El viaje secreto de la maternidad

Por mucho tiempo ser buena madre ha sido sinónimo de sacrificio sin lugar para miedos y quejas. Invasor hurga debajo del estereotipo para mostrar lo que callan nuestras madres, y que las nuevas no pasen solas por ello.

Sé madre, te dicen. No tener hijos es egoísta, dice el Papa Francisco. Cada muchacho viene con un pan debajo del brazo, dice tu abuela.

Que es hermoso, que toda mujer se siente realizada siendo madre, que los hijos son lo más grande que hay, que no sabrás lo que es el amor hasta que tengas uno. Y sientes que es verdad porque lo dicen ellas mismas, las madres.

Por eso las miramos con esa especie de aire solemne con que se mira a los santos, porque las vemos “programadas” para malas noches, preocupaciones, sacrificios, carencias, cansancio. Para pagar con su propio cuerpo, su tiempo y su salud la recompensa que es tener hijos sanos y felices.

Maternar es un verbo que nadie había echado en falta hasta ahora. Porque hay que decirlo: tener hijos es una acción gramatical que no acaba con parir, y le faltaba una palabra así. Que ponga en primer plano todo lo mencionado arriba. Los dolores, la depresión, los sacrificios, las malas noches, las carencias, el cansancio… Todo lo que en general se esconde cuando se asoma una madre primeriza.

Aquí levantaremos el tapete.

El embarazo: pitazo de salida

El doctor Julio César López Suárez es demasiado Máster en Atención Integral a la Mujer como para dar valoraciones frías, y no las da a Invasor. Como especialista en primer y segundo grados de gineco-obstetricia del Hospital Provincial Roberto Rodríguez, de Morón, detalla los cambios más frecuentes que ocurren en la anatomía femenina durante la gestación.

Los primeros son genitales. Cambio de coloración y aumento de volumen de la vulva, cambio de posición del cérvix, crecimiento del útero y todo lo necesario para dar asilo prolongado a un ser humano. Pero las repercusiones sobre el resto del cuerpo son variadas. Aumento de salivación, sensación de hinchazón, sensibilidad olfativa, sangrado de encías, estreñimiento, acidez, apetito desmesurado o falta de apetito, gases, aumento de sudoración, cansancio y sueño, dolor mamario, naúseas, micción frecuente, congestión nasal, mareos y dolores de cabeza…

En Cuba, incluso los embarazos felices y sanos tienden a ser reducidos a una perspectiva “medicalizada”, por la fuerte labor que ejerce el Programa Materno Infantil (PAMI) contra la morbilidad y mortalidad de ambos sujetos implicados: madre y bebé. “La embarazada se convierte en un objeto y el embarazo en una enfermedad”, opina Katya Roldán Contreras, psicóloga avileña.

Aunque bien intencionada, la atención suele sacar del foco la salud mental de la madre, sus miedos al parto, sus inseguridades e incomodidades, porque todo eso es “normal”, o son “nervios”. A los ojos de todos, el período gestacional es un “estado de gracia” sobre el que se ponen las más altas expectativas, que juegan malas pasadas.

“Todos pensamos que el embarazo es una experiencia feliz, que todo va a salir bien, y en realidad sí conlleva grandes riesgos y, por tanto, grandes pérdidas”, cuenta Leila, una madre joven, a través de Whatsapp.

Accede a colaborar con Invasor precisamente por eso: las mujeres, a pesar de tanta clase de biología, tanto spot televisivo y tanto consultorio médico, llegamos al embarazo ignorando cosas. Como que entre el 10 y el 15 por cierto  de los embarazos registrados terminan en un aborto espontáneo, antes de las 20 semanas. El suyo acabó en el tercer trimestre, con la muerte de su bebé, y debieron pasar dos años antes de que sintiera las fuerzas para intentarlo otra vez.

El duelo gestacional es de esos tabúes que afean “el milagro de la vida” y, por eso, no se menciona a las madres jóvenes. Lo mismo pasa con el sexo, desterrado de la vida amorosa de la embarazada menos por los altibajos de su libido que por mitos absurdos.

El parto: ¿la estación de llegada?

“Yo no paro más, este niño va a tener todo mi amor, pero no, yo no puedo, no vuelvo a pasar por esto, tuve un parto muy trabajoso, por suerte una muchacha se me encaramó, eso fue un alivio porque salió el chiquito”.

La cita de arriba fue recogida en una sala de puerperio de algún hospital de La Habana, para una investigación de 2013 sobre el nacimiento en Cuba. Se parece a muchas. “Yo no sé si tú has parido, pero una dice ¡ay, Dios mío!, más nunca me acuesto aquí otra vez”, dice Leila de su segunda experiencia con el parto, que fue, en comparación con la primera, breve y feliz. “Lo que nadie te dice es que, en muchos casos, aquí en Cuba te realizan episiotomía (cirugía menor para ensanchar la abertura de la vagina), que es una herida súper dolorosa”, comenta Camila, otra madre joven, a Invasor.

Tienen en común algo simple: una desinformación que hace al parto más violento de lo que debería ser en un principio, medicalizado y alejado de lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud: el parto humanizado debe poner a la madre en el control de su experiencia.

Las investigación citada concuerda: poca autonomía de las pacientes sobre su cuerpo, “características estructurales e higiénicas por lo general desfavorables, con numerosas intervenciones médicas, alejadas las mujeres de sus redes de apoyo durante partes significativas del evento, con una relación médico-paciente desigual (…) Se interpretó que los profesionales asumieron que ellas no necesitaban la información o que no la entendían. El hospital determinó cuándo y por quién estaría acompañada y en qué momento recibiría a su bebé”.

“Cuando te la dan, que uno la ve por primera vez, ese es el momento que uno espera y ahí en el parto no la vi, se la llevaron enseguida. Cuando yo parí la otra vez me la enseñaron y me la dieron al momento pero ahora no. Yo pensaba que iba a ser así. Yo estaba esperando y esperando y al rato de yo estar aquí fue que me la trajeron”, decía una madre a las investigadoras.

Muy poco ha cambiado en los últimos años. En 2021 un reportaje del periódico Girón, de la provincia de Matanzas, volvía sobre el tema de la violencia obstétrica: “Se plantea que debe ser realizado por un personal calificado y conducido por la mujer con autonomía y libertad. Para ello se favorece el vínculo personalizado entre la pareja y los profesionales que lo asisten, el respeto a la elección de quienes acompañarán en el parto, la privacidad, confidencialidad, dignidad y el cuidado inmediato del vínculo de la madre con el recién nacido.

“Los estudios apuntan, por otro lado, hacia aspectos de infraestructura y la transformación de protocolos médicos, que contribuyan a garantizar las condiciones requeridas para favorecer el acompañamiento, la ausencia de dolor, la libertad de movimiento y posición. A esto se añade la eliminación de procedimientos de rutina como la episiotomía, rasurado, enema o el monitoreo fetal electrónico”.

Posparto y crianza: el camino sigue

La maternidad en Cuba y otros países de fuerte arraigo machista se mueve entre las aguas de los honores y las demandas, Katya lo sabe por su profesión de psicóloga y su experiencia propia. “Realmente ser madre no es un camino sencillo ni lleno de arcoíris como se ha mitificado en la sociedad. Es una decisión muy importante (seguramente la más importante), que debe ser tomada con responsabilidad. Y aunque celebremos el Día de las Madres y digamos siempre que nuestras madres son lo más valioso, muchas veces eso no parte del verdadero conocimiento de todo lo que vive una mujer cuando ejerce su maternidad”.

Una vez que sales del hospital ya siendo madre, todo el mundo te dice cómo debes hacerlo. Hay cientos de libros, pero Leila siente que hace falta uno de “cómo no volvernos locas”. Porque la realidad otra vez no cabe dentro de la idea estereotipada de que los primeros meses son como “de enamoramiento”, de felicidad plena.

Obviamos que hay lactancias fallidas, estreñimiento, hemorroides, dolores por los puntos que tiran, bajos niveles de deseo sexual, una relación de pareja diferente, noches sin dormir y la abrumadora consciencia de que tu vida no volverá a ser igual jamás, que tienes una responsabilidad enorme entre los brazos.

“Los primeros meses del posparto para mí fueron traumáticos. Yo vivía con mi esposo, y estaba acostumbrada a salir todos los días a trabajar, a luchar la vida. Y de pronto verme enclaustrada me golpeó, al punto de que tuve que ver a la psicóloga”, confiesa Leila.

A juicio de Katya, la depresión posparto es un riesgo más común cuando se deposita sobre las madres todo el peso de la crianza. “Para criar a un niño o niña hace falta toda la tribu. Esta frase tan trillada recoge la importancia de la implicación en la crianza de la figura paterna, de la familia extensa, del entorno social y de las políticas públicas de protección del día a día hacia madre y bebé”. Es una visión por la que predica el nuevo Código de las Familias, poniendo énfasis en las responsabilidades compartidas por parte de ambos padres y familia en general.

#EvolucionaRecomienda conocer detalles sobre presentación del Anteproyecto del Código de las Familias y para ello te...

Posted by Evoluciona. Campaña Cubana por la NO Violencia hacia Mujeres on Thursday, September 16, 2021

“Estar esos meses, conociéndome como madre y conociendo a mi hija, aislada del mundo por causa de la pandemia, fueron durísimos. La lactancia me dolía, porque la niña me lastimaba el pezón, tenía la boca muy pequeña. Y eso me hacía sufrir porque era un momento que yo quería disfrutar”, cuenta Camila, que puede preciarse de una paternidad responsable y activa por su compañero y, aún así, reconoce la necesidad de una “tribu”. “Hay veces que quieres tomarte cinco minutos y no puedes, porque la niña depende de ti”.

El viaje es voluntario

“Soy de esas mujeres que no quieren procrear—responde Sofía, segura—, pues tengo otras prioridades y otras metas que con un hijo serían muy difíciles de alcanzar. Tampoco siento un deseo genuino de maternar y un hijo lleva una carga enorme de responsabilidades a las cuales no estoy dispuesta a dar mi tiempo. La vida para mí es mucho más que jugar el rol de madre que nos impone la sociedad como único fin para ser aceptadas, o para ser bien vistas como buenas mujeres, o mujeres completas”.

A la historia de la maternidad le falta eso, incorporar en el discurso a las que no quieren ser madres, incorporar en el discurso que no es obligatorio, ni lo debes hacer por que te cuiden en la vejez, o por afianzar un matrimonio. Visto lo espinoso del camino, hay una sola razón genuina: querer.

Por eso todas las madres entrevistadas lo harían otra vez, aunque preferirían hacerlo mejor acompañadas y más comprendidas. De acompañar se trata, de que sientan que no son mejores ni peores por dar teta, por quejarse, por tener miedo, por perder la paciencia, por “portarse mal” durante el parto. Nada de eso está en el “contrato” de ser madre, porque todas las maternidades son diferentes, ni perfectas, ni mucho menos sagradas.