Cuba en femenino

Las palabras de Fidel Castro sentenciarían aquel día como “histórico y prometedor”. Probablemente, la multitud reunida en el teatro Lázaro Peña no podía calcular la dimensión del asunto.

Aquel día pudo haber sol o lluvia, pero, para ser exactos, esos son detalles menores, lo realmente importante transcurría en este salón ante los ojos de un país enardecido que pegaba el oído atento a la alocución.

El estremecimiento lo justificaba la creación de una nueva organización que agruparía a todas las féminas, mientras saltaban al debate la igualdad de derechos, la emancipación económica y la incorporación al trabajo. En cualquier orden, la enumeración de retos suena más fácil y acompasada ahora que las siglas de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) no nos son ajenas.

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Difícil fue hacerse a la idea, por aquellos días, de que una mujer podía dirigir una fábrica igual de bien que un hombre, verlas salir de la estrecha cocina del hogar y llegar hasta las universidades, blandir el machete en un corte de caña o levantar la mano para opinar y enriquecer el diálogo.

No fue sencillo entonces y tampoco lo es al presente, con todo y eso de la experiencia acumulada y el pensamiento dialéctico. Sin embargo, nadie negaría que las cuentas hoy son redondas y, aun cuando se sume y se reste, el resultado no se bifurca: “han sido una revolución dentro de la Revolución”.

Por derechos conquistados y no por merecimiento, se habla con desenfado de igualdad de género, se le cierra el cerco a la violencia, y cada vez son menos los que ignoran sus cualidades como protagonistas, dirigentes o emprendedoras.

Mujeres de Ciego de Ávila.

El feminismo a ultranza que exhibimos no es consigna vacía, sino herencia enarbolada y convicción certera de que las mujeres cubanas son fieles a su estirpe, y han derrumbado muros y sorteado obstáculos para erguirse vencedoras al final de la meta.

Han hecho de cualquier comida un manjar; han sopesado carencias; han dividido horas entre el hogar, los padres enfermos, los hijos y el trabajo; y han peleado con uñas y dientes sus conquistas.

De Mariana Grajales hasta Celia Sánchez, Vilma Espín y los cientos de nombres anónimos que se escurren entre los pasillos de escuelas, hospitales y empresas se ha construido nuestra propia tradición del término, sin medios tonos, pero sí con los muchos matices que nos distinguen.

59 años después, el saldo positivo se ensancha y engrandece. El tiempo de las mujeres no ha caducado, sino que se reescribe cada día al calor de un país que no ha dejado —ni antes ni ahora— de pensarse femenino.