El día tres fue de “matunguera”. Parece que será así, un pasito adelante y otro atrás
¿Sabes por qué el miedo no se va del cuerpo? Porque la COVID-19 es antes, durante y después una enfermedad de la mente. Tú sientes que tienes el pecho congestionado y tu cabeza te dice que es el principio de una neumonía. Y te lo crees.
Todo parece indicar que con este bicho un día no se parece a otro. El tercer día va siendo bastante jodedor. La fiebre llegó a 38 y le mandé un acetaminofén para que supiera que yo no estoy jugando. Luego bajó de intensidad, como una depresioncita tropical (ay, no sé pa’ qué miento a los ciclones), y se ha quedado estacionaria en una febrícula de 37.3 - 37.6, que es como el perro del hortelano: no es fiebre, pero tampoco es saludable. Siempre he escuchado que es la respuesta somática, señal de que el cuerpo se defiende. Entonces, dura ahí “cuerpa” querida, dura como tu prima Magalys.
Junto con el vaivén de la temperatura aparecieron sudoraciones. Llegué a tener casi 38 grados y estaba sudando, a la misma vez. Amandita me mandó a decir “eso está raro tigre”, le puse carita sonriente en el chat y sobrevino pila de imágenes de Vampiros en La Habana que me sacaron del sopor. De hecho, iba a hacer vampisol, pero leyendo la fórmula me van faltando par de ingredientes: sangre de colibrí (por razones de velocidad, por supuesto) y huevos de camaleón (porque el problema de los huevos es universal).
La tos es de esos síntomas que te trabajan arriba y abajo. Toses un par de veces, sin expectorar, y a la tercera te empiezan a doler la espalda y el pecho. Ipso facto, ese dolor viaja al cerebro en forma de idea-martillo y ahí se convierte en preocupación. También puede ser al revés, porque entre las cosas que te han contado y que no sabías está que cuando toses mucho los pulmones se “refuerzan”. Vaya ironía, ¿no? Mientras más se refuercen, más debiluchos. Pero calma pueblo, porque el médico nos dijo que estamos limpios.
El batido entre fiebrecita, sudoraciones, congestión y tos te tumba como un nocaut. Debe ser como estar tres rounds cayéndole atrás a Julio César la Cruz y tirando swings al aire. Cuando vaya a las olimpiadas de París 2024 le preguntaré. Ahí voy a ir con Eric, Felito Anazco y Abdiel Bermúdez, haremos un equipito multiplataforma, todoterreno y versátil que aportará al PIB nacional por concepto de sustitución de enviados especiales, tú verá.
Si había un síntoma que no estaba en los planes era la hipertensión, aunque, para serte honesta, porque de eso se trata esta confesión, es que nosotros segurito éramos hipertensos asintomáticos. Bueno, pues a la aguerrida compañera COVID-19 no le cae bien la señorita TA y han entrado en un dime que te diré que no paró hasta provocarme mi segundo infarto psicológico. Seee, mi segundo.
El primero fue un día aquí en la casa, después de una semana de estrés (qué bonito, como si todas no lo fueran) y de sentirme mal. Por la noche me empezó un calambre en el brazo izquierdo, un dolor en la esquina izquierda y la maquinita cerebral a producir mieditos, ya sabes. Le di un codazo a Eric y le dije “cariño, vamos pa’l hospital”. Salimos a pie, al paso doble de Eric y, en algún punto de las cuatro cuadras que me separan del hospital, me dije “mima, infarto no es, ya habrías caído redonda”. En efecto, el electro no dio na’.
Pues nada, que ya el camarada enalapril está haciendo de mediador entre las “muchachitas” y sacamos del menú al humilde pan nuestro de cada día que, dicho sea de paso, no se ha podido comprar porque no tenemos mensajero. Hemos aprovechado este otro síntoma pa’ despedirnos de la sal de la vida.
A la altura del tercer día pierdes el olfato y el gusto. Ningún catarro común me había producido tal cosa y no tenía la menor idea de cómo sería. Eric, que va dos días por delante, ya no olía nada, mientras yo disfrutaba el electroshock del eucalipto entrando por la nariz y llegando a la silla turca. (Abro paréntesis y me cuestiono si debo sucumbir a las novelas de las 3:00 de la tarde ahora que tengo tiempo… lo voy a pensar).
Ahora todo me sabe a pollo hervido sin sal y los cocimientos son como agua común, menos el de cebolla morada, porque ella sí es fuerte y pica la condená. Tengo la lengua rara, no sé si más grande, más seca, más rugosa… qué sé yo. No me he querido mirar al espejo, no vaya a ser que me parezca a esos perritos feos con la quijá echá pa’lante y la lengua afuera.
Eric también se sintió matungo, casi más de la mente. A las 11:00 de la noche me mandó un mensaje al chat de Messenger con su código de transfermóvil, pero como hoy amaneció sintiéndose mejor, seguro ya lo cambió. No he podido comprobarlo.