Pequeñas grandes cosas del huerto de Jorge y Julia

Fruto de la laboriosidad de esta pareja, prospera en Majagua desde hace más de un lustro

Mucho cepillo ha dado a la ropa de trabajo el matrimonio de 30 años que forman Julia y Jorge, dos majagüenses que solo se traicionan con la tierra, en un amor público y compartido, del que siempre llevan encima las huellas. Tampoco la tierra obvia las pisadas de ambas personas, por lo que, en pago, da a luz esas pequeñas grandes cosas que germinan en el huerto El Mango.

En el poblado cabecera de Majagua, al suroeste de Ciego de Ávila, es difícil que alguien desconozca las energías de una señora de 65 y un señor de 63 almanaques deshojados, quienes, desde hace más de un lustro, reconvirtieron cerca de 100 metros cuadrados de tierra en un área sumamente productiva.

Cuenta Jorge Negrín León que el propietario del patio, Jorge Casas, le comentó un día: “quiero sembrar esto de hortalizas, pero que sean ustedes. Y así empezamos”.

Agricultura urbana

Mientras se sacude las manos, después de salir del cantero, Julia Gómez Gómez agrega que allí, anteriormente, se sembraba malanga para la familia del dueño, luego empezó a enyerbarse el suelo y a meterse caballos adentro.

Entonces, aparecieron los brazos que, en breve, harían prosperar la zona. Experiencia sobraba. Ellos, así de juntos para donde sea, trabajaron por alrededor de 20 años en el organopónico La Playita, con muy buenos resultados. Tristeza es lo que sienten al evocar esa etapa, pues poco queda del esplendor que tuvo.

Julia se jubiló allí. “Esto es lo único que he hecho en mi vida; no sé hacer otra cosa”, resalta. Obviamente, cuando ella pensaba ir a “enterrarse” en la casa, la idea de establecer “El Mango” le devolvió la pasión por el cultivo de hortalizas y vegetales. “Lo que nos gusta es sembrar, guapear para que el pueblo tenga más”, sentencia.

Viven, aproximadamente, a un kilómetro del huerto, distancia que recorren en ida y vuelta, aunque a Jorge sí le toca retornar por las tardes a echarle agua al sembradío. Por cierto, ¿de dónde sacan el líquido que mantiene la humedad de unos 50 canteros?, inquirí.

Agricultura urbana

“Tenemos un pozo con brocal, que nunca se ha secado. El agua la subimos a los tanques con una turbina que lleva 76 años ahí, a la que se le arreglan algunas cosas, de vez en cuando, y sigue en la pelea.” Uno, por si no escuchó bien, curiosea: ¿dijo usted 76 años? “Así es, y rara vez falla”, repite Jorge.

Al salir del platanal que rodea el añejo artefacto, continúan los detalles. Una mata de tomate placero, con frutos de un tamaño mayor al de un mamoncillo bien crecido, se cuida allí con vistas a la obtención de semillas y su posterior reproducción en el huerto, variedad del alimento “bastante perdida”, según refiere el propio productor.

Agricultura urbana

— ¿La gente viene a comprar a este punto alejado del centro del poblado?

— Sí, sobre todo en fechas de celebración. Estamos cerca de la placita El Mango, de donde las personas nos ven; y Martha Gómez Gómez, hermana de Julia, nos saca los productos a la calle, en su triciclo. Vendemos a un precio al que la gente le llegue. Recogemos más de 1 000.00 pesos en la semana, para compartirlo con el dueño de la tierra, quien también ayuda, cuida la producción y arregla lo que haga falta, entre otras cosas.

— ¿Ofertan todo el año?

— Ahora mismo estamos en un proceso de transición a otros cultivos, como la habichuela. Cada uno de los productos tiene y merece su tiempo. De forma general, podemos brindar, en distintos meses, rabanito, ají chay, culantro, ajo porro, plátano, lechuga, acelga, remolacha, zanahoria… Producimos los 12 meses y, en cualquier espacio, plantamos lo que se pueda.

— ¿Tienen problemas con las semillas?

— Se nos dificulta conseguirlas y, si las encontramos por ahí, las compramos. También pensamos en cómo obtener nuestras propias de culantro, lechuga, ají, berenjena… Lo importante es buscarle solución a las dificultades. Pensamos en usar más el abono orgánico, por ejemplo, con plantas que dejamos perder y otros componentes naturales que mezclamos por seis meses.

Pero Jorge tiene otro compromiso laboral. Él es utilero en la Banda de Concierto Municipal, perteneciente a la casa de cultura La Edad de Oro, si bien la pandemia de la COVID-19 lo ha puesto al cuidado de un punto de control a la entrada de Majagua desde la comunidad de Orlando González o a hacer guardias.

Este matrimonio del surco no pone mínimos a sus ambiciones y “guapea” duro en el patio. En lo que Julia coge la simiente y la introduce a dedo en la tierra, Jorge estudia qué plantar en la parte de tierra arenosa. En lo que una esquina espera por 60 posturas de café, en otra se erige una loma de abono orgánico.

“Siempre hemos salido bien”, concluyen. Acto seguido, las columnas vertebrales de los sexagenarios majagüenses se encorvan y estiran, una vez más; los dedos parecen llegar a la esencia misma del subsuelo e injertarle sus espíritus. Cada cantero es desprendimiento de voluntad, y cada fruto, un sorbo de vida.