El sudor de los pescadores es escaso por la brisa y salitroso por un mar que le brota de los poros, como si fuera rémora alimentándose de la piel de un hombre, y no un hombre viviendo del mar. Sobreviviendo, incluso, cuando no lo navega ni lo pesca ni lo ve… porque hay quienes pueden darse el lujo de sus recuerdos y vivir también de ellos.
Y aquí están ahora en imágenes que podrían salpicarle la nostalgia a estos días salados por “vientos del norte” que dejan serena, no obstante, las ganas de flotar casi al borde de sus casas en Júcaro o Punta Alegre; dos terruños que siempre se han explicado desde el mar.
Por eso las invocamos en el verdeazul de una jaiba que se desmenuzará luego entre los dedos de una mujer. En los barquitos que en las tarde-noche recalan en su puerto de traspatio mientras los escameros presuntuosos pueden darse el lujo de una semana a mar abierto. Les mostramos pescadores de redes vacías y ensartes llenos. La empecinada manera conque le hacen trillos al agua y le encallan palos que vendrían siendo los prácticos que los devuelven a casa.
Traemos las aves que, a veces, pescan porque ellos pescaron primero y los muelles oxidados por el tiempo, pero nunca solos. Rescatamos la cofradía de las aventuras que se viven a bordo y, algunas veces, no desembarcan. Al mar que se queda en la aleta del tiburón y en la escama pegada a la bota, a falta de fango. Hay nostalgias muy saladas, definitivamente.
Desde Punta Alegre se extrae y empaqueta la masa del apetecible crustáceo
Varas encalladas guían a los hombres de vuelta a casa
Levantar las anclas del puerto no siempre es un querer posible
Pescadores de Júcaro posan para Invasor
Una vez hubo un muelle y la nostalgia no lo ha olvidado
Un tiburón martillo: abundan al Sur de la provincia
Los pescadores siempre tienen algo que contar
Los puertos nunca han estado solos
Las pequeñas embarcaciones, algo grande en la vida de los pescadores
Remanso de paz…, mientras el hombre no llegue
No solo los hombres viven del mar, también las aves