Rafagazos de Yaser Rodríguez

Si hubiera que definir con una palabra la carrera de Yaser Rodríguez esa sería “superación”.

Yaser Rodríguez, dentro de la cancha, da la imagen de un tipo mandón y prepotente. Sus ídolos son LeBron James y Cristiano Ronaldo, porque su once de fútbol no es otro que el Real Madrid. Aplasta técnicamente al oponente, detiene su paso, enfoca el objetivo y no lo pierde de vista hasta que la anaranjada entra por el aro, ¡vale tres! Golpea su pecho y señala a alguien del público.

Cuando habla es fácil identificar su liderazgo. Fue y es el organizador del equipo más dominante de Cuba. Cuánta responsabilidad sobre sí. “Ahí soy el director en el terreno”. Cómo no hablar rudo. En su récord, diez coronas de Los Búfalos, cuatro veces en el quinteto ideal y el recién título de MVP en la final de la Liga Superior de Baloncesto (LSB). El rasguño debajo de uno de sus ojos valida un poco los honores.

Su dedo índice solo indica a quién dedica la acción ofensiva, su madre. El otro pilar en su vida es la tía que no puede ir a verlo jugar por los nervios que la vencen. “Son mi todo”.¡Cuánto cambia el panorama cuando está a centímetros y no sobre el tabloncillo haciendo lo que mejor sabe!

Yaser es incapaz de no estar en contacto con el deporte. Juega fútbol con la gente de la zona y básquet a lo callejero, en el Auditorio. Las discusiones con los vecinos son enormes: perdió Boston Celtics, su equipo de la NBA. Prefiere a Irving antes que a Curry… y sorprende porque él es “guerrillero” como el segundo, dicen.

“Siempre peleo todas las jugadas, estoy activo. Cuando noto que nos apagamos quiero dar un impulso. A veces, me hace lucir mal por la emoción. Aquí jugamos un baloncesto antiguo: Curry hace 50 tiros de campo, más que los delanteros. No soy ’guerrillero’, quedé líder en asistencias este año dentro de mi colectivo”.

El precedente de esta temporada es lo más gris del básquet avileño. En 2018 no clasificó a la LSB. La entonces dirección y los jugadores eran contrarios. Yaser Rodríguez decidió no jugar hasta el último partido del Torneo Nacional de Ascenso. Tuvo el boleto en sus manos y lo pasó en vez de tomar el liderazgo y anotar. Falló.

“Fue un error mío, de los más grandes en mi carrera, y pedí disculpas públicas”, expresa con arrepentimiento, mientras confirma que es de carne y hueso, no un robot. “Al final jugué la liga como refuerzo de Villa Clara junto con Vanier, quedé campeón. Nos alegramos mucho, pero no fue con Los Búfalos. Siempre había dicho que no iba a representar a otro equipo que no fuera Ciego de Ávila”.

Jorge García Quintero, en una transición veloz de jugador a mánager, simbolizó el reencuentro de “la familia” de Los Búfalos. “Hablamos entre nosotros, no podía pasar más lo de antes porque somos un equipo grande. Recogimos a los jugadores molestos o que faltaban por una u otra razón. Teníamos que darlo todo”.

Que Quintero asumiera la responsabilidad fue además “un acto de valentía. A Ciego de Ávila no lo quiere dirigir nadie, el objetivo siempre es ganar. Fuimos sus compañeros quienes le pedimos que lo hiciera y desde la etapa de la COVID-19 empezó a ejercer. No nos permitió desvincularnos de la práctica”.

A Yaser no era necesario recalcarle que entrenara en medio de la pandemia, cuando ese es su mantra; sabe que “el talento sin sacrificio no es nada, por más poético que suene”. Trajo las pesas y convirtió el portal en gimnasio, corría de noche y les explicaba a los policías que era su deber, motivó a las mujeres y a las personas mayores del barrio a hacer ejercicios.

De todas formas, la preparación en conjunto fue difícil. En contra les jugaba el mal estado de la sala Giraldo Córdova Cardín; por tanto, entrenaron en el desnivelado tabloncillo de la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) Marina Samuel Noble e hicieron acto de presencia las lesiones. Semanas antes de empezar la liga fueron a Matanzas para quemar las naves: jugaron con los yumurinos y mejoraron hasta en el orden táctico.

“Para mí es un campeonato muy... muy importante. Al principio para muchos no éramos favoritos, comentaban que era un equipo de viejos. Eso nos hizo callar bocas”. Lo sufre en carne propia, pero sabe que “la edad no define nada. Sobran ejemplos de los mejores deportistas del mundo en la actualidad que tienen más de 35 años. En Cuba, está Mijaín López”.

Por sus 34 es que Yaser Rodríguez no forma parte de la preselección nacional. No es la primera vez que la subestimación toca su puerta. La diferencia es que ahora no tiene que demostrar nada. Sus pies sobre las canchas narran la historia.

Su recorrido internacional, que incluye participaciones en la clasificación de Cuba y los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz 2014 ―donde obtuvo un cuarto lugar―, en un premundial y dos preolímpicos, entre otros eventos, más la fuerte competencia con Osmel Oliva durante casi una década, pudieron ser razones más que suficientes para dejarlo volver a vestir la camiseta de las cuatro letras. “Espero que después de tomar una decisión así no me tengan en cuenta por mis nuevos resultados. Como atleta no volveré, no quiero”.

Las analogías son una especie de pronósticos, pueden acertar o no. Sin embargo, de seguro este golpe debió ser difícil de asimilar, como aquel séptimo lugar de Los Búfalos ―peor resultado del quinteto en una LSB―, cuando una lesión de la miofibrilla le impidió sumar cartones durante la temporada.

O similar a cuando juega en la sala Giraldo Córdova Cardín casi vacía “por la poca difusión de los medios al segundo espectáculo más grande del movimiento deportivo nacional. Es cierto que por la situación energética del país los juegos fueron por la tarde. Los de pelota igual y el Cepero se llenó”.

—Vanier Reyes hubiese preferido disputar el campeonato con Capitalinos antes que con Sancti Spíritus, ¿tú también?

―“Vanier se refiere al espectáculo, Capitalinos es un equipo que sabe jugar bien las finales, sus jugadores son campeones desde las categorías inferiores. Creo que el público los hubiese preferido por la tensión, nosotros también en ese sentido; pero bien merecido el triunfo de Sancti Spíritus. Llegó el que mejor supo jugar”.

De todas formas, Yaser ratifica que “la rivalidad entre Búfalos y Capitalinos es el top de la LSB, esos duelos son la guerra”. Así, en presente, “todavía no acaba”. Siguen las palabras en forma de bandera blanca: “Fuera del terreno muchos somos amigos”.
Cuando refiere a Capitalinos se regodea ¡y cuenta cada escena de película! “Una vez anoté un triple faltando segundos, bombazo que definió el partido y el primer lugar. ¡Sensacional!”.

Momentos así los disfruta. “Cada vez que me den la oportunidad la voy a tomar. Aunque falle tendré la satisfacción de haberlo intentado, de que no le di la espalda a la situación. Estoy hecho para eso”.

La primera corona de Yaser como regular, precisamente, fue ante Capitalinos, la quinta de Los Búfalos, y tiene marcas para toda la vida, más allá de la propia victoria. Fue la única vez que su chamarreta lució el 6, en homenaje a un “hermano”, Reinaldo Pausa. “Es el título más importante. Me prometí que jugando con su número iba a ser campeón”, recuerda con semblante lloroso.

 yaser

Quien fuese su “mano derecha, referente, rival”, Maykel Guerra, decidió enrumbar una nueva vida. Reemplazar al “mejor de la posición en Cuba” no fue fácil. La prensa lo llevó “recio”. “Me sentí un poco frustrado por razones externas, no valoraban mis sacrificios. Tuve que ser mi propio sicólogo hasta coger la confianza que necesitaba. Empecé a entrenar más y me propuse que conmigo lograran los mismos resultados”.

Antes, Geoffrey Silvestre fue hombro de apoyo, consejero. “Después de que salía llorando por la exigencia, me decía: ‘Tú vas a llegar hasta donde quieras, bien lejos; pero si un día no puedes, deja el deporte’”.

Sin permitir que el rival de turno le robe la pelota, relata una tremenda anécdota en la que El Gato es protagonista. Los Capitalinos superan en una final dos veces a Los Búfalos en la Cardín y van para La Habana en busca de un éxito.

“Estábamos apáticos cuando llegamos a los entrenamientos”. En la sala ya estaban puestas las medallas, efigie de triunfo. Silvestre dijo que las guardaran, que esto no acababa hoy. Ganaron Los Búfalos. Al día siguiente igual, Silvestre insistía en que tampoco acababa. Empataron Los Búfalos. El último día señaló que estaban bien puestas las medallas, pero que el oro era de los Búfalos. "No se me olvida, fue una lección, no nos podemos quedar afectados por salir abajo”.

Sin darse cuenta, Yaser aplica lo dicho desde que vistió la camiseta de Ciego de Ávila al máximo nivel como novato, con 16 años, al salir de la categoría escolar, cuando impuso ―según cree― el récord de ser el más joven en subir a la LSB. Fue el cambio más grande de su vida, lo afirma. Era un niño intentando hacer de hombre.

Por la estatura siempre pensaron que iba a ser menos. Cuando fue para la EIDE “no medía 1.50 metros con zapatos”. Le llamaban “La Pulga”. De todas formas, aquí y en la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético hacía la preselección del país, llegaba al techo. No le hizo falta ser más alto, lo compensaba con su explosividad, “no me cansaba, corría sin parar. Por eso me fui encantando de este deporte ráfaga”.

Esta es la historia de lo que pudo no ser, o, mejor dicho, de lo que es por mera providencia. A Yaser no le llamaba la atención encestar balones.Tenía que gastar mucha energía, recetaba el médico. Entonces, probó en lucha, béisbol, kárate. Dando patadas obtuvo resultados. El gen deportivo no le faltaba, sus tíos son glorias del hockey y el softbol.

Una vez escuchó que quienes practicaban baloncesto eran los únicos que salían más temprano de la escuela. Bastó. Colgó el kimono y empezó a driblar esferas. ¡Casualidades de oro!

Tanto era el desinterés que, en su primera copa provincial —estaba en cuarto grado—, los entrenadores fueron a su casa a buscarlo media hora antes del pitazo inicial. Él, como si nada, jugaba a las bolas.

El principio bien pudiera ser el final. Sin embargo, tanto en la charla como en el papel el último punto lo coloca Yaser. Y prefiere mirar adelante... intentar echarle una ojeada al siempre incierto futuro.

“Me interesaría un contrato para demostrarme que sí puedo competir a nivel profesional. Seguir dando batalla con mis Búfalos. Ah, y ―carcajada mediante― espero que este año llegue un bebé, que ya me ha cogido un poco tarde”.

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