No siempre es un placer

Una historia de vida que no puede contarse sin hacer referencia al consumo prolongado y excesivo de alcohol

Magdiel, el más pequeño de 10 hermanos, fue consentido por sus mayores y Nora, que lo tuvo con 54 años cumplidos, lo visitaba con frecuencia en las escuelas donde estudió. Se hizo profesor de Biología. Llegó a ser un excelente profesional al que sus alumnos le tenían mucha estima; sin embargo, algo, nunca se supo qué, no lo hacía sentirse realizado.

Se casó con la novia de la adolescencia, pero tampoco duró mucho tiempo aquel matrimonio. Sobrevino el divorcio y con el tiempo optó por buscarse otro trabajo.

Encontró una nueva compañera, volvió a contraer nupcias y consiguió otra ocupación. Blanca le dio un hermoso bebé y todo marchaba bien en su vida. El niño comenzó a crecer, con las complejidades propias de esa etapa en que se enferman una y otra vez, y la que fuera una amorosa esposa, agobiada de tantos problemas, se refugió en los cigarros y con ella Magdiel, que ya tenía ese dañino hábito desde joven, hizo igual.

A él en el nuevo centro de trabajo le iba bien, lo respetaban, cumplía con su labor, ayudaba a los demás e hizo nuevos amigos. Al fin se realizó su sueño, está en lo que le gusta; pensó la familia. Pero las “amistades”, cuando terminaban las faenas, algunas veces lo invitaban a darse unos traguitos, a conversar, a jaranear y a fumar.

La frecuencia de los tragos se incrementó, y ya era una botella, dos, tres; a veces llegaba a la casa y no sabía cómo, provocando una irascible actitud y un mayor agobio en su mujer. La presión de su familia, la pequeña y la grande en la que se había criado, lo llevó a “intentar zafarse de aquello”, a dejar de beber, pero los “socios” nuevos y viejos lo arrastraban, decía él, y “no puedo hacerles ese feo, a fin de cuentas es lo que me voy a llevar, con tantos problemas que hay en la vida, eso me relaja”.

Blanca se “tiró al abandono”, cambió completamente el seno familiar de Magdiel, llegaron los desacuerdos conyugales, sin motivo aparente; los malos tratos al hijo y a su pareja, quien fingió enfermedades y se pasaba días en cama para “obligarlo” a atender la casa (cocinar, fregar, atender al niño y hasta lavar y limpiar).

Y él lo hizo; para lograrlo se tomaba sus botellitas. Y el hijo fue creciendo en ese ambiente; quería a su padre, pero lo rechazaba porque estaba casi siempre tambaleándose, hablaba de modo tropeloso, casi no se alimentaba y fumaba demasiado. Así, de a poco, fue perdiendo la estimación de ellos, también de sus compañeros de trabajo, que comenzaron a criticarle el aliento etílico, los incumplimientos y el descuidado aspecto. Perdió entonces a sus verdaderos amigos y comenzó a marginarse.

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La ya desatendida esposa se cansó y él tuvo que recurrir a la casa materna. A pesar del comportamiento anormal, el trastorno que estaba sufriendo su personalidad y el distanciamiento, encontró abrigo en Nora, la madre que, callada, sufría la vida que llevaba su hijo menor. Le prometió dejar de beber y en los primeros meses que convivió con ella parecía otro, todo comenzó a mejorar. Hasta los encuentros con el niño eran más placenteros.

En la medida en que pasaba el tiempo, no lograba mantenerse sobrio; “no puedo, necesito un trago”, decía; se volvió inseguro, ansioso y hasta agresivo en el hablar y el trato con su madre e hijo, a quienes siempre dijo querer más que a sí mismo. A Nora, en ocasiones, se le perdían dinero y adornos, recuerdos y objetos de la casa; sufría al no ver más aquellas cosas que había atesorado durante toda la vida, porque presentía su destino, y les mentía a sus otros hijos para que no lo aborrecieran, como ya lo habían hecho otros.

Nora se fue apagando y, poco tiempo después, murió. El deseo de vivir del consentido de “su vieja”, quizás porque se sentía un poco culpable, se fue con ella. Magdiel tuvo que regresar a casa de Blanca, su exesposa, pero ya nada era igual. Perdió la autoestima, los conflictos con su hijo crecieron; no lo toleraban. Presentó reiteradas deficiencias en el trabajo, lo que provocó ausencias, desatención a la actividad que desempeñaba y empobreció de manera considerable la economía personal.

Entonces, según él para “olvidarse del mundo, porque todos le habían dado la espalda”, comenzó a consumir cualquier tipo de bebida, desde las originales hasta los inventos que “cuelan” por ahí. Se avejentó, empeoraron su carácter y el aspecto personal, permaneció barbudo para ocultar que, poco a poco, perdía los dientes; y cuando su hermana lo presionó para que se atendiera, ya las lesiones de un cáncer bucal estaban haciendo estragos. La enfermedad avanzó y el deterioro físico se hizo evidente con prontitud.

Cuando en octubre pasado falleciera Magdiel, Blanca lo lloró, quizás porque se había acostumbrado a él, después de tantos años. El hijo se mostró indiferente y recurrió al mal hábito que su padre le enseñó: fumar con vehemencia, y emigró para olvidar lo vivido. Los hermanos mayores y los sobrinos que más cerca estuvieron de él pensaron: descansó; sin embargo, se recriminaron por no haber hecho más por él.

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El consumo sin medida del alcohol se ha convertido en una de las adicciones más frecuentes y graves en el mundo actual; que no solo afecta al bebedor, sino también a su familia y a la sociedad en que vive, dada la desestructuración que provoca en las distintas esferas que conforman la vida del ser humano.

Resulta difícil que el paciente reconozca su enfermedad, porque ello exige la renuncia al consumo de forma necesaria, pero el diagnóstico actual no representa ningún reto a la práctica médica. Cuando el consumo de alcohol se hace prolongado y excesivo, ocurre una significativa disminución de la capacidad de trabajo y manifestaciones del síndrome de dependencia del alcohol o psicosis alcohólica

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Benjamín Climent Díaz en su artículo Clínica orgánica del alcoholismo plantea que existen criterios clínicos que caracterizan la enfermedad y el facultativo puede observarlos en cualquier persona:

o Dependencia psicológica: necesidad del consumo repetitivo para experimentar sensación de placer o mejorar el funcionamiento psicológico (timidez, autoestima, inseguridad, desempeño sexual).

o Alteraciones de la tolerancia: aumentada (necesita mayor cantidad de alcohol para sentir el efecto), invertida (con menor cantidad aparece el efecto).

o Pérdida de capacidad de control: a la cantidad (una vez que la persona comienza a beber no se puede detener hasta embriagarse) o a la frecuencia (con la que se consume escapa de la voluntad del individuo).

o Dependencia física: el organismo se habitúa a funcionar con el tóxico, se expresa a través de síndrome de abstinencia (protesta del cuerpo ante la disminución o la falta de la sustancia en la cantidad y frecuencia acostumbradas), que puede ser de intensidad leve (ansiedad, tristeza, taquicardia, palpitaciones, náuseas y síntomas neurovegetativos), moderada o grave (delirium tremens, convulsiones, coma, muerte).

o Consumo de forma compulsiva: al consumir no se prevé las consecuencias fatales que derivan del efecto de la sustancia.

o Disminución progresiva de disfrute para estar en función del tóxico: renuncia progresiva y voluntaria a actividades placenteras que no se relacionan con el consumo (cine, lectura, teatro, compartir con la familia, actividades sociales donde no se consuma).

o Problemas relacionados con el alcohol, a pesar de lo cual no se suspende el consumo: familiares (disminución en la comunicación, síntoma del presente ausente (la persona está, pero su estado de embriaguez limita su participación en cualquier actividad del hogar), sociales (disminución de prestigio, conductas inadecuadas), laborales (incumplimientos, disminución del rendimiento), judiciales (irrespetuosidad de las normas preestablecidas, actos delictivos) y espirituales (acentuación del egoísmo, disminución del afecto hacia otras personas, necesidad de ayuda a los demás).

Con más de tres de estos síntomas, una persona se considera adicto o bebedor de riesgo. Ingerir bebidas alcohólicas no implica ser alcohólico; hacerlo de manera irresponsable es lo que nos convierte en enfermos. Sin la necesaria atención médica se van agravando los síntomas, aunque el Dr. Jorge Pla Vidal, especialista del Departamento de Psiquiatría y Psicología Clínica de la Universidad de Navarra en España, argumenta que “(…) la medicación es solo un soporte que siempre debe cumplimentarse con tácticas psicosociales”.

Magdiel se convirtió en alcohólico paulatinamente, involucionó durante años, se hizo cada vez más adicto, su alcoholismo avanzó hacia la pérdida de interés por todo; la botella se volvió su centro vital, se transformó de un excelente profesor a un paciente que falleció debido a las consecuencias de una enfermedad que entre todos podemos evitar.