Ramona Georgia Ramírez Pérez llegó a Ciego de Ávila con la vocación tallada en el alma. En 1961, cuando Cuba se declaraba territorio libre de analfabetismo, una niña de nueve años en Mayarí descubría su destino entre cartillas y lámparas chinas.
Ramírez Pérez no lo sabía entonces, pero aquella experiencia marcaría las siguientes seis décadas de su vida, convirtiéndola en una de las maestras más entrañables que ha dado el magisterio avileño.
“Mi padre atendía el movimiento de alfabetizadores. Aquello fue como la Zafra del 70, todo el mundo estaba involucrado”, recuerda Ramona, cuya voz aún se ilumina al evocar aquellos días.
Su progenitor, joven militante de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, coordinaba la llegada de alfabetizadores de toda Cuba y los distribuía en familias con miembros analfabetos.
La casa familiar, una amplia vivienda de madera machimbrada en el batey del central Guatemala, se convirtió en punto de encuentro de los recién llegados.
Con solo nueve años, ella ayudaba a su papá entregando cartillas y documentos. Pero su participación fue más allá: le dieron la tarea de enseñar a leer y escribir a otra niña de casi su edad, Rafaela, de familia haitiana que no dominaba del todo el idioma español.
Sin embargo, página por página, con los mismos manuales de la campaña, Rafaela aprendió. “Fue una experiencia linda. La seguimos viendo hasta que fue mujer”, cuenta.
En 1997, durante un acto de homenaje a los alfabetizadores en Mayarí, Ramona fue reconocida oficialmente: había alfabetizado con nueve años, tenía letra bonita, leía correctamente y calculaba.
Vocación tallada en la infancia
Pero esa vocación venía de antes. “Desde muy pequeña me gustaba hacer la función de maestra en los juegos de roles”, confiesa.
Su profesora de preescolar, Yolanda Ferrer, novia de su padrino Enrique Alberto, la deslumbró con su ejemplo docente.
A los 15 años había terminado el preuniversitario. Su sueño era ser química industrial y trabajar en la fábrica de níquel donde su padre era ingeniero. Militaba en la Unión de Jóvenes Comunistas desde los 14 años en Nicaro, donde los jóvenes trillaban café y cumplían tareas del Comité de base.
Entonces llegó el llamado de Fidel Castro. “Tuvimos que dar un paso al frente los militantes”, recuerda. Se montó en un caballo y cabalgó hacia la zona de Birán. Su destino: la escuela República de Venezuela en Cañada Seca, cerca de Birán.

La maestra popular que se hizo licenciada
Ramona pertenece a esa generación de maestros populares que pasaron de alumnas a trabajadoras sin edad laboral. “Yo no estudié ni en el pedagógico ni en las escuelas emergentes. De estudiante pasé a maestra”, explica.
Los cursos del Instituto de Superación Educacional (ISE) la formaron. Cayó en el Plan Liquidación porque ya tenía aprobadas casi todas sus asignaturas. Se graduó de maestra primaria tan joven que el Ministerio, desde La Habana, cuestionó: “¿Cómo es posible que no tenga 17 años y esté graduada de maestra?”.
María Iris Amoa, director de la región y compañero de estudios, intercedió: “Ella es una de las que más interviene”. Le entregaron el título. Poco después se convirtió en profesora del propio ISE. A los 19 años ya era directora de una escuela.
En 1975, la enviaron al quinto curso básico de la Escuela Nacional de Cuadros Fulgencio Oroz. Luego fue directora de la escuela Carlos Aponte en Mayarí, dirigió un círculo infantil y se convirtió en metodóloga de artistas aficionados y Casas de Cultura.
Avileña de corazón
Llegó a Ciego de Ávila en 1986 e inició una historia de amor con la provincia que la adoptaría. Comenzó como subdirectora docente en el círculo infantil Manzanita, con la misión de transformarlo y sacarlo de una categoría evaluativa bastante deficiente.
Allí sumó esfuerzos y voluntades porque como afirma: “la educación es tarea de todos”, y logró que esa institución educativa de la primera infancia recibiera la evaluación de excelencia.
Luego vinieron las escuelas primarias Alfredo Miguel Aguayo, Alfredo Álvarez Mola, Luz y Caballero, General Antonio en Santo Tomás.
En cada aula dejó su impronta. “Amé inmensamente a los niños y los enseñé con todo el amor y la ternura”, dice.
Su paso más significativo fue por la escuela Josué País, donde permaneció nueve años. Allí enfrentó pérdidas personales dolorosas, pero nunca abandonó las aulas. Desarrolló mediante sistemas de mímica un método innovador para hacer progresar a los estudiantes repitentes de segundo grado.
En aula multifacética se convirtió su casa donde daba repasos a los más rezagados después del horario escolar.
“Jamás cobré un centavo. Yo soy maestra de los humildes, y como dijo José Martí, con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”
Su última etapa profesional la vivió en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Marina Samuel Noble. Llegó con más de 50 años, cuando muchos pensarían en jubilarse.
En ese centro educativo su amor especial fue por los luchadores y boxeadores, quienes no eran tan aventajados académicamente, explica. Se convirtió en su madrina.
A los 55 años le ofrecieron quedarse para hacer la Maestría en Educación. Aceptó. Su investigación se centró en Matemáticas.
Su visión de la enseñanza era integral: “Si hablamos de Economía, ya dices un pedacito de algo político e ideológico, porque esa es nuestra misión: formar ese hombre integral que nos pedía Fidel”.
Ramona se jubiló como Máster en Ciencias de la Educación, pero su legado permanece vivo en los pasillos de cada escuela avileña donde enseñó. Sus ex alumnos todavía la recuerdan y la buscan.
Ella fue delegada del Poder Popular, recibió condecoraciones y premios, pero su mayor orgullo son esos niños que aprendieron a leer con ella. Desde Rafaela en 1961 hasta sus últimos alumnos de la EIDE.
“Todo fue lindo, todo bello, todo con amor”, resume. “Soy de primaria porque si no hay base, la pirámide no puede llegar hasta arriba”.
A sus 73 años, Ramona Georgia Ramírez Pérez sigue siendo la niña que descubrió en una cartilla de alfabetización el sentido de su vida.
Holguinera de nacimiento, avileña de corazón, maestra de vocación. Una de esas maestras populares que construyeron la educación cubana desde bateyes, zonas rurales y escuelas urbanas, convencidas de que enseñar es, ante todo, un acto revolucionario de amor.