Infinitas gracias

Del juego infantil muchos siguieron derecho hacia las aulas y vencieron ese miedo que, luego, aprenderían a nombrar con todas sus letras: hematofobia. Otros llegarían al mismo lugar, digamos un Cuerpo de Guardia a las 11:00 de la mañana, sin siquiera haberle medido la tensión arterial a un muñeco de peluche. Los caminos de la Medicina, la Enfermería o las Tecnologías de la Salud no son rectos y nadie trae en la frente una marca de nacimiento que pueda predecir su futuro.

O sí. Por ahí andan Alejandro, el hijo de Fernando y Diana; y Rancincito, hijo de Rancin y Belkys. ¿Qué otra cosa podrían ser esos muchachos si crecieron entre guardias, consultas, recetas y una vocación de darse a los demás que, a veces, compitió con el necesario tiempo de la familia, los amigos, uno mismo?

Claro, no hay que ser hijos de médicos para decidir un día poner proa al estudio interminable y al arte de diferenciar un dolor de cabeza vulgar de una migraña, mientras el doliente está ahí asegurando que sí, que duele indescriptiblemente, o mejor, como un martillo martillando, un taladro taladrando, insoportable.

Ese arte tremendo de mirarte a las rodillas y, sin rayos X ni ultrasonido, asegurar que vas rumbo a un genus valgus y que si no se actúa a tiempo habrá que darte “cuchilla”. Y sí, te entran un día al salón, después de explicarte con paciencia budista el procedimiento, porque hay pacientes que no quieren saber, pero otros que necesitan comprender el proceso. ¿Será para comprobar si el médico sabe?

Y allá adentro, o aquí afuera, te puedes tropezar con una enfermera toda dulzura que hasta te pasa la mano por la cabeza, devolviéndote la tranquilidad perdida. En tiempos de escasez de medicinas, equipos ultramodernos y remedios, la voz pausada de quien explica y el gesto amable de quien conforta hacen la diferencia.

Esta no es la crónica ciega que busca agasajar al trabajador de la Salud en su día volteando el rostro a los problemas cotidianos de un sector muy golpeado por la falta de recursos. Si decimos trabajador de la Salud es justamente porque, en no pocas circunstancias, se pasa trabajo para trabajar.

Lo que sí intentamos es pasar por encima de cualquier insatisfacción, de cualquier carencia y agotamiento, y hacer un alto para decirles que son valiosos, insustituibles. ¡Qué bueno que aprendieran a vencer el miedo a la sangre o las jeringuillas! ¡Qué dicha grande saberlos ahí, al doblar de la esquina! No sé si ya lo hemos dicho, pero nunca tendremos cómo agradecerles.