El muchachito de los ojos verdes

“Yo era el maestro, todavía cuando los encuentro hablamos de aquellos meses”, afirma Publio Antonio León Pereira

Aquella fotografía era la más grande atracción de la pequeña Sala de Historia, un niño ataviado con el uniforme de alfabetización conmovía a todos los escolares. Ellos conocían muchas historias de muchachitos como aquel, pero el nombre al pie de la foto los llenaba de asombro. Publio Antonio León Pereira, el mismo que caminaba las calles del pueblo, mantenía vínculo permanente con las escuelas del lugar, el esposo de la directora Alba; el Héroe del Trabajo de la República de Cuba que tantas veces los acompañó en los desfiles del 1ro. de Mayo o que dentro de un aula o debajo de un árbol les había narrado cómo alcanzó aquel título honorífico después de pasar más de media vida de trabajo en el ingenio azucarero.

Conversar con él es remontarse a aquellos días en que “llegaron a mi escuela con la convocatoria para los estudiantes de sexto grado y algunos de quinto que tuvieran las condiciones; yo estudiaba en la escuela pública Máximo Gómez No. 24, del batey Algodones, mi madre me dijo que participara, y enseguida llegó junio y me fui a Varadero a recibir la preparación; de allí regresé con el uniforme y los materiales, yo no alcancé farol, me dice con un lamento. “¿Y usted quería?”, le pregunto y provoco su risa. “Claro, eran lindísimos, y todo un símbolo, vi muchos y también los encendí, me gustaban”, responde haciendo con las manos la conocida maniobra.

Alfabeticé en el batey La Unión, continúa narrando, allí había unas 20 casas de madera y guano, sin electricidad, recuerdo un teléfono de magneto. Vivían las familias de los Márquez, Rodríguez, los Ramos y los Vidaurreta; viví en la casa de Abelardo Vidaurreta, era una familia con algunos hijos ya jóvenes, el más pequeño de los varones tenía mi edad.

Nombra a todos los hijos de aquel matrimonio; Bebo, Ibrahim, Lile, Ismael, Nery, Neida y Nancy; “yo dormía en una hamaca en la sala con Ibrahim y Lile, me sentía uno de ellos; Carmela era una madre maravillosa, hasta hoy pienso en el respeto con el que me trataban todos”.

Entonces emergen los juegos de pelota y los guateques en el batey Bernal, adonde iban a confraternizar; a caballo llegaban hasta allá los muchachos de todas las familias aquellas donde lo recibían una semana en cada casa, le garantizaban sus comidas, “todos ansiaban que llegara la semana que les tocaba tenerme en esos horarios, cada mes les insistí para que aceptaran los 10.00 pesos que me pagaban de estipendio para ayudarlos, nunca lo aceptaron, ellos querían darme lo que tenían, yo lo percibí aun siendo todavía un niño”, enfatiza.

En homenaje a los educadores, Invasor también le ofrece:

La primera maestra.
La alfabetización cambió mi vida.
Entre fotgrafías.

Lo escucho y pienso en aquel niño que, sin abrazar después el magisterio, sigue siendo el maestro de muchos; y a mi pregunta de por qué no hizo como su hermano, recuerda su fascinación por la tornería, “yo culpo a Luis Elizarde, un trabajador del taller de locomotora, responde resuelto, yo pasaba los días enteros con otros muchachos en el torno mirando lo que hacía y hasta me dejaba darle vueltas al volante de aquel torno mecánico; y aunque terminé siendo pailero mucho después de ocupar otros puestos en el ingenio, esas imágenes del torno me acompañan”.

Publio se enorgullece de aquellos meses, de cuánto hizo, pudo enviarle a Fidel las cartas de ocho de sus alfabetizados, y estuvo en la plaza. “Todos estos años me dediqué a hacer lo que se nos pidió entonces, todavía me sorprendo recordando cuando llegamos a La Habana y las familias que nos acogerían esperaban —me mira y sonríe—, imposible olvidar el reclamo insistente de aquella señora que me señalaba y repetía: 'Denme a mí al muchachito de los ojos verdes'".