Historia desde Lombardía: La certeza de salvar

Cuando Luis Ángel Sánchez Rodríguez dio su disposición para cumplir misión internacionalista, pasaron solo cuatro horas entre el sí desprendido que salió de su boca y la llamada urgente que lo puso a correr para alcanzar a despedirse de los suyos en Ciro Redondo y juntar lo imprescindible para el viaje.

Con 28 años sería esta la primera vez que saldría de Cuba y con la incertidumbre atorada en el cuello debió calcular a cuentagotas los posibles destinos, cómo captaría la atención de su pequeño de dos años a través de la pantalla de un celular y, sobre todo, cuál sería su estrategia infalible para resistirse a la nostalgia.

Para el 16 de marzo la preparación en la Unidad Central de Cooperación Médica y en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí había arrancado con varias conferencias de actualización sobre el nuevo coronavirus, Sars-CoV-2, los tratamientos más efectivos, los síntomas comunes, y clases teórico-prácticas sobre cómo usar los trajes protectores en las áreas de trabajo y las medidas higiénico-sanitarias a seguir. Eran 12 las brigadas que ofrecerían su ayuda alrededor del mundo y de momento ningún destino estaba definido.

Luego supo que iría a la región de Lombardía, en Italia, y en el grupo de los 52 cubanos seleccionados Luis Ángel bien pudiera parecer un “infiltrado” si sumamos los años de trabajo del resto de sus colegas o las batallas anteriores que figuran en sus hojas de vida, entre ellas, el enfrentamiento al brote de ébola en África en el año 2014.

Sin dudas, su explicación es mucho más coherente y habla del relevo generacional de la brigada Henry Reeve y de cómo los jóvenes también merecen desafíos como este para poder crecerse y aprender de situaciones extremas.Médicos en LombardíaCiego de Ávila ha encontrado representación en la brigada médica que combate la Covid-19 en Italia

De antemano se sabía que ninguna misión sería fácil, pero verse de camino probablemente al lugar más peligroso de la tierra, a juzgar por los récords de muertes y contagios registrados a causa de la Covid-19, tampoco es una noticia que se “digiera” fácil. Con ese sentimiento agridulce y con el miedo a volar montó en el avión, y de aquel letargo solo lo sacaron los aplausos y vítores con que los recibieron en Roma, cuando hicieron escala.

El 22 de marzo las imágenes de los médicos cubanos bajando la escalerilla le dieron la vuelta a medio mundo, a contrapelo de los titulares que anunciaron ese mismo día 651 fallecidos y otros 4 289 enfermos en solo 24 horas. Es que nunca antes los números han sido tan certeros para contabilizar muertos, pérdidas económicas, cantidad de camas disponibles en los hospitales o el pico de la pandemia, como inútiles para entender cuántos padres, madres, hijos y amigos han perdido a un ser querido.

Una vez en la ciudad de Crema, perteneciente a la provincia de Cremona, en la región de Lombardía —la más golpeada por el Sars-Cov-2 en Italia—, se encontraron con una población que superaba los 30 000 habitantes, un clima por debajo de los 10 grados celsius, una diferencia de seis horas en el huso horario, y una dieta a base de pastas, verduras y condimentos rarísimos para quienes han acostumbrado el paladar a la comida criolla.

Tuvieron solo dos días para reconocer el terreno antes de poner en marcha un hospital de campaña con 32 camas en el área correspondiente al parqueo del Hospital de Crema, y arrancar con turnos de trabajo de entre siete y 12 horas. Acogen en este sitio a pacientes, sin peligro inminente para la vida o con síntomas ligeros de gravedad, en una rutina diaria que consiste en el monitoreo constante de sus signos vitales y la administración de medicamentos específicos de acuerdo a los protocoles de salud italianos.

Precisamente este fue otro de los retos, una capacitación in situ para adecuar procedimientos y re-aprender medicamentos con nombres y formas de presentación muy diferentes a las conocidas.

Médicos en Lombardía La protección para regresar sanos y salvos es primordialEsta vigilancia continua Luis Ángel la comparte junto a otros dos especialistas en Medicina General Integral y Medicina Interna respectivamente, y cuatro enfermeros. Mientras, puertas adentro de la institución oficial, donde las horas se miden en recaídas, altas y defunciones, labora el resto de la brigada.

El personal médico cambia su ropa, bajo el ojo atento de un epidemiólogo que vela porque no se viole ninguno de los pasos establecidos tanto a la entrada como a la salida del hospital de campaña porque tan importante es usar el traje protector como sacárselo con extremo cuidado.

En casa las medidas de distanciamiento continúan, así como el empleo de geles desinfectantes para las manos y el uso de los nasobucos, que disfrazan cualquier fisonomía y desde el otro lado del mar a quienes miran las fotos solo les queda adivinar los gestos y las formas ocultas.

Cada día por las calles de una ciudad hermetizada bajo el toque de queda y la cuarentena, alcanzan a ver desde la ventanilla del carro que los traslada, los carteles y las banderas colgadas en los balcones. Bajo estos términos ¡Gracias Cuba! parece un lema que retumba a kilómetros de distancia, los huevos de pascuas regalos entrañables, los abrigos invernales una dicha entregada por desconocidos y la gratitud de los pacientes salvados una alegría visceral.

Pero la historia de Luis Ángel no es más ni menos que la del cualquier otro colaborador cubano que salva desde cualquier rincón del mundo y aunque a estas alturas algunos se empeñan en vilipendiar esa gloria, hay certezas que se llevan en el pecho y con eso basta.