a Guillén, a Martí y a Vallejo. Desde entonces soy una lectora voraz. No puedo ir a la cama sin leer algo”.
Esa pasión por los libros la acompañó en sus años de estudiante, en las escuelas en el campo y más tarde como asesora literaria. Luego llegó la meta de graduarse en la universidad, como profesora de Español-Literatura, aunque nunca ejerció esta carrera.
Casi toda su vida laboral, Odalys ha asumido tareas de dirección. “Un cuadro”, dice ella mientras sonríe. Sabe que la palabra se presta para muchos chistes. Sin embargo, en su cultura, su carácter y su manera de interactuar con la gente, no hay nada de los típicos funcionarios caricaturizados en La muerte de un burócrata.
Todos los cargos que ha ocupado, dichos de carretilla, formarían un párrafo demasiado extenso. Baste explicar que ha asumido distintas tareas de dirección en la Unión de Jóvenes Comunistas, los Comités de Defensa de la Revolución, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura, la Asamblea Municipal del Poder Popular, el Centro Provincial del Libro y la Literatura, la Televisión Avileña y otras instituciones…
Odalys habla con cariño sobre estas experiencias, de lo mucho que aprendió en cada una, y de sus compañeros de trabajo. No dice que, luego de cuatro maestrías frustradas, y de otros proyectos que quedaron truncos, ser “cuadro” también significó renunciar a algunos sueños. “El deber ha de cumplirse sencilla y naturalmente”, contestaría ella, siempre con Martí.
Y precisamente esa vocación martiana la llevó a asumir en 2013 una nueva tarea, esta vez en la Sociedad Cultural José Martí. Durante ocho años fue secretaria ejecutiva de su junta provincial, hasta que, a finales de 2021, se convirtió en presidenta.
“No podemos contentarnos con lo alcanzado, debemos ser eternos insatisfechos. Nos queda pendiente conseguir una sede propia, un espacio físico donde dar cabida a nuestras peñas y fomentar lo mejor de la cultura cubana.
“También trabajamos de cerca con asociaciones de personas discapacitadas, firmamos convenios de colaboración y establecemos alianzas con otras instituciones de la provincia, porque a Martí nada humano le fue ajeno”.
―Este 28 de enero cumples 63 años. ¿Qué haces para seguir activa, a pesar de las fatigas del cuerpo y del espíritu?
―Los años pasan y es una tontería negarlos. A veces el cuerpo no me acompaña como quisiera, pero por suerte no tengo ninguna enfermedad crónica, y estar cerca de los jóvenes me da muchísima energía.
“Nunca me he dejado vencer por enfermedades del cuerpo ni por dolores del alma. Cuando recibo un golpe duro, me aferro a Martí y a su capacidad de resiliencia y amor. Un abrazo, un apretón de manos o la florecita más humilde son para mí un tremendo regalo, un aliciente, para reinventarme todos los días”.
―Hoy existen graves lagunas en la enseñanza del pensamiento martiano…
―Desafortunadamente, no se hace todo lo que se debería, ni por Martí, ni por la Historia, ni por los hombres y mujeres que hoy dan lo mejor de sí por perfeccionar la Revolución. Creo que nos falta a todos hacer más, y hacerlo bien. Y resulta polémico y triste recordar cómo, en peores condiciones, maestros como Clotilde Agüero trabajaron con la obra martiana para transmitir valores y no dejarlo en el olvido.
“Hoy todos deberíamos hacernos un examen de conciencia y reflexionar si la palabra que expresamos es consecuente con la actitud que asumimos y con el deber que debemos cumplir. Estamos dejándonos vencer por dificultades y justificando la inercia. Y los revolucionarios no podemos cansarnos, ni justificar ni permanecer inmóviles. Debemos revisarnos, porque la generación del futuro nos exige que la eduquemos y la preparemos, que fortalezcamos su conciencia y su cultura, pero con la verdad.
“Hay ciertas fisuras educacionales de las que todos nosotros somos responsables. No hablo solo de la educación en la escuela, sino de aquella que comienza en la cuna, y donde la familia juega un rol fundamental”.
―¿El Apóstol encumbrado y casi divino, o el hombre terrenal, hijo de su tiempo? ¿Cuál es tu Martí?
―El Martí hombre excepcional, de su tiempo y para todos los tiempos, que también sufrió, tuvo contradicciones y cometió errores. Por eso hay que leerlo con el corazón, despojados de todo prejuicio. Y no ver en él la estatua de mármol: sino el hombre de carne, hueso y nervios; de pasión, dolores y desgarradura; el hombre que no se dejó destruir, el que no supo odiar, al que no pudieron vencer.
“La cuestión no es traer a Martí hacia mí; sino elevarme yo hasta su altura. No se trata de ponerlo en un pedestal, pero tampoco de hacerlo descender del lugar en el que está”.
―Hay un interesante debate, que se aviva a cada rato, sobre la supuesta paternidad de Martí respecto a María Mantilla…
―Puede haber ocurrido, aunque aún no se ha demostrado irrefutablemente. Cada quien tiene derecho a creer que Martí fue el padre de María o no, pero nadie tiene derecho a juzgarlo sin vivir sus mismas circunstancias. Es muy fácil señalarlo con el dedo y decir: “Yo hubiera hecho esto o aquello…”, desde la relativa comodidad de nuestra época.
“Martí fue un hombre que tuvo derecho a amar y ser amado. Y siempre me pregunto qué hubiera hecho yo, si fuera Carmen Miyares, o Carmen Zayas-Bazán, o la bella Otero.
“Pensemos a cuánto no habrá renunciado por la causa de la patria. ¿Qué hizo con los pobres de la tierra? ¿Cómo perdonó? ¿Cómo admiró? ¿Cómo respetó? ¿Y qué nos legó a quienes vivimos después de su tiempo físico?
“Entonces, está bien que algunos crean que fue el padre de María Mantilla y que otros consideren que no. Pero que ni unos ni otros olviden a Martí en toda su grandeza, como hombre de su tiempo, como el sol que, con manchas y todo, nos alumbra cada mañana”.
―Te he escuchado decir que, en momentos de crisis, Martí es más necesario que nunca…
―Es una tabla a la que uno se aferra con todas sus fuerzas en medio del mar turbulento, cuando siente que va a naufragar. Mientras más difícil y gris se vuelve una época, con más fuerza debemos aferrarnos a las enseñanzas y al ejemplo de Martí, a su hermosísima obra humana y a su extraordinaria capacidad de patriota, de cubano limpio de corazón y de mente.
“No sé si viene de aquellos días lejanos, cuando mis maestros me hablaban sobre el Apóstol y memoricé sus Versos sencillos. O de la veneración que mis compañeritos y yo le profesábamos, al punto de llevarle flores a su busto todas las mañanas. De cualquier forma, tengo a Martí como coraza para todo lo que en algún momento me pueda dañar: él me ha salvado de muchas cosas”.
―¿Cómo ser consecuente con Martí y, al mismo tiempo, no descuidar tu vida personal, ser hija, ser madre?
―Soy una mujer de este tiempo, por lo que también tengo errores y cosas que cuestionarme. Sin embargo, creo que he sabido ser hija, madre, esposa, compañera, amiga, y he tenido como máximas en mi vida respetar, agradecer, perdonar y olvidar.
“A veces, no estuve para mi familia en el momento adecuado, por un compromiso laboral. Pero creo en lo que hago, y estoy convencida de que las utopías merecen una oportunidad: muchas veces acaban realizándose.
“Solo lamento que mi tiempo físico sea finito, porque llegará el momento en el que ya no pueda seguir, por todas las circunstancias naturales de una vida humana. Y me asusta un poco no lograr todo lo que quiero, pero sí puedo asegurarte que hago todo lo que puedo”.