José Martí, presencia donde no imaginan

Por Magaly Zamora Morejón
Fotos: Ofelia Riverón
Llegó por ferrocarril una fría y lluviosa noche invernal, acompañado por dos patriotas y fue recibido por numerosos emigrados que lo siguieron hasta el local del Liceo Cubano, donde pronunció unas breves palabras de agradecimiento. Era el 25 de noviembre de 1891 y comenzaba, sin saberlo, una relación imperecedera entre el Héroe Nacional de Cuba y la ciudad estadounidense de Tampa

Llegó por ferrocarril una fría y lluviosa noche invernal, acompañado por dos patriotas y fue recibido por numerosos emigrados que lo siguieron hasta el local del Liceo Cubano, donde pronunció unas breves palabras de agradecimiento. Era el 25 de noviembre de 1891 y comenzaba, sin saberlo, una relación imperecedera entre el Héroe Nacional de Cuba y la ciudad estadounidense de Tampa.

En apenas tres días que duró esa primera estancia y, prácticamente, sin descansar, José Martí desarrolló disímiles actividades y estableció lazos de amistad y solidaridad que serían determinantes en el futuro.

Se alojó en una casa de huéspedes en Ybor City, perteneciente al matrimonio de origen cubano formado por Ruperto y Paulina Pedroso, simpatizantes de la lucha independentista; visitó varias fábricas de tabaco; se reunió con representantes de clubes locales; pronunció, en el Liceo, en días consecutivos, sus discursos conocidos como Con todos y para el bien de todos y Los pinos nuevos; fue incorporado al club Liga Patriótica Cubana, en la comunidad de emigrados residentes en Tampa; y fundó la Liga de Instrucción para los tabaqueros cubanos, entre otras.

Especial connotación tuvo en ese viaje la visita a la fábrica de tabaco del español Vicente Martínez Ybor, quien, en Cuba, era dueño de la fábrica de tabacos Príncipe de Gales, y tuvo que escapar oculto en una goleta rumbo a Cayo Hueso por sus ideas liberales, tras ser señalado como infidente por sus propios paisanos.

El empresario español lo recibió en su despacho y, de su entrañable y sincera amistad, recibió Martí ayuda desinteresada, en más de una ocasión, para adquirir armas y otros pertrechos militares que enviaba al Ejército Libertador en las expediciones.

Se conoce, a través de la historia, que el Maestro visitó Tampa 20 veces en un período de tres años, y de sus impresiones escribió: “Pueblo fiel —el pueblo educado— donde aprenden a pensar en la misma mesa donde se ganan la vida”.

Aunque vivió en Norteamérica entre 1880 y 1895, fue en Tampa, y en su barriada más antigua, Ybor City, fundada por su amigo, donde encontró el mayor apoyo para sustentar las luchas emancipadoras contra la corona española. De allí partieron cerca de 27 expediciones militares financiadas y, principalmente, tripuladas por cubanos, para luchar en la patria; quedaron plasmadas por escrito las bases y los estatutos del Partido Revolucionario Cubano; y de una de sus fábricas salió oculta, en un tabaco torcido, la orden para la revolución del 95.

Allí, a miles de kilómetros de la patria amada, encontró no solo apoyo económico para la causa emancipadora, sino también abrigo para su cuerpo adolorido y consuelo para su dolor espiritual.

En la pensión de calle 12 y 8va. Avenida tuvo las condiciones necesarias y el cariño maternal de Paulina para su recuperación, tras el intento de envenenarlo el 16 de diciembre de 1892, mientras Ruperto se ponía a cargo de su seguridad.

Se dice que, a partir de entonces, solo ingería alimentos elaborados por aquella mujer, exesclava, a la que catalogó, en la dedicatoria de una fotografía, como su “madre negra”, y que una bandera cubana en la puerta anunciaba cuando él estaba en la casa.

A 129 años de su caída en combate, este 19 de mayo, la huella de Martí perdura en Tampa en más de 12 monumentos que recuerdan su histórico accionar por la libertad de Cuba, y en numerosos sitios, cuidadosamente conservados, que lo honran y perpetúan su memoria en el tiempo.

mapa

Un pedacito de Cuba se reproduce a la vuelta de una esquina en Ybor City, en el nombre de una avenida llamada República de Cuba, o el de otras como Habana y Matanzas, y en el parque Amigos de Martí, donde estuvo la residencia del matrimonio Pedroso.

Allí, en el Liceo Cubano, está el único escudo de la República en Armas ubicado fuera de la Isla, y, al transitar las viejas calles de adoquines, por donde todavía circula un tranvía construido con madera, puede verse la escalinata desde donde el apóstol se dirigía a los tabaqueros, o la placa que recuerda el local que fuera la sede original de la Unión Martí-Maceo.

Pero su presencia supera el frío mármol de una tarja, para convertirse en memoria viva, estremecimiento y amor patrio, en cada viajero que se detiene a depositar una flor o a rememorar un pedazo de la historia de Cuba ligada al más universal de los cubanos, que eligió como destino de su vida la estrella, que ilumina y mata, antes que el yugo.

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