Los años y la geografía, paradójicamente, hacen pasar por alto que hay al norte de Ciego de Ávila un hombre que cruzó una vez el Caribe, nada menos que al lado de Antonio Núñez Jiménez. Invasor cuenta su historia
Reconocí a Roberto Taylor desde el primer momento en que me hablaron de él. Dijeron que era un señor de andar tímido e infatigable que ha recorrido toda Cuba por el Circuito Norte, en las extensas caminatas científicas que su profesión de geógrafo y espeleólogo le ha empujado a hacer. Supe del hombre que fue justo antes de sorprenderme con el que aún es, porque la pasión de Roberto no encuentra fronteras, ni siquiera, en la longevidad de su cuerpo.
“Siempre ha vivido aquí”. Nadie supo decirme de dónde era, de dónde venía, pero todos saben que no va para ninguna parte. Sin embargo, Roberto no nació en Chambas.
"Soy oriundo de la provincia de Sancti Spíritus—me diría luego—, cerca de la división con Ciego de Ávila, de un lugar llamado Escobar. Vine para Chambas en 1970 con mi mamá y mis hermanos y nunca me he ido de aquí".
Tampoco saben qué edad tiene. Lo ven de aquí para allá con su cauce de labriego y no imaginan que ha vivido tanto. “Nací el 19 de julio de 1947 y me inscribieron el 7 de agosto. Celebro mi cumpleaños dos veces, el día que nací y el que fui inscrito. Hago las fiestas junto al río con mis amigos y preparo mi plato favorito: quimbombó con carne de puerco, pero este año solo comeremos quimbombó”, bromea. Son 74 años, entonces.
—Sé que mucha gente no conoce su verdadero nombre y desde siempre le han llamado Roberto Taylor, quizás los que una vez lo supieron ya lo hayan olvidado. ¿Cómo llegó a tener este apodo?
—Mi nombre completo es Roberto de Paul Quintero Espinosa, pero desde que vine a vivir a Chambas todo el mundo me dice el sobrenombre Taylor. Esto viene de cuando yo vivía en Escobar, las muchachas de allá leían novelitas del oeste y veían muchas series de televisión, entonces había un personaje llamado Robert Taylor y como yo soy Roberto empezaron a decirme así. A mí me gustaba y lo escribí en mi maleta cuando iba para la escuela del campo. Y desde que vine para acá todos me conocen por Roberto Taylor. Incluso uno de mis hijos quería cambiarse el nombre por ese.
—Unos me han dicho que Taylor es geógrafo, otros que es espeleólogo, asumo que estudió ambas cosas. ¿Es así?
—Soy graduado de geógrafo por la Universidad Central de Las Villas y también soy psicólogo graduado en la Facultad de Superación de Psicopedagogía del Pedagógico Enrique José Varona, en La Habana. Mi carrera de Psicología la hice después de pasar varios postgrados relacionados con esta materia. He sido profesor de varias asignaturas, principalmente de Geografía y Psicología, aparte de Economía. Llegué a ser profesor en la Escuela Nacional de Espeleología.
Antes de venir para Chambas Roberto ya era educador y ha dedicado toda su vida a la enseñanza, llegando a alfabetizar a tres personas. Pero el día que decidió subir una loma y penetrar una cueva cambió el rumbo que su educación tenía.
“Mi primera experiencia como espeleólogo fue en una noche muy fría. Yo tenía 21 años y era un profesor de Geografía que nunca había ido a una cueva, entonces me fui con unos amigos para saber lo que era una. El frío era irresistible, un amigo llevó su perro y el animal temblaba. Llegamos a Los Cacaos, muy cerca de aquí, con el objetivo de andar las lomas de Las Margaritas. También queríamos recorrer todo el lugar y ver la piedra desde donde los rebeldes emboscaron a los casquitos. Fue muy malo, como casi toda primera experiencia. Lo bueno es que pudimos llevar a la práctica los conocimientos que habíamos adquirido bibliográficamente.
—¿Y entonces, cómo llegó a tener un grupo de espeleología?
—En 1972, por sugerencia de un compañero, hice mi grupo espeleológico con los alumnos de octavo y noveno grados de la secundaria José Tey. Es el primer grupo formado en Chambas. Lógicamente lo nombramos como la escuela. A partir de ahí hemos realizado muchas actividades espeleológicas y se han constituido muchos otros grupos, de los cuales destaca Nauyú, que debe su nombre a un sitio arqueológico ubicado en Falla, Chambas.
Entonces Roberto da una clase entera sobre los asentamientos aborígenes de la localidad. Todo el cacicato, desde las lomas de Cunagua y Las Marías hasta Mabuya. De norte a sur. Repasa los sitios de interés en Los Buchillones, Punta Alegre. Se desvía hacia las cuevas funerarias de Bayamo, en Las Coloradas, y habla de pictografía. Luego concluye con los aportes que los grupos han hecho al municipio para llegar a ser considerado como un lugar de valor cultural.
"Gracias a las investigaciones y expediciones fue fundado un museo en Chambas que alberga las piezas encontradas durante nuestros viajes. Un ejemplo es el jarrón colonial que logramos reconstruir, encontrado en la cueva más alta, cerca del Boquerón. La pieza data de la época del bandolerismo, una actividad puesta en práctica por personas que robaban a los ricos para ayudar a los pobres".
Ahí aprovecha y me cuenta la anécdota de Miguel García, el bandolero más famoso de la Isla en esos tiempos, incluso, me recita un poema popular dedicado a él.
En los Atlas de Geografía Cubana está la huella de Roberto y el grupo Nauyú. Cuando fue corregida la altura mayor de Ciego de Ávila en aquel entonces: la loma de Cunagua, de 309 metros, por una elevación en las cordilleras de Jatibonico del Norte, de unos 443. La elevación fue bautizada en 1990 como Pico 28 de enero, en honor al natalicio de José Martí.
Del descubrimiento del pico, dice Roberto que todavía es algo en disputa.
“Yo fui a dar el dato personalmente y muchos discrepan con quién fue el que notó la característica de la altura. Es algo que debo volver a aclarar, no solo por orgullo personal, sino por llevar la verdad hasta sus últimas consecuencias. El Pico 28 es algo descubierto por el grupo Nauyú. Un grupo de personas que tengo bien claro y anotado con fecha, porque la historia escrita prevalece sobre lo dicho”. Culmina con aire solemne y me recuerda la frase en latín: verba volant scripta manent, (las palabras vuelan, lo escrito queda).
Hay anécdotas que se queda para él porque “sería resaltar la actitud personal”, como si no fuera ese el propósito de una entrevista. Es muy difícil sacarle el “nos’’ del vocabulario.
No obstante, logro saber que ha puesto tres tarjas martianas en el Pico 28; la primera reza: “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército". La segunda se colocó por el centenario de la muerte del Apóstol. La tercera fue utilizada para “protestar enérgicamente contra aquellos que mancharon el honor del Héroe Nacional con sangre”. Para Roberto, martiano insondable, el respeto al Apóstol es cuestión de honor.
Un hombre; campesino, maestro, explorador, padre, científico de la naturaleza, que ganó el elogio de Antonio Núñez Jiménez y la oportunidad de ser miembro de la expedición En Canoa del Amazonas al Caribe, en 1987, muestra hoy el auténtico orgullo de quien ha sido útil para la historia. Para él, formar parte de una de las grandes proezas científicas y culturales del siglo pasado fue: “La experiencia más importante, tanto de mi vida profesional como personal”.
"Fui elegido como representante de la Sociedad espeleológica de Ciego de Ávila. Participé en el análisis científico que trataba de demostrar que Guanahaní (hoy San Salvador) fue la primera tierra descubierta por Cristóbal Colón. Una teoría defendida por la Asociación Nacional de Espeleología y argumentada con conocimientos de expediciones anteriores.
—¿Qué papel desempeñabas como expedicionario?
—Mi parte en específico fue probar que Haití alguna vez estuvo unida a Cuba y que se separaron por el Paso de los Vientos. Primero, de las terrazas de Maisí estudié el bloque y, luego, 77 kilómetros al otro lado hice lo mismo. Hay una similitud total a simple vista de los bloques de tierra. Observando la geología de ambas islas pude constatar la veracidad de la teoría. Remé desde la mole de San Nicolás hasta el Paso de los Vientos y vi todo lo que allí existe y pude comprobar lo estudiado. Todo dice que lo que había entre las dos moles de tierra se hundió. Lógicamente eso está fundamentado por la geología en la tectónica de las placas del Caribe, que han sufrido varios hundimientos y ascensos. La espeleología está muy vinculada con la arqueología, algo que Núñez Jiménez tenía muy presente como fundador de la Sociedad Espeleológica de Cuba.
—¿Si nacieras de nuevo volverías a estudiar las mismas cosas?
—La decisión de estudiar no tiene que ver con lo que llegué a ser, por ejemplo, siempre quise estudiar Matemática y era muy bueno en eso. También quise ser carpintero ebanista e ingeniero automotriz, pero de volver a nacer sería geógrafo, psicólogo y economista otra vez.
“Para mí estas son las tres disciplinas más importantes en la vida del hombre; permiten socializar los conocimientos adquiridos. Yo he definido como importante el conocimiento, el desarrollo personal y el poder transmitir esos conocimientos a otros. ¿De qué te sirve saber mucho si no puedes explicarlo, si no lo compartes con nadie? ¿Qué vas a hacer? Esto lo comprendí cuando cursaba una maestría de Psicología. Lo he analizado y lo he vuelto a analizar y es así mismo. El intercambio es el único valor del saber”.
—¿Es la espeleología de hoy tan ferviente como la de antes?
—Actualmente la espeleología no es tan entusiasta como en otras épocas, pero todavía estamos vivos. La espeleología es el desarrollo del vínculo hombre-naturaleza. El hombre tiene que aprender a vivir con ella o, de lo contrario, desaparecerá; hoy el hombre está apartado del pacifismo de las comunidades primitivas.
Después de una hora y once minutos Roberto estaba relajado, en una postura informal. En algún momento pensé que hacía falta un libro muy grande para guardar todas esas experiencias al resguardo de su buena memoria.
El libro de la buena memoria, que así le pondría yo, se encargaría de hacer saber a otras generaciones quién es este hombre. Uno que ha hecho de todo para halagar a la naturaleza y a la existencia misma del ser humano, como partes indispensables de la materia fundamental del universo. Sí, Roberto es materialista.
Roberto Taylor tiene su tierrita a un kilómetro del pueblo, va y la peina todos los días. Convive tranquilamente con la vida y la urbanidad. Habla con una euforia infantil de su parcela, lazo que lo ata amoroso a la rutina del campo, y recita brillante, porque es una absoluta verdad: "Yo no aspiro más grandeza, más orgullo y más solar que el poder vivir en paz, en un sitio propio mío, a las márgenes de un río sobre un terreno feraz ".
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