País E-28 los desafíos y el horizonte
Fotos: Michel Guerra
Un edificio multifamiliar es un país y carga sobre su esqueleto de hormigón prefabricado los mismos desafíos que una nación envejecida.
En algún rincón de la larga cadena de guaninas, citosinas, timinas y adeninas de Gisela Batista Rodríguez hay una quinta base nitrogenada que completa su ADN. Es una nanopartícula invisible, un casi nada que, sin embargo, terminó por constituir un gen, heredado de su madre, de su abuela, de la abuela de la abuela tal vez: el gen de la cuidadora.
De alguna manera ella siempre veló por sus padres, aun cuando el trabajo como bancaria le absorbiera más de ocho horas al día. A la edad en que muchas se jubilan y otras quieren seguir de largo, Gisela optó por romper los lazos que la ataban al banco y a la calle, para cuidar a tiempo completo a su madre. De eso hace ya seis años.
Vinieron a vivir al apartamento 4 del edificio 28, del reparto Vista Hermosa en la capital provincial, una tarde soleada y calurosa, con sus pertenencias y algunas incertidumbres, después de haber quemado las naves; es decir, después de haber vendido la vieja casa de toda la vida. No vinieron, ella y su octogenaria madre Celia Rodríguez Rebozo, buscando una mejoría material. Vinieron a cuidar a otra anciana.
La tía Aida nunca tuvo hijos y la vejez la sorprendió sola con sus resabios en un segundo piso, aquejada de una artrosis que le impedía caminar y luego una demencia para hacer todo más difícil. Entonces Gisela, jubilada, con todo el derecho del mundo a ¿descansar?, se echó sobre sus hombros una casa y dos ancianas, algo que se escribe con apenas diez palabras, pero puede costar la vida.
Ese gen de cuidadora lo heredó de su madre, que también cuidó a la suya, y así en retrospectiva hasta el principio de los tiempos. Cuidar a los demás siempre fue tarea de mujeres y solo ahora parece se le dedica atención como un fenómeno social con signos de problema. Cientistas sociales y legisladores ponen acentos en el desgaste, las consecuencias físicas y emocionales, las renuncias, los derechos del cuidado y de quien cuida. Hacia allí apunta el Proyecto del Código de las Familias.
“Los cuidados son un tema relevante por todo lo que entraña desde las desigualdades de género”, comentaba a finales del año pasado la Dra. C. Marisol Alfonso de Armas, Representante Auxiliar de la Oficina en Cuba del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en un acercamiento del Sistema de Naciones Unidas en Cuba al tema.
“(…) el avance de la transición demográfica ejerce una especial presión a los sistemas de cuidados”
Las evidencias de esa especial presión, respaldadas con números globales, habían llegado luego de la Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población realizada en 2017 por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI): casi el 57 por ciento de la población cubana mayor de 50 años prefería en ese momento, en caso de necesitar cuidados, que estos fueran ofrecidos por mujeres.
“Solo poco más del cinco por ciento elegiría a un hombre como cuidador”, apuntaba recientemente la experta en temas demográficos Dra. C. Dixie Edith Trinquete.
Otros hallazgos de esa investigación refuerzan y comprueban esa premisa:
—Cuatro de cada 10 mujeres entrevistadas manifestaron haber abandonado el vínculo laboral por una causa diferente a la jubilación.
—El 26,3 por ciento lo hizo a causa de la “necesidad de proveer cuidado”.
—El 41,5 por ciento de las personas vistas como proveedoras de cuidado tienen menos de 50 años, el 27,3 por ciento tienen entre 50 y 59 años. Alrededor del 31 por ciento tiene más de 59 años.
—Más del 50 por ciento de las personas que ofrecen ayuda son hijos/hijas-hijastros/hijastras de la persona que la recibe.
Son cifras que no le cuento a Gisela, aunque ella podría inferir algunas de esas tendencias mirando su propia vida. Mientras, Celia parece escuchar la conversación, balanceándose en su sillón de caoba, mirando a veces al balcón, otras a la mesa del comedor, y sonríe como si lo entendiera todo. Los años han nublado su memoria de 89 abriles y no podemos saber con exactitud cómo fue su experiencia siendo hija-cuidadora en otra época. No entiende, tampoco, el otro miedo de Gisela, que, dice, no piensa demasiado en eso. ¿Quién la va a cuidar a ella?
¿Quién me va a cuidar a mí?
Una pregunta que hace décadas nos hace mirarnos al espejo y reparar en las canas, las arrugas, la presbicia, los dolores…, esas cartas de presentación —estereotipadas, estamos de acuerdo— con que suele hablarse de la vejez. “La situación demográfica del país fue alertada por los estudios demográficos desde la década de los 70 del pasado siglo, en particular por la entonces Oficina Nacional de Estadísticas y por el Centro de Estudios Demográficos (CEDEM)”, explica el director de esa institución Dr. C. Antonio Aja Días, en el artículo “Política de población. Experiencias desde Cuba”.
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Las llamadas de atención y a la acción nacidas del Censo de Población y Viviendas de 2012 e impulsadas por el propio CEDEM, cuando un índice de envejecimiento poblacional del 18 por ciento se traducía en retos apremiantes para la sociedad cubana, hoy siguen estando vigentes y lucen más definitivas todavía, luego de que en menos de 10 años ese índice aumentara tres puntos porcentuales.
Al cierre de 2021, de acuerdo con el Anuario Demográfico de Cuba. Edición 2021, el 21,3 por ciento de la población cubana tenía 60 años o más (dos millones 398 111 personas). De ese total, el 17,4 por ciento (417 271) vivían solos. Solos como Nilo, el anciano del apartamento 18, y como Héctor, el del 16. A los dos sus hijos los atienden, les proveen, pero a las estadísticas van como ancianos solos.
Unos 2000 en esa condición son atendidos en Ciego de Ávila por las direcciones municipales de Trabajo y Seguridad Social, según reveló un informe presentado en el Consejo de Gobierno correspondiente al mes de junio. “Los problemas son reales y a veces no llegamos hasta el final, no se trata de dar tres cosas cuando te hacen falta diez, es darlo todo. Y a veces llegamos con lo que menos le hace falta a esa familia”, decía entonces el miembro del Comité Central del Partido y primer secretario en la provincia, Liván Izquierdo Alonso, al insistir en el trabajo preventivo y, específicamente, en la calidad de ese trabajo.
Prevenir se antoja la palabra precisa. Prevenir porque esos poco más de 2000 adultos mayores son, apenas, el dos por ciento de los 86 745 residentes en el territorio al concluir 2021; aquí 20 de cada 100 avileños son mayores de 60 años. ¿Cómo estar seguros de que no hay más viviendo solos si, al concluir el primer semestre, faltaban en Ciego de Ávila casi 30 trabajadores sociales y cada uno de ellos atiende a unas 620 familias?
Bien lo señalaba la Dra. C. Patricia Arés Muzio en un artículo publicado por la revista Temas:
Las políticas públicas dirigidas a las familias, y a las personas mayores en particular, deben seguir priorizando la atención a sectores de población con condiciones socioeconómicas desfavorables, amparar la vulnerabilidad, identificar dónde no hay capacidad de solventar la vida, proteger no solo a los adultos mayores dependientes y vulnerables, sino también a los que son cuidadores y asistir aquellas situaciones que obstaculizan el bienestar de las familias
Para la experta, es fundamental que los programas de asistencia, los dispositivos de Salud y los organismos e instituciones, lejos de tener visiones “asistencialistas”, consideren al adulto mayor como un grupo social sujeto de derecho, y potencien las herramientas necesarias para el disfrute pleno de esta etapa de la vida.
La citada Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población de 2017, además, había puesto en relieve otra circunstancia. “El tamaño medio de los hogares donde viven personas de 60 y más ronda las 2,66 personas por hogar, y una amplia mayoría de los mismos está regida por un adulto de este grupo de edad, siendo que el 65,8 por ciento de las personas de 60 años y más son los máximos responsables de sus hogares de residencia, de ellos el 26,4 por ciento porque vive solo, en tanto el 73,6 por ciento es reconocido así por sus convivientes”.
O sea, esas 2,66 personas podían ser ayer —son ahora— otro anciano. Son, por ejemplo, Pupi y Luis Valdés, que hace más de tres décadas viven en el edificio 28, en el apartamento 9. Se han hecho viejos en el ir y venir a la bodega y la farmacia, la limpieza diaria, la “esclavitud” de la cocina, el agua y la turbina, la perenne preocupación por la familia…
Pupi no se llama Pupi, se llama Luisa, pero eso solo lo saben el repartidor de periódicos y el cobrador de la luz. Se ganó el apodo siendo jovencita, y a sus 76 cumplidos, un esposo de 81, dos hijos, cuatro nietas y una perrita chihuahua, ¿quién se atreve a llamarla Luisa Montaño?
El hogar nuclear que construyeron Pupi y Luis se fue desgajando con el tiempo. Primero se fue un hijo a hacer su vida. Luego el otro. De vez en cuando recaló uno, movido por un viento de divorcio. Hoy da cobija a una de las nietas y ya los viejos no están solos, que era la preocupación de todos. Van sorteando la vida con la chequera de Luis y los aportes de los demás, pero no les alcanza, como al 70 por ciento de los mayores de 60 años que, al ser encuestados en 2017, dijeron tener privaciones y carencias.
No pensar por ahora en el día después es la máxima que también se ha impuesto Mayda Rodríguez González, quien comparte con Gisela Batista el edificio (vive en el apartamento de los bajos), la edad (62 años) y la suerte de poder cuidar a su mamá hace, exactamente, el mismo tiempo: seis años.
Cuando los dos hijos de Mayda emigraron, llevándose a sus esposas y los nietos, y dejándola con ese dolor indescriptible al que los psicólogos llaman síndrome del nido vacío, ella recogió sus tiliches, regresó al apartamento y le propuso vivir juntas a Aleida, su madre, una fuerte abuela de 86 años, pelo blanco y ojos iluminados como el día, que hasta entonces era dueña y señora de sus cuatro paredes y techo. Aleida González Pérez de Corcho está en plenitud de facultades y no “necesita” que le hagan las cosas, pero, como su hija, piensa que nadie debería estar solo en la vejez.
Vivir juntas supone acomodarse a las formas y gustos, a los tiempos y urgencias de cada cual. Mayda todavía trabaja y algunas responsabilidades recaen en Aleida, que se desenvuelve con soltura a pesar de los años. Mientras sazona los chícharos dice que los domingos a las 7:00 de la noche el televisor es de ella, porque Palmas y Cañas es su programa preferido. Lo es desde que se hiciera cargo de su vieja y de su esposo, y esta historia volviera a morderse la cola, en un círculo infinito, hacia adelante y hacia atrás.
“Mis hijos me aman, pero se fueron”, suspira Mayda. “Yo ahora no quiero pensar en el después. Veremos. Si lo necesito, ellos van a volver”.
Ya en 2017, el 7 por ciento de las personas mayores en Cuba tenían a todos sus hijos viviendo fuera y el 3 por ciento —unas 70 300 personas de 60 y más— a todos sus hijos y a todos sus nietos. En ese último grupo está Mayda, pero, a juzgar por el movimiento migratorio experimentado desde 2021 —y que todavía no aparece como saldo migratorio, por cuanto la Ley permite estar dos años en el exterior sin ser considerado emigrante—, el porcentaje debe haber crecido mucho más. Según el Anuario Demográfico de Cuba. Edición 2021, Ciego de Ávila tiene saldo migratorio externo negativo desde 2016.
Alguna vez Mabel Fernández Rivero formó parte de ese saldo negativo y ahora debió volver. Volver con el alma aferrada, como manda el más conocido de los tangos de Gardel. Hace poco más de un año compró para su padre Gilberto Fernández el apartamento 10 del edificio 28 y no había puesto casi los pies en su lugar de residencia cuando fue necesario regresar. “Yo no puedo dejarlo solo. No puedo. En mi familia siempre nos cuidamos y nos responsabilizamos”.

“(…) identificar dónde no hay capacidad de solventar la vida, proteger no solo a los adultos mayores dependientes y vulnerables, sino también a los que son cuidadores (…)”
Los desafíos
El país E-28, es decir, el edificio 28 de Vista Hermosa, Ciego de Ávila, tiene 40 apartamentos y en 25 de ellos hay, al menos, un adulto mayor. En algunos dos, en otros ninguno. En 40 apartamentos solo viven 10 niños y cinco se “concentran” en un mismo bloque. Es, a no dudarlo, una casualidad, porque en ese bloque, para “compensar”, residen tres personas mayores de 60 años, dos viviendo solos.
El país E-28 tiene de cara a sus viejos los mismos desafíos, a menor escala, que el país Cuba. El desafío de la vivienda, porque un edificio de microbrigada de más de 30 años tiene descosidos por todas partes; el desafío de la movilidad y las barreras arquitectónicas, porque los ancianos que viven entre el segundo y el cuarto piso apenas salen de sus hogares; el desafío de los ingresos insuficientes, porque ningún aumento de las pensiones pudo (ni puede) contrarrestar el efecto de la inflación; el desafío de la salud, porque el déficit sostenido de medicamentos del cuadro básico impacta más entre los ancianos; el desafío de los afectos, los cuidados y la protección de los derechos…
“(…) derechos y garantías que ahora son refrendados o introducidos por primera vez.”
Al respecto, el doctor Jesús Menéndez Jiménez, médico geriatra de la Sociedad Cubana de Gerontología y Geriatría, comentó en febrero pasado que “el Código de las Familias está pensado para proteger, entre otras cosas, el envejecimiento saludable, y en sus artículos tiene en cuenta los ámbitos que según la ONU deben considerarse por los países en el Decenio del Envejecimiento Saludable (2021-2030):
—Cambiar nuestra forma de pensar, sentir y actuar con respecto a la edad y el envejecimiento.
—Que las comunidades fomenten las capacidades de las personas mayores, lo que se traduce en la creación de entornos amigables.
—Ofrecer atención sanitaria de calidad y readaptados para las personas mayores.
—Proporcionar acceso a los cuidados a largo plazo.
El cómo se concretarán esas garantías lo explica grosso modo el Dr. C. Leonardo Pérez Gallardo, presidente de la Sociedad Cubana de Derecho Civil y de Familia, de la Unión Nacional de Juristas de Cuba (UNJC) y uno de los redactores del proyecto: “Reconocer los derechos de las personas adultas mayores, de los abuelos y abuelas, garantizar que potencien su autonomía, su poder de decisión, su inclusión y esparcimiento, la necesaria comunicación familiar, es una conquista de la nueva norma que ha de ser apoyada”.
Nada que no apareciera ya en la Constitución de la República de Cuba, cuyo artículo 88 abrió las puertas a la posibilidad de una vejez digna, para todos: “El Estado, la sociedad y las familias, en lo que a cada uno corresponde, tienen la obligación de proteger, asistir y facilitar las condiciones para satisfacer las necesidades y elevar la calidad de vida de las personas adultas mayores. De igual forma, respetar su autodeterminación, garantizar el ejercicio pleno de sus derechos y promover su integración y participación social”.
Cientos de artículos sobre el papel no obrarán otra realidad de la noche a la mañana y Gisela, Mayda, Pupi y Mabel lo saben. Pero son brújula, croquis, coordenadas del horizonte hacia el que enrumbar el país E-28, es decir, Cuba.
“(…) 40 por ciento de adultos mayores en estado de dependencia en Cuba.”