Entre fotografías

Cuando relata pormenores de la Campaña de Alfabetización, los recuerdos de Elisa Garrido emergen como sucesos acabados de nacer

Mientras Elisa rememora me dice que una idea no sale de su mente: "no existe algo más emocionante y que cause más incertidumbre a la vez: emprender un camino que desconoces y en el que vas aprendiendo a cada paso".

El día que llegué a la casa de Elisa Garrido Hernández, detrás de la historia de su vida, tuve la certeza de que revisitaría a esta mujer cuyo sentido de la existencia permanece ligado a la vida de los otros. Una vocación que la acompaña porque no encuentra bienestar mayor que el de servir, aunque para ello haya tenido que pasar horas de insomnio, experimentado el deseo de detener el tiempo, dividirse en muchas partes; y domeñar todos los temores que encontraba cuando tenía que enfrentarse a algo nuevo.

Yo la conozco de toda la vida, porque en el municipio de Majagua quién no conoce a la seño Elisa, sólo que antes de ser esa especie de duende de tantas generaciones de niños, ya había participado en la génesis de obras gigantescas y bellas.

Llegué a su puerta y supo que venía por más, sonrió y antes de que entrara me alcanzó un vasito con café y, sin darme cuenta, ya caminábamos los extensos cañaverales, los trillos y terraplenes que junto con su padre anduvo en aquella Campaña de la que se niega a olvidar ni un detalle.

• Acerca de la Campaña Invasor también le propone: La alfabetización cambió mi vida.

Ahora, al filo de los 85 años que cumplirá dos días antes de que se termine este almanaque, no tiene que hacer esfuerzo alguno, los recuerdos emergen como sucesos acabados de nacer.

“Los he pensado tantos años, los he nombrado tantas veces, hasta pienso que lo he hecho para retenerlos conmigo”, me dice mientras busca su álbum de fotografías.

Lo hojea insistente sin dejar de hablar, quiere encontrar una foto donde su hija mayor, sin haber cumplido un año entonces, posaba al lado de su ropa, de la bandera roja y la cartilla. “Por eso no pude irme lejos a alfabetizar, lo hice aquí mismo, en la zona de San Manuel y Guamajales. Hace un tiempo le pedí a mi hijo Jochy que me llevara allá, después del río, pero no queda ni una casa en ese sitio. Tuvieron que ayudarme mucho con la niña”, continúa, me muestra la foto y exclama que tenía que haberle puesto el sombrero en su cabecita.

“No fue fácil, tuve que enseñar a los carreteros que trabajaban día y noche llevando caña al basculador del ingenio, querían aprender, pero terminaban exhaustos, los horarios no les coincidían, y hasta muy tarde en la noche atravesábamos aquella zona. Mi padre siempre me acompañaba”, recuerda.

FarolSayli SosaEn el conjunto aparecen la bandera y la cartilla que utilizara Elisa Garrido y un farol de los empleados en la Campaña

El recuento nos lleva a quienes la ayudaban, al negro Chala, aquel amigo carpintero que le hizo unos taburetes y mesas que situó estratégicamente en la casa de su primo Mario García, “él vivía frente a la tienda La granja”, me dice y señala con el dedo para donde queda. “Ahí trabajaba mi esposo Reinaldo, Tito, y se nos ocurrió esperar a los carreteros cuando fueran a buscar alimentos, y los invitábamos a recibir la lección allí mismo. El primero en aceptar fue Juan, supe que los demás lo seguirían y así fue. No sabían llevar la cuenta de la caña que entregaban, de cuánto debían descontarles en la bodega, les prometí enseñarles para que no fueran engañados, eso los motivó, después ya estaban comprometidos con nosotros y hasta muertos de sueño permanecían allí", me cuenta con tono de pesar.

No olvida a Nata y a su esposo Rigoberto, de cómo él sólo quiso aprender a firmar su nombre porque tenía los dedos rígidos y le era muy difícil; tampoco cómo tenía que estudiarse algunos temas que les ofrecería al día siguiente, todo unido a otras tareas sociales de las cuales su madre Laudelina Hernández era coordinadora y siempre la involucraba.

Cuenta que fueron días difíciles y hermosos como todos los fundacionales, y de convivir con aquellos seres que poco sabían, tuvo la inspiración de que los niños más pequeños debían recibir cuidados y lecciones; "creé entonces una aulita que sería la antesala del círculo Bebé, el primero del que soy fundadora en este municipio, luego vendría Mambises del siglo XX, del que aún me siento educadora".

Pasa las páginas del álbum y señala a los muchachos que aparecen, los acerca a sus ojos y reconoce quiénes son; me pide que lea las notas que escribe en cada pie de foto. La secundo en su viaje mientras viene a mi mente la plaza, aquel discurso donde se anunciaba que Cuba había vencido el doloroso lastre del analfabetismo, entonces le pregunto:

¿Y estuvo allí?, niega con la cabeza, “no pude, la niña era muy pequeña para dejarla y viajar hasta La Habana, siempre lo he lamentado (me dice achicando los ojos); sin embargo, soy de los que preguntaron ¿qué tenemos que hacer ahora? Y lo hice”.