Cortesía de Efrén León Nápoles El amanecer en Ciego de Ávila fue frío este 12 de noviembre, sobrecogía, cuando de repente una noticia era portadora de un fuerte calor familiar que tanto había consolado a Francisca Acosta Santana durante sus años lejos del pueblito que la vio nacer, y que ahora era llamada por la eternidad.
Todavía conmemorando el aniversario 50 de la Independencia de Angola, su esposo, Efrén León Nápoles, combatiente del Ejército Rebelde e invasor en la Columna del Che, a sus 88 años, se erguía con lágrimas internas cuando vio la calma definitiva en el rostro antes agitado de su gran amor, ese que no debe guardar en la memoria, por la angustia con que la vio padecer un final dramático.
Se encaminaba Efrén, el único combatiente que llevó a cabo varias veces la invasión por la independencia, hacia una madrugada interminable y álgida para acompañar a quien había aceptado ser su esposa hacía cuarenta años y así dar el último hasta luego a la mujer que llamó heroína.
La casa modesta, rodeada por el viento colado y frío que parecían hacer guardia de honor, despojaba a Efrén León Nápoles con la espalda aún recta a pesar de los años y las batallas para recibir cada abrazo amigo con la serenidad de quien ha enfrentado tantas pérdidas.
“Era mi heroína”, dijo mientras sus manos, aquellas que habían cargado un fusil desde la Sierra hasta la Batalla de Santa Clara, acariciaban la flor, nuestro homenaje íntimo, que acompañó su ataúd. “Los que luchamos en los combates seguimos construyendo la obra gigantesca y eso gracias a ella y mujeres como ella que eran el alma callada de la Revolución”.
Muñi, como la conocimos, había sido esa belleza natural del campo, cuya familia por encima de miles de riesgos había colaborado con la columna invasora del Che. Provenía de un seno donde el valor se traducía en herencia.
“Era la más bella”, recordaría ahora quizás Efrén, sin embargo, su hermosura palidecía ante su firmeza. Seguro que cuando se conocieron no advirtieron que serían“uno para el otro”. Recién casados, Efrén le planteó lo difícil que sería ser su compañera, contaba con voz cargada de emoción. “Un soldado de la Revolución nunca deja de serlo, incluso en tiempos de paz”. La prueba mayor llegó enseguida, cuando se dispuso como internacionalista en Angola. “Se lo dije y fue serena su reacción, como si entendiera que la Revolución no conoce fronteras”.
Desde La Habana, Muñi enfrentó tres mudanzas sucesivas, siempre acercándose poco a poco a su terruño familiar en Ciego de Ávila. “Cada vez que escribía desde África, ella me contaba cómo se las arreglaba, cómo me extrañaba, pero siempre lograba cada reto que se imponía”.
Al regreso de Efrén de Angola, Muñi no descansó. Incorporada a la cooperativa, Alipio Valcarse, en Venezuela, madrugando cada día a las 4:00 de la mañana, salía en una carreta, feliz, a aportar. Era su contribución a la patria socialista que ayudaban a construir.
El camino hacia la maternidad fue uno de sus combates más difíciles. Varias pérdidas de embarazos marcaron sus primeros años de matrimonio. Ella quizá lloró en silencio, pero al día siguiente seguía adelante, la Revolución necesitaba mujeres fuertes. Cuando finalmente nació su hijo Leoncito, encontró una nueva razón para su lucha cotidiana. Fue una esposa y madre dedicada, una heroína en la casa y el trabajo.

Hoy, cuando el cortejo fúnebre avanzó hacia el cementerio local bajo un sol que parecía rendir homenaje, quienes le acompañamos formamos una comitiva que honraba no solo a Muñi, sino a todas las mujeres cubanas que habían sido el pilar callado de la lucha revolucionaria.
De la voz firme del presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en el municipio de Ciego de Ávila, Manuel Quiala Jiménez, que se dirigía a todos en agradecimiento por acompañar a la familia, dijo que no nos despedimos, al contrario, la consagraba. Reafirmó con sentimiento compartido que Francisca Acosta Santana fue la soldado que nunca empuñó un arma pero que sostuvo mil batallas; la internacionalista que nunca cruzó fronteras, pero cuyo espíritu llegó a África junto a su amado esposo; la Mariana que no nació en el siglo XIX pero que encarnó su valor. En cada madrugada en la cooperativa, en cada hijo que esperó, en cada carta que cruzó el océano, estaba construyendo la Revolución tanto como Efrén, ese héroe enorme, en los frentes de combate.
YeniskaEfrén León Nápoles (al fondo), despide a su compañera de vida
"Era mi heroína", murmuró Efrén la mañana del pasado 12 de noviembre, la heroína del silencio que nunca pidió reconocimiento, aunque lo merecía todo.
La bandera cubana que cubrió el último resguardo de su cuerpo no ondeaba en el pueblo avileño a media asta, pero en los corazones de quienes conocieron a Muñi, su ejemplo flameaba imponente, el de la campesina que supo que la verdadera Revolución se hace tanto en los campos de batalla como en la resistencia silenciosa de cada día.
Para todas las Muñi de Cuba, esas heroínas anónimas cuyas fortalezas tejieron los cimientos de la patria, el mayor reconocimiento.
Yeniska