Martí: Huella que respira

En enero salimos a buscar su ejemplo en las calles, plazas y parques que llevan su nombre. Creemos encontrarlo en estatuas, fotografías y libros de estudio, sin saber que su ejemplo nunca es más vivo que en todos nosotros.

No está en los ensayos y ni en sus mejores discursos, hasta que alguien los lee y se asegura de sentir en la mejilla “el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”. No habita en las estatuas a las que ofrendamos flores, si al gesto no lo antecede el sobrecogimiento por el honor de honrarle.

• Tras los vientos furiosos de Irma, el Apóstol y un niño nos devolvieron las esperanzas.

Es más fácil hallarlo en los martianos que admiran la elocuencia de su prosa y el compromiso moral con que describió los hechos más trascendentes de su tiempo. En los lectores de sus acertadas estampas de Asia, Latinoamérica, Norteamérica y Europa; de sus crónicas sobre la literatura y las bellas artes; y de su trabajo en las mejores publicaciones del continente.

Arde más luminoso que nunca en el río de antorchas que ilumina una ciudad, un país; en quienes llevan la cultura y la esperanza a comunidades marchitas y echan su suerte con quienes también él lo hizo. Lo llevan bien claro los que saben, como Buena Fe, que es grande la tormenta que nos anima a escampar, y ponderan la discusión en pos de un futuro de calma, porque una república no se construye, diría él, como se manda un campamento.

Pero acaso él preferiría estar presente en cada escuela donde se aprende a leer y escribir, donde se enseña a amar a la naturaleza y a pensar en el beneficio ajeno antes que en el propio. Donde sea camino, inspiración, aprendizaje, convicción y huella.

Huella que respira sin dudas en cada niña piadosa como Pilar y cada niño honesto como Bebé, en los que comparten lo que tienen y no los juguetes que sobran, en los curiosos que abren un libro grande como el de Nené, y en los que quizás no entiendan todavía las operaciones aritméticas, pero ya saben cultivar una rosa blanca.