Maestros en tiempos de desafío

Entre aulas que resisten y vocaciones que persisten, los maestros cubanos mantienen encendida la llama de una educación que va más allá de la instrucción

En cada rincón de Cuba, donde hay un aula, hay también un acto de fe. No la fe ciega, sino aquella que José de la Luz y Caballero definió con precisión hace más de un siglo: “Instruir puede cualquiera, educar, solo quien sea un evangelio vivo”.

Hoy, cuando celebramos el Día del Educador cubano, estas palabras resuenan con una vigencia inquietante en una nación que enfrenta sus propias tribulaciones.

El aforismo del ilustre pedagogo habanero, nacido en 1800 y formador de conciencias durante la época colonial, no fue una mera reflexión filosófica. Fue un mandato ético que atraviesa generaciones de maestros cubanos, desde aquellos que enseñaban a leer bajo el sol del ingenio hasta los que hoy sostienen la tiza en escuelas rurales donde la conectividad es un sueño lejano.

José de la Luz y Caballero entendió lo que muchos sistemas educativos modernos olvidan: la diferencia abismal entre instruir y educar. La instrucción transmite conocimientos, configura habilidades, llena cuadernos. La educación, en cambio, acoge al ser humano completo, transforma corazones, emancipa conciencias. Es, como él mismo proclamó, un evangelio que se vive, no que se predica.

Esta distinción deontológica marcó la pedagogía cubana. Figuras como Félix Varela, maestro del propio Luz y Caballero, quien enseñó que “el que no ama la patria en que nació no puede amar nada”, establecieron que educar era inseparable de formar ciudadanos conscientes, críticos y comprometidos con su realidad.

En la Cuba de 2025, colmada de adversidades internas y presiones externas, el papel del educador adquiere una dimensión heroica. En un milenio donde el mejor amigo de una persona es una realidad virtual como un teléfono que navega en un mar de “verdades dispersas y de mentiras organizadas”, donde las familias luchan por mantenerse unidas en medio de crisis económicas y migratorias, el maestro se erige como el último bastión de continuidad, de valores, de proyecto colectivo.

No están en el maestro las soluciones a todos los problemas que atraviesan las familias cubanas. Pero sí está, como legado de Luz y Caballero, la capacidad de configurar en cada joven un proyecto de vida, una brújula moral, una razón esencial del ser humano: convertirse en una buena persona.

Otra frase a fin al pensamiento cultural de José de la Luz y Caballero es la atribuida a Don Bosco, el santo italiano que fundara la familia salesiana: “Educar es cosa del corazón”, la cual enfatiza también en que la educación verdadera implica un vínculo afectivo profundo, cercanía y transmisión de valores para formar personas.

En tiempos de relativismo moral, de individualismo exacerbado, de fragmentación social, esta tarea se vuelve urgente. Los maestros cubanos, herederos de esta tradición pedagógica, entienden que su apostolado no termina cuando suena el timbre ni se agota en los contenidos curriculares.

Educar el corazón significa enseñar la condición ancilar del ser humano: la capacidad de servir, de ayudar, de respetar al otro. Es reconocer que somos parte de algo mayor que nosotros mismos. En una sociedad que enfrenta desencuentros y divisiones, esta enseñanza se convierte en semilla de reconciliación.

Junto a la familia, el educador constituye el pilar fundamental de cualquier sociedad. En Cuba, donde la educación ha sido bandera histórica, los maestros cargan con el peso y el honor de formar las nuevas generaciones que determinarán el futuro de la nación.

No es tarea sencilla. Los desafíos son múltiples: aulas con recursos limitados, éxodo de profesionales, salarios que no alcanzan, programas que requieren actualización. Pero en medio de estas dificultades, miles de educadores cubanos continúan presentándose cada mañana frente a sus estudiantes, no solo para instruir en matemáticas o historia, sino para educar en paz, amor y crecimiento personal.

Este 22 de diciembre, Cuba honra a sus maestros con la certeza de que mantienen vivo un legado que comenzó con Varela, se consolidó con Luz y Caballero, y continuó con José Martí, Enrique José Varona, Medardo Vitier y tantos otros que entendieron la educación como misión transformadora.

El evangelio vivo del que hablaba Luz y Caballero no es una abstracción retórica. Es la maestra de primaria que enseña a leer con paciencia infinita. Es el profesor de secundaria que escucha al adolescente confundido. Es el maestro universitario que desafía a pensar críticamente. Es cada educador que entiende que su labor trasciende la instrucción y se adentra en el territorio sagrado de la formación humana.

En tiempos donde todo parece incierto, donde las identidades se fragmentan y las buenas prácticas se relativizan, el educador cubano se mantiene firme en su apostolado. Porque, como enseñó el más grande de los pedagogos cubanos, instruir puede cualquiera. Pero educar, formar conciencias, transformar vidas, eso solo lo logra quien sea capaz de encarnar el evangelio vivo de la educación.

Y en Cuba, gracias a sus maestros, ese evangelio sigue escribiéndose cada día en miles de aulas, con tiza y esperanza.