Un matrimonio de ciencia y batas blancas

Ella dice que se conocieron por obra del azar. Es una afirmación ingenua. La unión de Daisy y Ángel tenía que suceder porque sí. Aunque al principio solo hubo un pretexto romántico, el destino traía sus propias intenciones: regalarles la posibilidad de explorar juntos el campo de la investigación médica.

Una vez que supieron con certeza que el amor vino acompañado de compartir saberes, iniciaron un estudio sobre la “Neuromotorización en el traumatismo craneoencefálico grave en pediatría”. Después de veinte años de estudios, esa resultaría la tesis doctoral de Daisy Abreu Pérez, con la tutoría del Dr. C. Ángel Jesús Lacerda Gallardo. Por el resultado de la investigación obtendrían el premio nacional de la Academia de Ciencias y, a consideración de especialistas, sería uno de los logros más importantes del ramo en 2024.

Desde Morón, vinieron hasta la Universidad de Ciencias Médicas de Ciego de Ávila, para recibir una serie de elogios por su labor científica, durante el balance anual de las ciencias biomédicas. Invasor también llegó hasta la institución estudiantil para hacerles la historia “clínica” en una oficina de rectoría.

Su relación comienza en 1999. Recién graduado de la especialidad de neurocirugía por la Universidad camagüeyana, él cumplía su servicio social en el Hospital Provincial Roberto Rodríguez Fernández. Ella también asistía a ese centro médico para recibir clases prácticas de pediatría.

Luego de Daisy obtener su título, empezó la vida laboral en un área de salud del poblado de Tamarindo, en Florencia. En 2001, cursa un diplomado de terapia intensiva en el Hospital Pediátrico José Luis Miranda, de Villa Clara.

“Al regresar a Morón, fui a trabajar a la sala de terapia intensiva, que guarda estrechos vínculos con la neurocirugía. Ahí nos consolidamos como pareja. Aparte del aspecto personal, nos fuimos complementando mucho en lo profesional”, cuenta Daisy con la mirada perdida en la nostalgia.

Ángel, desde antes, deseó que le llamaran comúnmente “Doctor Lacerda”. Aunque siempre expuso que su mayor interés era alcanzar la carrera de Medicina, jamás sus únicas aspiraciones fueron lograr un título para atender pacientes, sino continuar estudiando a profundidad y escribir artículos.

“Les decía a mis padres, en la etapa preuniversitaria, que me gustaría avanzar en el campo de la ciencia. Por suerte, la carrera tiene la particularidad de que la teoría se fundamenta en la práctica. Quienes nos graduamos de Medicina tenemos en nuestras manos el sustrato de la investigación”, reflexiona Ángel, mientras hace un ademán para mirar la hora en el móvil.

Viste con la elegancia que amerita el encuentro. Sin que fuera un requerimiento, tiene puesta además su bata blanca. A partir de que comenzó la carrera, jamás se la ha quitado. Durante años, su consagración ha sido total, al punto de restarle horas al sueño para ejercer la neurocirugía, ser profesor e investigador titular. “En días normales, yo duermo entre cuatro y cinco horas”, le dijo a Invasor en 2021.

Según aquella entrevista, Lacerda Gallardo alcanzó su título de Doctor en Ciencias con propuestas para modificar procedimientos quirúrgicos de la craneotomía descompresiva en el tratamiento del traumatismo craneoencefálico (TCE) grave.

Si bien ese pudiera constituir su mayor aporte a la Medicina, fue pionero, junto al servicio del hospital de Morón, en aplicar la laminoplastia, en el uso de la anestesia local para las operaciones de hernias discales cervicales, o en la práctica de las cirugías ambulatorias, “que en esta especialidad es prácticamente un tema tabú”, explicó en aquel momento. Su determinación y experticia lo convirtieron en presidente de la sección de TCE en la Sociedad Cubana de Neurología y Neurocirugía.

Daisy, por su parte, fue consolidándose como especialista de primero y segundo grado en pediatría, profesora titular e investigadora auxiliar. En ese período, hizo la maestría en Urgencias Médicas y perfiló el doctorado.

Ninguna de estas responsabilidades representaba una carga para Daisy y Ángel. Lo que tal vez lamentasen es que le robara tiempo de compartir con sus dos hijos y nieta. “A veces tengo a mi nieta en brazos y estoy pensando en técnicas, tratamientos para los pacientes o en publicar en una revista científica”, ejemplifica él.

Tras horas de cirugía o de guardia en el hospital, volvían a la casa, que es como si fuera una especie de “clínica”, porque seguían evaluando las posibles evoluciones de los pacientes o preparándose en los ámbitos académicos y científicos.

Ángel nunca ha pensado en desistir y, de habérsele cruzado esa idea por la mente, la hubiera desechado de inmediato. “Trato por todos los medios de llevar los tres campos a la par. Son verdaderamente apasionantes. No se trata de trabajar para quedar en el recuerdo, considero que las investigaciones deben permanecer como experiencias para futuros aportes. Eso busco inculcárselo a los residentes y los médicos que están bajo mi supervisión, incluida mi esposa”.

A su tesis doctoral de “Neuromotorización en el traumatismo craneoencefálico grave en pediatría”, Daisy le añadió más de dos décadas de lecturas e indagaciones y el saber acumulado en la sala de cuidados intensivos. El resultado, además del mencionado premio nacional de la Academia de Ciencias, consigue un alto impacto dentro de la Medicina avileña y repercute más allá de estas fronteras.

“El estudio propone una serie de técnicas para diagnosticar a cada paciente de forma particular. Establecemos valores de presión intracraneal, de perfusión cerebral y compliance intracraneal de acuerdo a cada grupo de edad. En relación a estos valores y basados en las características de la tomografía, se crean algoritmos que definen la conducta, o sea, los pasos, pautas a seguir”, explica la autora con énfasis que el método es complejo, pero eficaz y personalizado.

Precisamente, para Ángel uno de los valores del trabajo científico es que se enmarca en la denominada “medicina de precisión, en boga por estos tiempos. La investigación presenta nuevas concepciones y una transferencia de tecnología de pacientes adultos a niños, para su disposición en los centros cubanos y de otros países sin un desarrollo tecnológico suficiente donde pudieran ser tratados estos casos”.

Como su esposa es incapaz de hacerlo por modestia, Lacerda presume de cuánto significa la labor de ella: “Con trabajos así, el (hospital) Roberto Rodríguez mantiene un liderazgo no solo provincial, sino a nivel de país, en lo que respecta al tratamiento de los pacientes adultos y pediátricos con TCE grave. La propuesta de extensión a otros hospitales es muy positiva para la Salud Pública cubana”.

En ese instante, interrumpe la conversación la Dra. Yurisan Espinosa Ponce, directora de Ciencia, Tecnología e Innovación en Salud Pública, porque daría inicio el balance y, consigo, el debate entre los presentes sobre cuánto más debe aumentar el quehacer científico.

Tras los intercambios, la propia Yurisan leyó el informe con los principales acontecimientos del año. Fue relevante la aprobación de un programa territorial cuyo propósito es tributar a mejorar la calidad de los servicios generales y del Programa de Atención Materno Infantil, como mismo colaborará a la formación con calidad de recursos humanos.

Ciego de Ávila cuenta, en la actualidad, con 84 proyectos en ejecución y 225 investigadores, entre ellos, un miembro titular y uno de honor de la Academia de Ciencias de Cuba. Quien posee ese último y prestigioso crédito se apellida Lacerda Gallardo.

Durante el balance, hubo espacio también para reconocer que dos avileños se alzaron con los Premios Anuales de Salud en las categorías de artículo científico y tesis de maestría y con uno de la mencionada Academia.

Antes de que Daisy iniciara su pequeño discurso, los presentes en la sala se levantaron de sus asientos y aplaudieron durante un minuto. Con más emociones que razón, Daisy expresó: “La ciencia no se hace sola ni en un día. Este estudio fue planificado y tomó un amplio período de tiempo. En el 2010, después de terminar la maestría sobre el mismo tema, comenzamos la encuesta de casos de pacientes con TCE grave. La idea es emplear la neuromotorización, la máxima tecnología, pero si no tienes los recursos suficientes puedes apoyarte en los otros algoritmos de trabajos explicados ahí, basados en clínica e imagenología.

“Debo agradecer mucho la ayuda del Dr. Ángel y el equipo neuroquirúrgico. Llevó mucho esfuerzo y dedicación de parte de todos. Me queda decirles que siempre se puede, con perseverancia sobre todo”.

Al concluir el balance, cuando los doctores se despedían de sus colegas para salir hacia Morón, Invasor les insistió en que respondieron al menos dos interrogantes, a propósito de que el 15 de enero es el Día de la Ciencia Cubana.

¿Cómo superan a diario las adversidades de un país con tantas limitaciones económicas?

Daisy Abreu: “Es bien difícil hacer ciencia desde un municipio que no es cabecera, en el centro del país. Lo más importante, de todos modos, es el interés de los investigadores. Las dificultades son grandes, siempre va a haber carencia de medicamentos, pero generalmente hay alternativas. Si no se puede poner manitol, se pone succión salina al tres por ciento, por ejemplo. “Muchas veces no se conoce de estos estudios porque en la capital, de alguna manera, se centra toda la atención; pero en la atención neuroquirúrgica el hospital de Morón es un centro de referencia, como hemos dicho”.

Ángel Lacerda: “Si bien a veces no disponemos de los recursos que están en otras provincias, sobre todo en la capital, aquí se trabaja también y se divulgan esas informaciones en los medios más importantes de Cuba.

“Cuando ves un resultado, puedes creer que es fácil. No lo es. Como parte del estudio, muchos pacientes fueron intervenidos quirúrgicamente. Nosotros no contamos con tecnología de última generación ni mucho menos. Nunca hemos tenido un craneótomo, que disminuiría el tiempo de la cirugía. Creo que eso da más valor al trabajo hecho. Cuando no tienes los elementos, debes innovar”.

Ante la crítica situación, ¿la ciencia pudiera “salvar” al sistema de Salud? ¿Por qué?

Ángel Lacerda: “Creo que sí. Tengo esa convicción. Para un solo profesional es imposible, pero si nos ponemos muchos a pensar sobre alguna cuestión, se logran adelantos importantes. Hoy el mundo funciona y evoluciona con la aplicación de la ciencia a todos los ámbitos de la sociedad.

“Lo que no se puede hacer al libre albedrío, ni ha de ser solo intencional. La ciencia debe llevarse a cabo por encargo, para brindar soluciones a determinados problemas. Debe existir un engranaje entre la academia y las estructuras organizativas o administrativas que vayan a ejecutar el resultado. A veces sucede al revés, la investigación va por delante de la solicitud. Siento que podemos estar subutilizados. Y repito, estoy convencido de que negar la ciencia es negar el desarrollo.

A Invasor le faltaron unos minutos para preguntarles qué harían en lo adelante. Seguramente hubiese sido innecesario. Lo más probable es que Daisy y Ángel sigan haciendo ciencia, con iguales dosis de amor y experticia.