Por primera vez, la compañía Acosta Danza visitó el territorio avileño. A pesar de tener tan solo tres años de fundada, esta agrupación ya es una de las más conocidas dentro y fuera del panorama danzario cubano. Y Ciego de Ávila la recibió tal y como sus lauros la preceden.
El teatro Principal parecía no dar abasto; todas las sillas, incluso las de la tercera planta, se mostraban ocupadas, pero el hecho de no alcanzar asientos no amilanó las ansias de ser testigos de tan importante acontecimiento. Las campanadas anunciaban la cercanía de la apertura, y el público, engalanado para la ocasión, sucumbía ante la tensión, los murmurios aumentaban en decibeles.
Finalmente las luces fueron atenuándose hasta dejar al coliseo en penumbras, ¡ya era la hora! La pieza escogida para comenzar fue El salto de Nijinsky, donde la expresividad, en su nivel máximo, se alcanza mediante la gestualidad de los brazos, como si fueran elementos inherentes al ser humano. La iluminación, en plena sintonía con el ritmo del drums y el violín, marcaba el dramatismo en escena.
Fue de las escasas ocasiones en este año que el público que asiste de forma regular a este espacio se procuró tan enérgico, era como si el aplauso se multiplicara por números en aumento. Un grupo de pequeñas de alrededor de 10 años se pararon eufóricas de sus asientos; las sonrisas eran inmensas y un solo pensamiento me sobrevino: este momento es de esos que pasan a la historia y que marcan un antes y un después en la vida de algunos que, quizás, encuentran un medidor de felicidad o un camino a seguir en estos instantes.
Cada parte de su cuerpo parece tener vida propia, y mientras, la rumba la atrapa por momentos
La segunda obra trajo al tabloncillo a la talentosa bailarina Arelys Hernández, para interpretar el solo Impronta, de María Rovira. Aquí no pude evitar recordar a mi profesor de Historia de la Danza en la facultad, cuando aseguraba: “La danza es una manifestación que, para entenderla en su totalidad, para sentirla, para compenetrarse, debe experimentarse en vivo”. Es muy difícil reseñar una obra danzaria y, a su vez, se asemeja al proceso perceptivo que experimentamos ante una obra visual.
La bailarina llega a un estado de éxtasis ineludible, en una danza contemporánea parece seducir al espectador. El tabloncillo la aclama y ella coquetea con él, pero la altura no deja de atraerla, y en saltos la alcanza y parece besarla.
Los diferentes tonos azulados de la iluminación contrastaban de forma cautivadora con su pelo rojizo y el respirar nunca fue tan parte de la coreografía. Uno de los presupuestos del francés Jean-Georges Noverre, considerado el padre del ballet moderno, no escapa de la valoración exitosa de esta pieza, pues la danza debe ser natural y expresiva más que técnica y virtuosa.
La pieza Soledad evidencia el miedo a la separación en la pareja, el cual se asocia con este sentimiento; con la exquisita interpretación musical de Chavela Vargas como banda sonora
Los duetos Soledad y Nosotros evidenciaron un elemento determinante dentro del ballet, cuyo acertado alcance marca el éxito de una obra. La comunicación efectiva entre los bailarines, el diálogo de miradas, la complicidad de los amantes, cuando un movimiento precede a otro, y un cuerpo es la propia extensión de su pareja.
El ballet clásico llegó con La muerte de los cisnes, donde la gracia y elegancia del uso de las puntas y el dominio de la colocación fueron advertidos. Una obra donde la ligereza y gracilidad de los pasos contribuyen a la visualidad de los protagonistas como cisnes, hasta los segundos finales, cuando en agonizantes movimientos fallecen en escena.
Para culminar el repertorio se presentó la pieza Alrededor no hay nada, donde los poemas del español Joaquín Sabina y el brasileño Vinicius de Moraes marcaron el tempo. El círculo es escogido como elemento determinante dentro de la coreografía. Figura que proyecta equilibrio dentro de la composición y a cuya rotación vuelven después de protagonizar por parejas distintos momentos. El jazz comienza a escucharse como telón del poema de Moraes y una idea se apodera de la escena: todo es permisible, todo es posible, porque lo afirma el poeta, ¡Hoy es sábado!