La soledad de Wuhan se cura con la risa de Arisney

Una joven bailarina avileña está en Wuhan, el epicentro de la epidemia de coronavirus, pero no ha perdido la calma ni la sonrisa

inter arisney Arisney López era apenas mayor de edad cuando con 21 años se fue a trabajar a China, de bailarina y profesora de ballet, en 2015 o 2016, no puedo precisar. Por eso cuando hablo con su papá Ariel por teléfono, intrigado él por esta entrevista que ahora Invasor quiere publicar, dice “mi niña” y me quedo pensando en que, ciertamente, los hijos nunca crecen.

El hombre está del otro lado de la línea telefónica mezclando sentimientos de emoción y miedo, en dosis similares quizás, pero adivino que hay más susto, más preocupación. Se le nota en la voz a ratos estremecida, en las palabras repetidas, en los silencios. Su niña Ari está en Wuhan, la ciudad a la que algunos llaman ahora el fin del mundo.

Hablan todos los días por WeChat, aun cuando eso implique comprar datos móviles con esa misma periodicidad. No importa. “No tengo nada más importante en la vida, Saylí”, me dice y le pone una tilde a mi nombre que no lleva, mas no lo corrijo, porque quién soy yo para decirle a un padre que sobra un acento si a él le falta su hija.

• ¿Ya leíste Un avileño en China en los tiempos del Coronavirus?

Pero Arisney López está tranquila mientras hablamos y cuenta que le parece increíble lo que está sucediendo, pues Wuhan es una ciudad bellísima, con mucha vida, y desde que el coronavirus empezó a cortarle la respiración a la provincia, al país, parece un montaje cinematográfico, tan vacía, tan sola.

Y esa sensación de vivir una película de ficción la refuerza, además, cuando sale a la calle por provisiones y de pronto siente que le hablan y mira a todos lados y no ve a nadie. Le hablan desde un dron, aconsejándole que use nasobucos, no esté en lugares con aglomeraciones y permanezca en casa.

calles de china

Ella es disciplinada, ha tenido que serlo para ponerse en puntas y hacer pirouettes y fouettés desde que estudiaba en la Academia Vicentina de la Torre, aunque siente que la cuarentena la hará engordar, porque no hace más que comer, navegar en internet y dormir. En las noches sale al balcón y se estremece cuando la gente ―impotente frente a la tragedia, pero solidaria―, se da ánimos, canta el himno y reza.

“Haz ejercicios, mi niña”, le dice su papá y ella se ríe, arquea los brazos y luego se apoya en la silla para hacer un pliés. Por un momento Wuhan no está tan lejos ni tan sola. Arisney tampoco.