De padres

A Daniel va a costarle sonreír este domingo. A juzgar por los dos nasobucos, las gafas transparentes y la preocupación en sus ojos, probablemente habrá que adivinarle un intento de sonrisa cuando arquee las cejas y se arrugue su frente.

Desde hace una semana, cuando su PCR dio negativo, y positivo el de su padre de 81 años, está pegado a una silla plástica en el Hospital Provincial Roberto Rodríguez, de Morón, con un hilo de voz y los sentidos aturdidos, atento a cualquier detalle y aprendiendo de signos vitales y medicamentos como si fuera médico y no ingeniero.

Pero como hay fechas que no son negociables y no habría un Día de los Padres sin los hijos, al fin y al cabo, se alegrará y apaciguará la incertidumbre con un ¡Felicidades! en el que cabe toda la dicha de un hijo de 53 años al que le han salido las canas admirando a ese hombre cuyo genio y figura siempre le han parecido inmensos.

Otra vez habrá que celebrar desde la distancia y, entonces, la medida de la felicidad será inexacta porque no hay peor prueba que estar y no poder, por ejemplo, abrazarse o ir de Norte a Sur de la provincia para reunirse en familia como antes. Ese es un extremo.

En el otro estarán Daniel y quienes como él andan con la alegría entrecortada, médicos de guardia que deberán elegir otro día y hora, y gente común y corriente a la que el virus no podrá frenarle la alegría, pero sí cambiarle los modos.

Si la historia fuera al revés y tocara a los hijos, ahora, criar, cuidar, educar y consentir, sabríamos a destiempo que la felicidad de un padre es umbilicalmente la de su hijo, que significa cobija por más huracanada que sople y que se lleva sobre los hombros todo ese peso desde que la vida se replica al nivel de células y moléculas.

Entonces un día cualquiera comienzan a llamarle “viejo”, mientras tú sigues diciéndole “niño” por más que las canas y las entradas lo pongan en entredicho. Pareciera que su ejemplo es como herencia genética que se lleva con orgullo y desmiente aquello de que “cualquiera” puede serlo, para darle otras connotaciones: amigo, súper papá, héroe, maestro y un fuera de serie en cualquier contexto siempre con toda la razón y la palabra precisa.

Entre padres e hijos late un ritmo que se armoniza y ensancha al calor de unos labios minúsculos sobre la mejilla o en la cabecera de la cama de un hospital, cuando ha llegado la hora de equilibrar “las cargas” y corresponder a tanto amor desmedido. Es ahí, en esa pose y en ese instante, donde se descubre la grandeza de vivir para contar la vejez de un padre.