Pregonando y vendiendo productos del agro, hace mucho que Martha Gómez Gómez le cogió el gusto al pedaleo en el municipio de Majagua
¿Ya se va?, pregunté a Martha. “Casi, casi”, respondió. Allí, cerca de las escaleras del edificio donde vive, reposaba repleto un triciclo tan verde como los propósitos de una mujer de 66 años, de los cuales cerca de 30 los ha rodado por todo Majagua, dando pedales o empujando el cargamento, a la vez que pregona. ¡Ni el pregón ha perdido fuerzas!
Varios dedos apuntaban a la señora. Y la busqué, hasta que “le fastidié la tarde”, pues ya no salió a la calle. Volvió la caja con los tomates al portal del apartamento, la lechuga a los calderos con agua, las ristras de ajo y cebolla se “horquetearon” otra vez en el palo, el ají salió del pote a la jaba… Créeme, cuando se quitó el “disfraz” (nasobuco, pamela, camisa, guantes…), percibí esa fibra interior de quien, por más necesidades que pasó, no se perdió en el camino.
Para encontrar sus huellas en el organopónico La Playita hay que volverse arqueólogo, pues “de aquellos años queda muy poco”. No obstante, si bien es lento su trajinar mientras expende los alimentos por ahí, su memoria va de un tema a otro con una velocidad increíble.
“Después de 18 años en la Fábrica de Conservas de Majagua, empecé en ese organopónico. Como iba poca gente allá, lejos del centro del pueblo, explicaron que hacía falta acercar los productos a la población, entraron los triciclos y les dije a los compañeros de trabajo: ‛¡Me voy a vender por la calle!’. ¡Qué pena ni pena! Después nos decían ‛los macetas’, pues vendíamos cantidad. Yo salía tres y cuatro veces en el día.
“Jorge Luis Tapia Fonseca (actualmente vice primer ministro) estuvo hace tiempo por Majagua y comentó: ‛a esa mujer hay que hacerle un quiosco’, el que nunca se hizo, pero tampoco me gustaba la idea de trancarme ahí”. Y sonrió.
Cuando Martha Gómez Gómez le cogió el gusto al pedaleo, no hubo quién la bajara de la bicicleta, tanto así que fue representante-vendedora de un pequeño agricultor majagüense, trabajó en un mercado agropecuario y placita, siempre con las manos en el timón y una “artillería pesada” detrás o delante. “No es para hacerse rica, pero sí da para sobrevivir. Con esto, saqué adelante a mis hijas jimaguas”.
Hace unos diez calendarios es cuentapropista, para la comercialización móvil de los productos agrícolas que adquiere. “Algunos campesinos me los traen a la casa y también le vendo a mi hermana Julia y a su esposo Jorge, dueños de las hortalizas que quedan cerca la estación de la Policía, como todos la ubican. Salgo de allí con lechuga y rábano, un día sí y otro no”.
Y no se le echa a perder ni un tomate. “Me levanto a las 7:00 am, desayuno bien para enfrentar el recorrido, voy a buscar las hortalizas y, de 8:30 am a cerca de las 12:00 del día, empujo el triciclo por todo el municipio”. Va y viene por los barrios, apenas descansa las tardes, porque “el sol en ese horario está bien fuerte”.
Martha no olvida que le dieron tres triciclos durante su vida laboral. “El último lo cogí por Acopio, pero me hice propietaria de él”. Ella lo agradece, si bien se imagina con “uno techado, bien lindo”, a la vez que asegura quedarle años con esa carga en sus manos. Créame, trabaja duro desde los 16 años, es jubilada, cuentapropista y, si tiene que parar el triciclo y sentarse, “se oxida” junto con él.
“Ni dolor de cabeza me ha dado. Tampoco en los pies ni en los brazos. No padezco enfermedad alguna. La gente me pregunta si lo que llevo pesa mucho, pero es que me adapté a ese cargamento y no lo siento. Varias veces, cuando voy por una lomita, me han ayudado. Fíjese que, como antes se me ponchaba tanto el triciclo, me regalaron unas gomas de silla de rueda, con las que llevo años, feliz por la calle, empujándolo. Nunca he sido requerida”.
Su contribución va más allá de una licencia. “Cuando el Periodo Especial, atendí a muchas personas en este pueblo. Ahora, con la pandemia de la COVID-19, también”.
—¿Ha pensado en usted, por su edad, y en sus hijas?
—No he parado ni he enfermado. Incluso, me pidieron que tuviera bastante mercancía, para que fuera por los barrios. Algunos ancianos me han encargado unos boniatos, se los he buscado, comprado y llevado. Me hacen encargos.
“A mucha gente que no puede salir, le ofrezco lo que tengo. Me gritan: ‛Martha, ¡espere!’ Y estoy hasta 30 minutos en cada cuadra. De la comunidad de Limones Palmero, vienen personas al poblado cabecera: ‛mi mamá me indicó que buscara la vendedora, que si no era con usted, no comprara’”. Ella, que pone a los clientes a despacharse, se ha ganado un pueblo.
Su vida no ha sido fácil, cuentan por ahí. No pocos saben que cuidó a una señora cirujana dentista durante 11 años, sin dejar de atender a sus clientes. “Me hizo un testamento y me regaló su apartamento con todo dentro”, el cual disfruta con una de sus hijas, “después de taaaanto que pasamos”.
Creía que había descubierto lo suficiente de ella, pero estaba lejos de eso. Desde los 16 años, acumula más de un centenar de donaciones de sangre, la última el cuatro de noviembre del año pasado. “Terminándose la donación, me como la merienda, llego a la casa y pa’ la calle a trabajar; ¡ni un mareo me da!”.
Paso la mirada: lechuga, remolacha, rábano, ajo porro, cebolla, ajo, tomate, vinagre criollo… “Casi siempre, unas diez ofertas. Viene algún campesino con tres cajas de tomate y las cojo. Llamo y me traen más. La gente también compra aquí en la casa.
“Salgo vestida de otra forma, para otra cosa, y no me reconocen. Esto ya pasó de ser una necesidad, me gusta hacerlo. Mientras pueda con los pies, sigo empujando el triciclo. Si rescatan el organopónico y me buscan, vuelvo a vender para él”.
En lo que imagino a los majagüenses, que le ofrecen agua, refresco, café..., saca cuentas. “Una caja de tomate trae 14 jarros, vale 250.00 pesos, la libra es a 8.00 pesos. Me quedo con tres o cuatro jarros de ganancia. Saqué hoy 80 mazos de lechuga, me gané 80.00 pesos. A veces hay quienes no tienen dinero y les fío”.
De lunes a sábado, encontrarla puede ser igual de fácil que buscar “una aguja en un pajar”. Al menos, la encontré en respuestas, bien a lo profundo, sin exasperar sus dolores. Hay conquistas que no confesó y pesares que no confieso, porque, simplemente, prefiere nunca dejar de pedalear, la mejor forma que encontró para no detenerse. “Vendedora, Martha”, le gritan desde afuera.
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