Morón, allí donde la naturaleza manda

Decía Hohn Keats que la poesía de la tierra nunca muere y eso es en lo primero que pensé tras hablar con Miguel González López, biólogo de profesión y ecologista por vocación, que tiene en Morón, camino a El Embarcadero, una especie de paraíso propio donde la naturaleza se señorea a través de sus manos y las de su familia.

Como todo buen moronense, el entusiasmo lo infla cual velamen cuando cuenta de su pequeño acuario Aqua Sanlogo, síntesis de apellidos de una familia que, por más de 40 años, se dedica al cultivo de los peces. Para ser más justos, diría que se consagra a cultivar la educación en torno a la salvaguarda del medioambiente, en una ciudad insalubre, todavía, como esa.

Llegar a tan mínima franja de tierra, en una de las barriadas más pobres, y traspasar la verja de metal que camufla, en algo, ese tesoro, es ir de asombro en asombro, como en una de aquellas clases de biología cuando la maestra nos enseñaba a cultivar un frijol en un pedacito de algodón húmedo.

Acuario de MorónLos muchachos juegan a pescar en el rústico estanque del acuarioMiguel no es el que narra, es la pasión por lo que ha sido y es su vida quien te lleva a los estanques de alevines donde te explica cada una de las especies, de diversos países y regiones geográficas, y hasta sobre una planta que degrada los potes plásticos de helado, creciendo bajo el agua, convirtiéndolos en apenas una telilla hasta desaparecer.

Un quijotesco molino de viento deja al descubierto la importancia del uso de la energía eólica, sacándole a la entrañas el vital líquido que viaja a ennoblecer los estanques de cría (a veces de cemento, otras en viejas bañeras o enormes gomas de tractores en desuso), y luego corre por rústicas canales a bendecir un sembrado donde hay una gama de árboles frutales y plantas ornamentales. “Aquí no se derrocha una gota —me afirma— y luego de ser usada vuelve al manto freático pura, porque no empleamos ningún tipo de pesticida en los cultivos, de manera que estamos devolviendo a la tierra, lo que la tierra nos dio, en una cultura del reciclaje que queremos llevar a la conciencia de cuanta persona nos visite.”

Este sueño suma saberes y compromisos en los niños y niñas que acuden allí a vivir la asignatura pendiente más importante de la vida humana hoy: preservar el Planeta.

De modo que no es extraño llegar, una mañana cualquiera, y encontrarse a un enjambre de bulliciosos estudiantes “libando” de este hombre sus conocimientos y, además, tomando parte de lo que allí acontece cuando con el barro, como regalo también de la naturaleza, moldean figurillas que luego irán a integrar el inventado mundo sumergido de las peceras; asesorados por instructores de la Casa de Cultura Haydee Santamaría.

También escriben poemas y cuentos, pintan y hasta participan de un círculo de interés sobre ecología, si en SANLOGO pueden observar, in situ, cómo las plantas acuáticas sirven para atenuar los grupos amoniacales producidos por los peces y caracoles o especies, además del camarón gambarro cubense, filtrador natural en el tratamiento de las aguas.

“El trabajo con los niños autistas es muy gratificante —comenta Miguel. Uno se siente reconfortado cuando ve cómo, a pesar de la incomunicación en que viven, alcanzan a conectarse con el mundo circundante a través del diálogo con animales y plantas, y hasta divertirse; pero la experiencia que más me ha marcado en todo este tiempo es la de una abuela que vino pidiendo ayuda para su nieto, el cual parecía secuestrado por las tecnologías; una especie de zombi que apenas salía de su cuarto, ni caminaba, ni se comunicaba con los demás muchachos, y aquí descubrió que otro mundo es posible fuera de las computadoras.” Uno de los hijos de Miguel, sus colaboradores más fieles, apunta: “El niño necesita embarrarse de tierra, ver la siembra de una planta, hojear un libro de papel, bailar una suiza, jugar a un ‘Pega’o’ o a El escondido, porque si no les estamos haciendo un daño terrible.”

Niño modelando arcillaEl barro se transforma en réplicas, gracias a las manos de los alumnos que acuden a aprender sus misterios, para luego poblar las peceras

Miguel junior y Gilberto, son sus manos para ponerle alas y raíces al proyecto que, en breve, comenzará a recibir el apoyo del gobierno local a través de su plan de desarrollo, como nos informa su autor.

En sus hijos se observa un respeto profundo hacia él, quizás porque fue quien los enseñó a entender el secreto lenguaje del vuelo de un colibrí o cuánto de paciencia de orfebre implica conseguir que la guía de una hiedra prenda, finalmente, sobre una piedra. Entre ellos y un amigo común de la familia mantienen, en el día a día, este pequeño planeta que el mismísimo Principito incluiría en su mapa de afectos.

“No te niego que de esto vivimos y se sostiene, en alguna medida, la familia, pero más allá de los beneficios monetarios nos mueve algo más importante que es compartir, como alimento espiritual, esas silenciosas voces ocultas en un árbol o un pájaro y que a veces, por terquedad o desconocimiento, no escuchamos, si en las manos de todos descansa la responsabilidad de que la vida continúe siendo un regalo para las nuevas generaciones; pero eso exige sensibilidad, dedicación y compromiso”, afirma Miguel.

Antes de irnos nos llevó a un modesto y rústico estanque al que llaman su Fontana di Trevi, de manera que los visitantes, espontáneamente, se giren de espaldas y lancen una moneda para pedir un deseo. Yo también tiré la mía.

Imagino que muchos coincidamos en la misma secreta petición, que sueños como este pueblen los lugares más sucios y más descuidados de esa y de todas nuestras ciudades, para reciclar la basura radioactiva del conformismo en espíritu creativo y en conciencia, si como dijera el poeta y ambientalista norteamericano Gary Snyder, “La naturaleza no es un lugar para visitar, es el hogar de todos”, y allí podemos emprender un viaje de veinte mil leguas submarinas, y más, en una travesía hacia las profundidades del espíritu humano.