A Serafín Noa Martínez no lo convocaron a la acampada en los potreros de Lázaro López ni le dijeron que debía estar al amanecer del día siguiente en el Parque Martí. Pero él se levantó temprano, más temprano que el Sol debíamos decir, y fue caminando hasta el centro de la ciudad, quizás, porque quería encontrarse entre la multitud que fue llegando de a poco.
El octogenario no buscaba a nadie en específico. Más bien ansiaba recordarse, volver a los días de su juventud, rememorar la adrenalina y el furor de aquellos abriles. ¿Dónde estaba usted el 4 de abril de 1962?, le digo, y él cuenta que aquí, en Ciego de Ávila, formando parte de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).
Camino a Girón, un año antes, una bala en la pierna, casi a la altura del tobillo, le impidió el combate y, luego, Fidel lo envió junto a otros jóvenes heridos a terminar de curarse y rehabilitarse en la Unión Soviética.
En abril de 1962, cuando el Comandante en Jefe propuso que la AJR cambiara su nombre por Unión de Jóvenes Comunistas, durante la clausura del congreso de aquella organización juvenil, Serafín Noa era un muchachón veinteañero que entendió a la perfección las palabras del Líder:
“No va a ser fácil, no va a ser fácil, porque ser Joven Comunista no significará privilegio de ninguna clase, sino todo lo contrario: ser Joven Comunista significará sacrificio, significará renunciamiento, significará abnegación; ser Joven Comunista significará que por su conducta, dondequiera que se encuentre ese joven, podrá contar con el reconocimiento y con la admiración de todos los demás jóvenes, con el reconocimiento indiscutible y la admiración ilimitada, por su conducta, de todos los demás jóvenes. No será, de ninguna forma, que cuente con el reconocimiento porque alguien lo haya señalado de dedo, porque alguien lo haya designado de dedo o porque alguien lo haya situado en un cargo determinado.”
Después estudió Diseño de Automóviles, fue policía, “caballito de carretera” (con medalla XX aniversario del MININT), taxista; militante del Partido desde que tuvo edad, esposo, padre y abuelo de familia. “Revolucionario”, concluye.
A sus 81 años Serafín ya no cree en que los hombres no lloran. Con los ojos anegados saca del bolsillo izquierdo de su camisa de Agente de Protección un carnet rojo con páginas amarillentas y lo muestra como un preciado bien, que guarda allí, en el lado del corazón, 57 años después.