Curar desde la vocación y el carisma

Una jugarreta del diarismo me llevó hasta aquella consulta donde descubrí a una enfermera intensa. Se define así, intensa, porque nada puede opacar su energía en las curas, en el mero acto de apaciguar el dolor con la hiperactividad de su corazón. 

En aquella habitación del policlínico José Agustín Más Naranjo, del municipio avileño de Primero de Enero, donde cobra vida el pie diabético, encontré a María Elena René Anelás. Es allí donde la encuentras bien temprano, pues luego apela a la metamorfosis social que la conduce a la labor de terreno, hasta el paciente encamado por el arribo de los años o al que valientemente se enfrenta al cáncer y ella brinda sostén y prácticas curativas, hasta que la vida renace o se disuelve.

Impresiona su presencia, eso sí. Elegante y combinada, defensora del atuendo impecable, con la prevalencia siempre del esplendor de su uniforme blanco. Más de tres décadas han transcurrido desde su graduación en el Instituto Politécnico de la Salud “Arley Hernández Moreira”, en el municipio de Morón. Desde aquel entonces hasta la fecha, mucho ha llovido, como se dice, en el quehacer laboral de esta fémina violeteña.

En su consulta me recibió para hablar de todo un poco. La rotura del split de aire acondicionado no fue impedimento. Con la puerta abierta y un ventilador mantuvo su labor activa. Porque ella no se deja vencer así de fácil.

Y en medio de tanta escasez de recursos se las ingenia para curar a unos y a otros con las pequeñas donaciones de ungüentos y otros materiales —que recibe como gratificación de sus pacientes— porque es innata la voluntad de colaborar y porque los cubanos, “aunque se las traen” en muchas facetas siempre responden con afirmación a temas de solidaridad, altruismo y buen corazón.

Así, de sopetón, la interrogué :

 — ¿ Por qué la enfermería? Una pregunta sencilla con una respuesta de centella.

— Porque siempre tuve el interés por estudiar esa gran profesión. Siempre tuve la necesidad de ser enfermera.

Su vocación de servicio no la deja mentir. Luego de graduarse en 1991 laboró en el policlínico del territorio violeteño durante 3 años. Acto seguido se adentró en el barrio y sus interioridades, en el Consultorio del Médico y la Enfermera de la Familia en la comunidad Mejicano, donde permaneció durante 20 años. 

Mari —como muchos le dicen— tuvo entonces una oportunidad de superación, quizás como parte de ese añorado crecimiento profesional que anhela cualquier trabajador.

— ¿Cómo fue la preparación para llegar a ser una enfermera especializada en Angiología?

— Nos citaron para un diplomado en Ciego de Ávila, prepararon a 10 enfermeros de la provincia, para asumir esa consulta en aras de que el paciente no llegue hasta los hospitales provinciales de Morón y Ciego de Ávila (a no ser que la complejidad de la dolencia así lo requiera).

“Nosotros somos quienes lo atendemos y en caso de que tenga alguna lesión grave, pues lo remitimos a la consulta de Angiología.

“Te confieso que a la consulta de cura del pie diabético siempre llego contenta, con buen carácter, sonriente para que el paciente, a pesar de su dolencia, se sienta más seguro del trato que le voy a brindar".

— Trabajas con muchas personas, sobre todo con adultos mayores...

— Ellos representan la vida mía. Me siento muy contenta cuando atiendo a los pacientes y si son de la tercera edad más todavía, hay que tratarlos con cariño y con amor. Brindarles lo que ellos necesitan con un buen trato. Eso es lo más importante, pues muchos viven solos o tienen una situación familiar extrema en el entorno del hogar.

— Tu carácter, ¿cómo influye?

— Oh, ¡mi carácter! Pues con buen humor, nunca triste, siempre contenta, los problemas que tenga se quedan en la casa y enfrento la consulta con empatía y buenas vibras.

Mientras me explica, sus manos laboriosas no paran. Habla, pero a la vez, alista sus utensilios porque aún espera al paciente que no ha llegado. 

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Entonces comprendo que hay altos en la vida que trascienden como necesarios, sobre todo si ensalzan el espíritu y consolidan el prestigio de la nación. Para María Elena también existió esa pausa laboral en la Isla.

Hasta el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Concepción, en Cañada de Urdaneta, en el Estado de Zulia llegaron las manos bondadosas de Mary.

En la geografía venezolana, el CDI se define como un establecimiento de salud gratuito para la población, con prestaciones de servicios de apoyo diagnóstico, con garantía de asistencia médica de emergencia las 24 horas, desde la terapia intensiva.

— Cumpliste misión internacionalista en la República Bolivariana de Venezuela, ¿qué representó ese momento en tu vida?

Apenas escuchó la última palabra de mi interrogante, para exclamar emocionada: “Eso fue una hazaña que me marcó para toda la vida! Estuve fuera de mi nación, me fue bien, establecí excelentes relaciones con los venezolanos y los connacionales que estaban allí. Me sentí muy contenta con esa gran misión que es una honra para mi país y para mi vida”.

Se refugia en los recuerdos y rememora, tal vez con la mirada en retrospectiva, recordando aquellos días difíciles de pandemia, que transformaron la realidad de muchos países: “allá estuve en el enfrentamiento a la COVID 19 y tuvimos una atención y una asistencia muy buenas con los venezolanos. Al entrar en zona roja pasábamos 14 días frente a los pacientes todo el tiempo, sin ir a las casas; luego 14 más en aislamiento, en total nos ausentábamos del hogar durante 28 días, pero nos sentíamos bien. 

“Éramos un equipo muy unido, nos ayudábamos en todo. Salvamos muchas vidas en Venezuela. Fíjate que a mí —espetó—, por mis patologías de hipertensión y asma me habían exonerado del trabajo. Esas afecciones constituían un riesgo para mi salud, pero me necesitaron, me aferré a los medios de protección y me enfrenté, por suerte nunca me contagié. Tuvimos muchas condecoraciones".

Unos minutos de silencio mediaron. Ella meditó y comentó: “Nunca se me olvida aquella ocasión en que recién llegada a la nación de Bolívar atendí a un paciente que había recibido 20 tiros. Nos enfrentamos (ella como enfermera intensivista junto al médico intensivista también cubano) y lo salvamos. Después vinieron los familiares para agradecernos por salvarle la vida, cuando realmente era muy alto el riesgo de morir”.

Pasajes como esos le anexan nostalgia segura al cubano que se encuentra lejos de la patria amada. A la vez, como una inexplicable disputa emocional, se ponen cara a cara la añoranza de la casa grande y la honra de sentirse útil en otras latitudes.

Cuando por fin regresó a su tierra, su intensidad se potenció aún más. Con múltiples reconocimientos por su desempeño, el sello especial recibido desde la ciudad de Caracas por su comportamiento frente al Sars Cov 2 y los agasajos del sector en el municipio y la provincia, reviven esos alicientes afectivos que la hacen única. 

Con orgullo deja entrever que le apasiona aliviar a los enfermos. En cada jornada evalúa lesiones profundas que pueden ser desde el grado 0 hasta el 5, lo cual compromete la preservación de la vida. “Mi objetivo —asevera— es evitar que el paciente llegue a la amputación, lograr su pronta recuperación y que se reincorpore a la sociedad”.

Aunque suene retórico, insiste en nombrar a su familia, en especial a su madre y a sus hermanos, porque no pudo abrazar la maternidad en primera persona, aunque el cariño de unos cuantos hijos de afecto nunca le ha faltado.

Suele encontrársele con frecuencia en su amado entorno de la consulta de cura del pie diabético. Deslumbra —y ya algunos hasta ríen— cuando sale al pasillo a calmar los alborotos que a veces irrumpen y afirma: “Recuerden lo que quiere decir la palabra 'paciente', que hay que tener paciencia y saber esperar, los operados tienen preferencia”. 

María Elena René Anelás, la enfermera que cura desde la vocación y el carisma es sencillamente atípica. Para ella no existen días malos. Curar es su devoción.