Parece fácil, ¿lo es?

Los ejemplos de procederes inmovilistas son tantos que emborronaríamos muchas cuartillas en el esfuerzo de nombrarlos

 caricatura A diario me empeño en ser un poquito más optimista; no obstante, cuando miro al horizonte trato de tener los pies sobre la tierra. Puede mirarse el futuro todo lo lindo que uno quiera, pero el presente no hay forma de colorearlo. Es lo que es y tienes que trabajar para cambiarlo. No hay de otra.

Por eso, y porque la vida también lo dicta así, soy ultradefensor de una afirmación que se escucha por doquier, sobre todo en las orientaciones de quienes nos dirigen al más alto nivel en el país: “Hay que cambiar de mentalidad”.

Parece fácil, y no se necesitan varitas mágicas para hacer valer tal aseveración, pero es evidente que conseguirlo no es cuestión de buena voluntad: lo que se hizo por décadas, no puede cambiarse de “ahora para ahorita”.

Salta a la vista, además, una verdad de Perogrullo: no se puede hacer lo mismo, una y otra vez, esperando resultados distintos. Y de inmovilismos, inercia, lentitud y desdén está plagado el camino, “asfaltado” por quienes pretenden repetir fórmulas estériles y quedarse en lo estático para seguir arando en el mar.

No descubro, por tanto, el agua tibia, al decir que si no cambiamos los métodos de actuar, se podría hacer verdad aquella profecía de Fidel de que a la Revolución no la podrían destruir desde afuera, sino desde adentro. Desánimo, apatía y descreimiento abonan frases al estilo de “esto no hay quien lo arregle”.

En las actuales condiciones del país, en que cualquier tarea, por sencilla que parezca, se convierte, en la práctica, en una encomienda muy difícil, hay quienes creen que es mejor no hacer nada, que intentarlo.

Tienen nombre y apellido: burócratas y gatopardistas. En un intento de espantar sospechas, hablan del bloqueo real e imperialista del gobierno de Estados Unidos contra Cuba como causa y condición para todo lo que aquí no anda bien. Pero hasta el primer ministro Manuel Marrero Cruz lo dijo hace unos días: hay un autobloqueo (también decimos bloqueo interno) que hace mucho daño, incluso más en algunas circunstancias.

Durante el balance de trabajo anual del Mitrans, presidido por Manuel Marrero Cruz, destacó la necesidad de eliminar lo que consideró el autobloqueo y las limitaciones que muchos se imponen a sí mismos, con el objetivo de avanzar y buscar soluciones alternativas.

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Aquí no se trata solo de resistir, que en eso tenemos maestría los cubanos, asediados por el enemigo más poderoso y obcecado; la asignatura de la resistencia la tenemos vencida y con honores. Aquí—ha insistido el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez— de lo que se trata es de avanzar por nuestros propios esfuerzos.

Los ejemplos de procederes inmovilistas son tantos que emborronaríamos muchas cuartillas en el esfuerzo de nombrarlos. Mencionaré apenas dos, por cotidianos y tan domésticos, que se eliminarían con un poco de la medicina llamada exigencia.

La mentira que arropa al voluntarismo es uno. Fechas de entrega imposibles a las que, sin embargo, nos comprometemos y estamos diciendo que sí hasta que la realidad nos echa en cara que no. ¿De qué sirve ir escogiendo efemérides en el calendario para hacerlas coincidir con la terminación de una obra, si no se puede cumplir a la primera?

El segundo, son las reuniones. ¡Ay, las benditas reuniones! A pesar de que se ha reconocido públicamente, hasta por las máximas autoridades del país, el excesivo número de las que a diario se convocan, en todas las instancias, uno tiene la sensación de que el llamado ha sido interpretado a la inversa. No disminuyen, aumentan.

Es como si no viviéramos en el siglo XXI y nadie anduviera pegado al celular. Hay muchos asuntos que pueden solucionarse, decidirse, consultarse, con una llamada telefónica y, no obstante, convocamos una reunión para ello. No exagero: son miles y miles de horas de trabajo que se pierden por ese porfiado estilo de hacer.

A estas alturas, el lector con cierta lógica podría decir: “Pero con solucionar estos detalles no vamos a cambiar el panorama”. Y, en verdad, no nos llenará de “panes y peces”, pero sí abriría mejores caminos para lograrlo.


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