Iraida, la chica del cable

En el Día del Trabajador de las Comunicaciones en Cuba Invasor cuenta la historia de una operadora telefónica, hoy ejecutiva comercial, que le ha entregado su vida a esa labor

iraidaSayli Cuando aquel telegrama con letras diminutas y a dos espacios en máquina de escribir llegó para cambiarle la vida, Iraida Roche Muñoz no tenía la menor idea del principio de funcionamiento de la telefonía. Es más, probablemente ni hubiera llamado alguna vez por teléfono, muchacha humilde de solo 17 años como era.

Para ese momento su historia ya había comenzado a escribirse en renglones hechos a mano alzada. No pudo continuar estudios y llegar a la Universidad, a formarse en Medicina o Enfermería como siempre había querido, y la maternidad parecía una pausa que terminaría por alejarla de un oficio o profesión. Pero su madre, con esa fuerza inescrutable y verídica de todas las madres, la alentó a inscribirse en la convocatoria para operadora telefónica de larga distancia.

Se presentó el día señalado con la ilusión de una jovencita soñadora, solo para darse cuenta de que, como ella, había un centenar haciendo fila, con los dedos cruzados en señal de buena suerte y deseando ser las escogidas. Eran más sueños que posibilidades reales, por eso, al regresar a casa, Iraida amagó con dejar caer las alas de su ilusión, mas otra vez su madre, con esa sabiduría para decir las palabras correctas en el instante oportuno de todas las madres, recordó que ya no eran los tiempos en que se necesitaban influencias para acceder a una oportunidad.

Con ese pensamiento se mantuvo hasta que Manolo, el querido cartero Manolo de su barrio, le trajo el telegrama que la puso, más de treinta años después, a la sombra de un árbol para rememorar sus inicios.

De entre aquel centenar de aspirantes resultó escogida entre las seis mejores y fue entonces que empezó la historia de la chica del cable avileña. “Aunque eran épocas distintas, lo que se vio en la serie española es muy parecido a lo que viví”, recuerda Iraida.

Tuvo que memorizar los códigos de todas las provincias y municipios del país. Mientras velaba el sueño de su hijita de seis meses estudiaba hasta la madrugada, porque en el segundo en que entrara una llamada a aquella pizarra de 24 posiciones, llena de cables y bombillos amarillos, no tendría tiempo (ni podría) sacar un “chivo” con toda la numeración.

Historia de la telefonía en Cuba

La central telefónica tenía un régimen casi militar. Debía entrarse con zapatillas de tela en los pies, como en los salones quirúrgicos, y con camisón y pañoleta en el pelo. No se podía conversar con la colega de al lado, a la jefa le decía la Oficiala. “Sentí una emoción tremenda, pero también miedo, por la tensión”.

Sin embargo, la belleza de ese trabajo la enamoró irremediablemente. “Era lo más lindo del mundo. Detrás de una lucecita había un cliente esperando. No se podía perder tiempo, porque no sabías si se trataba de una llamada de auxilio, un incendio”.

Al temor inicial por equivocar la conexión lo fue desterrando la práctica y el trabajo diario. Tanto que fue elegida la mejor entre todas las operadoras y como “premio” le dieron la posición más difícil, la 15, la que nadie quería, que recibía las llamadas de las públicas de toda la provincia.

Unas veces eran cortas, apenas para un recado, una buena o mala noticia, o un pedido de ayuda, pero en otras había que poner toda la ética y paciencia del mundo, porque había que mandar a buscar a la persona o no se escuchaba bien, y entonces las chicas del cable como Iraida tenían que hacer hasta de mensajeras del amor. “Dígale que yo la quiero, que vuelva a la casa”, tuvo que repetir en varias ocasiones.

Ella cuenta esto ahora y habrá quien no logre comprender de qué se trata, instantánea y supersónica como es la telefonía actual, porque más de dos generaciones ya no saben que antes las cosas se hacían con calma. Que debía marcarse en teléfonos de discos el código de larga distancia y esperar que la operadora del otro lado de la línea preguntara con quién se quería comunicar. Y luego esperar más, mientras marcaban ellas mismas el número deseado…

Por eso Iraida Roche Muñoz, ejecutiva comercial del Centro de Venta (Telepunto) de la División Territorial de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (Etecsa), habla con dulzura de esos días que comenzaron a cambiar en los 90 del siglo pasado, y todavía más a partir de los 2000, cuando al amasijo de cables y bombillitos los sustituyeron las pizarras digitales, y la telecomunicación empezó a parecerse a como la vemos en la actualidad.

De entonces a hoy no hay quien pueda calcular cuántas llamadas pasaron por las manos de Iraida, o a cuántos clientes guio en la resolución de un trámite, clientes que si no es con ella no quieren pagar sus facturas. Se podría hacer el intento y contabilizar todos los cursos de superación dentro y fuera de la provincia, todas las nuevas ejecutivas que aprendieron de su ejemplo el rigor y la profesionalidad.

Como lo aprendió ella de su gran amiga María del Carmen Rivas, jefa de brigada y hermana de la vida, a quien perdió durante la pandemia de coronavirus, y que rememora ahora con lágrimas y un nudo en la garganta, porque, aunque la recuerda risueña y jaranera tal cual siempre fue, la extraña demasiado.

Y mirándola emocionada, haciendo pausas para acopiar aliento y valor para seguir conversando, sí podríamos tener la medida exacta de cuánto le gusta a Iraida haber sido una chica del cable y, por lo mismo, cómo va a extrañarlo todo cuando llegue ¿la jubilación?