Editorial: Ceñirnos al cuerpo, sin temor, la martiana estrella

Más de una vez, este año, nos ha tocado persignarnos o mirarnos unos a otros con el gesto mudo de la consternación. Ya las vacunas, hijas pródigas de la ciencia cubana, empezaban a despejarnos el camino de tristezas y creíamos verlo casi limpio, de aire puro y abrazos, por largo tiempo anhelados.

Sin embargo, contra lo más fuerte que nos tocó vivir en los últimos doce meses no existen vacunas, y así vinieron a sobrecogernos y estremecernos en el hondón del alma la explosión del hotel Saratoga, en La Habana; el incendio de la Base de Supertanqueros, en Matanzas; y el huracán Ian, en Pinar del Río. Golpe a golpe, uno tras otro, nos preguntamos por qué a nosotros, por qué.

Como un solo pueblo lo sentimos. El cuerpo nacional aguantó incólume la fuerza con la que 2022 nos mostró su peor cara. Frente a esos dolores compartidos, quedaron para después los dolores individuales, no menos urgentes, no menos importantes. Porque este es un pueblo que se consuela, se hace parte, ayuda, llora, pide por los suyos, pasa por las mismas carencias, pone en el altar a la familia, quiere lo mejor para sus niños.

Ese mismo pueblo, en composición reducida (llamémosle Parlamento), se dio a la tarea de “cerrar” el año y consensuar las pautas que van a regir el futuro próximo, es decir, mañana mismo. El amplio programa legislativo al que respondió hace muy poco la Asamblea Nacional del Poder Popular, obligó también a pasar la mirada sobre los doce meses que terminan hoy y se puede leer entre líneas que la inmovilidad aquí no hizo nido.

“No es secreto que en los últimos años se han producido importantes desequilibrios macroeconómicos —rendía cuentas de su gestión Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de la República—. Estos desequilibrios se expresan principalmente en los niveles de inflación, escasez de oferta, depreciación e inconvertibilidad de la moneda nacional; fenómenos que han producido un deterioro sustancial del poder adquisitivo de los ingresos de los trabajadores y pensionados, y de las condiciones de vida de la población”.

Y en medio de esos desequilibrios, que atentaron y atentan contra la estabilidad de todos, todavía se pudo comprar casas a algunas madres con más de tres hijos, construir varias viviendas, transformar lugares que ni siquiera estaban en los mapas, proteger hospitales y estaciones de bombeo de agua potable cuando faltó la electricidad. Esos son los pequeños milagros de este país que, en vísperas del año nuevo, nos siguen empujando.

No obstante, el también Primer Secretario del Comité Central del Partido ponía por delante su insatisfacción “por no haber sido capaz de lograr, desde la conducción del país, los resultados que necesita el pueblo cubano para alcanzar la anhelada y esperada prosperidad”. Pueden venir agoreros de poca monta a decir que es un acto de prestidigitación discursiva, pero tendrán que beber el vino amargo de la aceptación, porque hacen falta mucha valentía y decoro para asumir la responsabilidad en una obra colectiva.

2023 no será un mejor año por decreto ni porque le pongamos velas al santo de la prosperidad. No lo será si las intenciones se quedan en palabras y no se materializan. La concreción de esa aspiración popular, empero, “exige sacudir la inercia, desterrar el burocratismo, quitar más trabas y superar la autocomplacencia”, decía Díaz-Canel.

Es de la naturaleza humana y, definitivamente, de la naturaleza cubana, echar al morral lo que aprendimos y seguir en pie. Lo hemos hecho ya tantísimo y lo haremos cuantas veces haga falta, porque no renunciamos a la prosperidad y lo mejor para nuestros hijos, que es decir para todos.

Ciñamos al cuerpo, sin temor, la martiana estrella y con ella digamos: ¡Como que crea, crece!