Júcaro es un pueblo pesquero
Nunca comiencen un fotorreportaje con una perogrullada así. Aunque creo que lo van a entender mejor cuando se den cuenta de que no es solo un fenómeno físico, provocado por alguna causalidad geográfica.
No den cuenta de sus casas, a veces vacías, de las familias reconstruidas por los que se van y los que se quedan. No se asusten porque parezca desolado, mientras los hombres salen al mar, las calles que añoran tiempos mejores, o el silencio, en comunión con el viento y el salitre. Noches de tragos, mosquitos y telenovelas. Rutinas, uniones y algo más.
Vean el mar. Respírenlo. Escuchen lo que los barcos tienen para contar. Historias de peces, músculos tensos, batallas, anzuelos, redes. Gaviotas anunciando la entrada del día o de la noche. Bregar hacia donde el azul es más azul y menos tierra, alejándose de la familia y los amores. No es que el mar lo espante todo, al contrario, desde el mar todo es más cerca.
¿Y cómo desprenderse de ese mar? No hay posibles respuestas.
Subirse al tren. No volver a pescar. No pisar otra vez las calles de los mayores, sus anhelos de grandes conquistas y chichorros llenos... Cada intento es baladí. Porque no es el lugar, es el modo de vida que no dialoga con el mal tiempo, las inundaciones o algún decreto; es el mar que llevamos dentro.
Cada generación tiene su propio tempo
Para cada sueño, un barco
El hombre contado por sus barcos
Remendar lo roto, no hay de otra
¿Cómo llegar a puerto seguro?
Barcos a la espera
La casa familiar, donde también se guarda el mar
De la ciudad al mar, o viceversa, sobre raíles
Vivir del mar, en estrecha comunión con todo ese misterio desatado