Lo que a continuación reseñamos es apenas un poco de ese todo: el primer día de trabajo, la primera nota, el desafío, las vueltas del destino…
Un periódico es un amasijo de letras y pasiones, antes en blanco y negro, ahora a todo color. Un periódico, decía Martí, es un papel condenado a desaparecer en horas o días, en el que, sin embargo, se escribe para años. Es, acaso, una contradicción fundamental: siendo una vitrina para lo instantáneo y, a ratos, efímero, entraña la secreta aspiración de trascender.
No hay vanidad fatua en ello, aunque lo parezca. Se escribe, las más de las veces, para los demás, desobedeciendo los apetitos del bien personal. Y ese mandato martiano, sumun del Periodismo hacia el que caminamos cual horizonte, es hacer un periódico generoso, que es decir una columna, un sostén, un pilar sobre el que poner todo el peso de una hora.
Este periódico cumplirá, al amanecer del martes 26 de julio, 43 años de entintar la realidad. Recordamos en este minuto a quienes mezclaron su sudor con los linotipos, a quienes respiraron profundo antes de apretar el obturador; aquellos que convirtieron reuniones anodinas en información fidedigna o en crónicas de culto; a los que sin salir a zapatear la noticia la organizaron, la corrigieron, la maquetaron y la imprimieron.
Lo que a continuación reseñamos es apenas un poco de ese todo: el primer día de trabajo, la primera nota, el desafío, las vueltas del destino…
Mi primer rechazo (Vasily M. P.)
En el año 1986 yo era un estudiante de primaria y fanático a la caricatura, al cómic. Mi padre no soportaba verme trabajar tanto y que nadie viera mi obra. Me llevó, cuando la Redacción de Invasor estaba en Marcial Gómez, esquina a Estrada, para ver si allí admitían mis dibujos. Carpeta bajo el brazo, lo seguí hasta que lo vi desaparecer por la puerta de entrada. Al cabo de unos minutos, regresó. Me dijo que le habían dicho que ya había un dibujante en el periódico. Pero que no me desalentara y siguiera dibujando. En 2018 entré a trabajar como diseñador en este medio de prensa y he publicado de todo.
Invasor estuvo ahí desde el principio (Leidy Vidal García)
Cuando era pequeña y ya sabía que quería ser escritora, y corría en los recesos hacia la biblioteca en vez de hacia el patio de recreo, también me leía cada ejemplar de Invasor que caía en mis manos.
Especialmente cuando se le ocurrió a su Redacción hacer una sección llamada Para ti, amiguito, que estaba a cargo de Mario Martín Martín. Según nuestra asesora del taller literario infantil, se seleccionaban solo las mejores obras de niños talleristas para ser publicadas en esa sección, así que para mí fue un orgullo que mi pequeño poema El rayatigre fuera escogido y apareciera en la edición del 31 de octubre de 1987.
Tenía yo 11 años y esa fue mi primera publicación. No es extraño entonces que el destino me trajera de vuelta a Invasor, esta vez como correctora de prensa, en 2018. Porque Invasor estuvo ahí desde el principio.
A inicios de siglo (Filiberto Pérez Carvajal)
Transcurrieron demasiados lustros desde el momento en que debí optar por una carrera universitaria. Entonces era una decena de oportunidades, entre las cuales, estaba claro, la primera que escogí fue la Licenciatura en Periodismo. Pero no fue la primera, sino la segunda en la lista —Filología—, la que terminó siendo, luego de cinco años, una realidad. Allá por los inicios de este siglo, la convocatoria a un Diplomado de Periodismo me dio la posibilidad de retomar el sueño.
Ahora me queda, como recuerdo imborrable, el instante en que el ya desaparecido Rigoberto Triana me aprobaba mi primera nota y yo no podía evitar los temblores a la hora de grabar en Radio Surco. Tiempo después Rigo y yo entraríamos, el mismo día, a formar parte de la plantilla de Invasor. El salón de reuniones estaba repleto cuando Migdalia Utrera presidía el habitual taller de la calidad y respondía a mi saludo inicial. Traía en mente no sé cuántas cuartillas, algunas han visto la luz, otras están por escribirse, y otras no emergerán nunca porque el oficio —me lo confirma el implacable— es mucho más que proyectar informaciones, comentarios, crónicas… para las que no siempre coinciden energía, talento y oportunidad.
Mi periódico (Roberto Carlos Delgado Burgos)
No podía imaginar aquel 2 de septiembre de 2002, cuando subía por las escaleras de la antigua sede de Invasor, que un día tendría la responsabilidad de guiar a un colectivo ya para entonces reconocido en el nivel de país por el tipo de periodismo que hacía.
Veinte años después, ocho de ellos como director, estoy seguro de que es lo mejor que me ha pasado como profesional, como ser humano.
Entre sus paredes, en sus pasillos… aprendí que no hay nada más importante que el compromiso que se asume cuando median el amor, el respeto, el orgullo y la responsabilidad de mantener la obra de los grandes, cuya impronta permanece intacta, no solo en las páginas con olor a tinta, sino, también, en las plataformas digitales que llevan nuestro sello y que, por increíble que pareciera para los fundadores, hacen de nuestro pequeño periódico un medio que trasciende fronteras, deja de ser para los avileños y pasa a ser de todos, dondequiera que estén.
Gracias a los que me enseñaron a amar a Invasor.
Peldaños y osadía (Yoanne Mursulí)
Así veo a Invasor, un camino que se hace interminable, un escaño tras otro que te lleva a un aprendizaje infinito.
Llegué de otros medios de prensa, y sin menospreciar todo lo que en ellos aprendí, aquí me tropecé con un periodismo más exigente.
Cuando creí que comenzaba a entenderme con las letras y los ademanes de la prensa escrita, llegó un reto que asumí temerosa: la edición de la página web; fueron largas jornadas, incluso, en situaciones emergentes como el azote del ciclón Irma.
Ya casi me acomodaba a aquella silla y los algoritmos del ciberespacio, cuando me llaman a la dirección para pedirme un esfuerzo más en pos de ayudar a la edición impresa, pues hacía falta un diseñador gráfico, urgente.
De cierto modo me resistí, pero soy osada, va en mi personalidad ponerme a prueba, acepté. Por eso veo mi trabajo como el desafío a ser mejor, es un día a día, una superación constante, donde los pasos los damos juntos, nunca se queda un rezagado y unidos damos medios tonos color pastel, reflejos y matices para la cuatricromía de un aniversario 43 hacia la cumbre del éxito.
Coyuntura compartida (Sayli Sosa)
De cómo llegué a Invasor sin creerme del todo lo que decía mi título de licenciada en Periodismo escribí hace un año, cuando este periódico entraba en los 42 como un temba magnífico, a medio camino entre la mocedad y la experiencia. Dije que Mario Martín Martín me acunó con canciones de Serrat en aquella Redacción con aires de salón de baile y que no concibo, todavía hoy, mejor inicio para un aprendiz de periodista.
Una vuelta al sol después he recordado la que fue, creo, mi primera cobertura. Junto con Moisés González Yero salí a alguna reunión donde se analizaba un tema económico, quizás algo energético (que era su área de experticidad). No me pidan que reproduzca ahora los detalles. Ni con una trepanación en mi cráneo ni con una lupa aumentando mi cerebro, el más experto neurocirujano encontraría otras pistas.
La memoria, al menos la mía, es como un escaparate lleno de gavetas; algunas se deslizan con facilidad y otras chirrean, se traban. En una de esas está guardada esa primera nota compartida con un colega, de la que solo puedo recordar las tres primeras palabras: La actual coyuntura…
Adolescencia (Katia Siberia)
Mi tiempo en Invasor es el de mi hija. Por eso mientras sus fundadores ya son veteranos que festejan los 43, yo apenas he vivido un cuarto de la edad de mi periódico. Tengo en él los 11 de Gretel. Soy adolescentemente periodista, quiero pensar.
Una niña indecisa buscando la palabra correcta, creyendo que tal cosa existe, midiendo hasta su métrica cuando la oración pierde el ritmo del paso que marcaba. Entonces alargo la idea con el temor de las hipérboles, el desmadre de los adjetivos y la sintaxis de los verbos que hincan hasta en su cuarta acepción. Escribo resuelta a desechar lo primero que se me ocurra, pues debo dudar de los instintos, confiar en la frialdad de lo objetivo, de los datos. Pero, al mismo tiempo, debo confiar en el olfato periodístico y no siempre podemos ver lo que olemos. O no siempre nos lo dejan ver.
En mi pubertad invasoreña he sido, además, una promiscua enamorada de hombres y mujeres que viven remendando los descosidos de la vida y dinamitando obstáculos, aunque ellos puedan curvearlos. Piensan en los otros. Cautivan en su sacrificio y bondad. Me enloquecen.
Y por supuesto que he cambiado mis estados de ánimo siendo infeliz, incluso, en medio de una premiación donde pienso que los elogios por un texto crítico podrían traducirse en “cocotazos” para fuentes que después te evitarán. Luego vuelvo a sonreír, si creo que la denuncia pudo transformar algo para bien y enseguida retomo la tristeza preguntándome qué hubiese pasado con el “algo”, de no haberse publicado.
Rebelde, al fin, me enfrento a lo establecido renegando de una objetividad que suele confundirse con la imparcialidad, amén de que esta chiquilla insolente ya cree que aprendió a tomar partido. No obstante, como cualquier adolescente soñadora, espero que un día la gente siga creyendo en el poder de la prensa, nos siga leyendo, y me dé tiempo a crecer. Aquí.