La bodeguera de Ciego de Ávila que quería ser psicóloga

Por su talento para tratar con las personas, Ivis no necesitó salir de Ciego de Ávila para estudiar la carrera que quería. De cómo cambió las consultas por el mostrador de una bodega, Invasor te cuenta.

Ivis no tuvo un buen par de zapatos y una economía desahogada en pleno Período Especial para ir y venir los fines de semana de Ciego de Ávila a Camagüey. Eso era lo único (y lo mucho) que necesitaba si quería estudiar Psicología porque talento y ganas le sobraban, mas su mamá no podía costearle los zapatos, tampoco los viajes y fue ahí cuando todo empezó.

Como había aprendido algo de electricidad para repararle a la madre los equipos electrodomésticos rotos en casa, imaginó que al cursar el técnico medio en esa especialidad podría satisfacer sus ganas de hacerse profesional y dejar a un lado el mundo de las batas blancas y las consultas. Pero no.

Fue gracias a una amiga que logró asistir a un curso en el Centro de Capacitación del Comercio. Con 18 años, Ivis Machín Ávila se convertía en la dependienta de la Unidad La Unión del reparto avileño Maidique, bajo el ojo crítico de la administradora María Elena, quien le enseñó por diez años a lograr sus metas a base de esfuerzo.

Se acostumbró a levantarse a las cinco de la mañana para estar a tiempo en el trabajo, a responder por sus errores como novata cuando María Elena la llamaba en privado y a forjar a la mujer que es hoy.

Pero, como su espíritu de superación era más grande, se dijo a sí misma que no pararía hasta hacerse administradora y lo logró. Después de varios cursos de dirección y de aprender a amar al comercio como amaba a la Psicología, comenzó a llevar las cuestiones económicas tras un buró, a conversar con sus trabajadores en privado los problemas de la bodega, tal y como lo hicieron con ella.

Hace tres años está al frente de la unidad La Victoria, en el centro de la ciudad de Ciego de Ávila y su bodega abastece a 1 154 consumidores, muchos de ellos ancianos, agrupados en 447 núcleos familiares, que se dicen rápido pero son números considerables para ella, Albertico y Silvio, sus subordinados o mejor dicho, la otra familia.

El día en que la bodega no esté limpia, a más tardar a las seis y cuarto de la mañana o no se monte en la bicicleta y vaya a darle una vuelta por la madrugada para ver si todo está bien, ese día a la administradora le pasó algo. Porque a la hora que usted llegue se la va a encontrar limpia y organizada: a Ivis y a La Victoria.

De la misma forma que no sería quien es si no se agobia cuando un cliente se queja de algún trabajador, pues es capaz de aplicar las medidas más drásticas si el consumidor está en lo cierto. También la ataca el insomnio y la falta de apetito cuando se ve imposibilitada de entregar algún documento a tiempo, porque no le gusta que le llamen la atención.

Por eso y por lo cariñosa que es con la gente, hay quienes compran un poquito de café y son capaces de compartirlo con su bodeguera o se ponen molestos cuando hay otra persona detrás del mostrador, a excepción de Albertico. No importa cuánto demore buscando y trayendo los productos, el asunto es que tiene que ser ella.

 ivis Ivis, la psicóloga tras el mostrador

“Y gracias a Dios que mis clientes me quieren”, pero, cómo no quererla si podría quitarle el mal genio a cualquiera con un abrazo en medio de la cola, como lo hizo mientras estuvo en la doble función de dependienta y jefa. Aunque, por un tiempo, la técnica dejó de funcionarle con eso de las debidas distancias y el coronavirus, así que prefirió tocar a la puerta de más de 20 casas para hacer entrega del pollo y así abrazarlos desde lejos.

¿Qué no aceptaría hacer jamás? Engañar en ningún sentido, ya se los decía líneas arriba, el día que eso ocurra estaremos hablando de otra persona. ¿Cuál es su vicio? Leer al menos dos horas al día y saca de su bolso Gente que yo quise, de Enrique Núñez Rodríguez para decirme que “está buenísimo el libro”.

Aprovecha y me cuenta de sus gemelas, el nieto y de cómo cada domingo deben visitarla a su casa o si no la semana empieza fatal. De su madre con demencia y de sus historias guataca en mano.

Vuelve a agradecer a Dios por tanta dicha, aunque no es religiosa pero “hay que creer en algo”, mientras esta periodista celebra en silencio la escasez de zapatos y dinero de los años 90 que pusieron a Ivis detrás de un mostrador. Total, psicóloga ya es.