Cuatro palabras intensas de una enfermera intensivista

Suley Ferrales es una mujer de pocas palabras, o quizás de palabras tímidas, como quien está acostumbrada a ganarse el pan y los afectos más profundos sin tener que impresionar. Eso es, sin dudas, una virtud para una enfermera intensivista, acostumbrada a callar los nervios y afanarse en silencio. Pero también una razón para que responda nerviosa, pero sincera, a una entrevista que agradece a cada minuto desde su centro de aislamiento para trabajadores de la Zona Roja del Hospital Provincial Roberto Rodríguez.

En México estuvo tres meses, y en tan poco tiempo alcanzó a vivir un sismo de magnitud 7.4, una pandemia desde el peor lugar en que puede experimentarse, y el gorrión inquieto de la añoranza por su hija y su familia.

México es, a día de hoy, el cuarto país con más muertes causadas por el nuevo coronavirus, y el que acumula mayor número de muertes entre el personal sanitario. En ese contexto era lógico que a Suley la inmovilizara el miedo, pero ella dice que el temor que tenían "porque era algo nuevo y con protocolos diferentes ya a la semana había desaparecido, a pesar del riesgo que estábamos corriendo". Y al escucharla hay que volver al inicio y recordar que es enfermera intensivista, una que, apenas llegó a casa, volvió a armar las maletas para meterse de lleno en otra Zona Roja. Sólo entonces se entiende ese coraje.

Suley se preparaba en idiomas para una misión en un país de habla inglesa al momento en que supo el cambio de planes. "Escogieron un grupo para conformar la brigada del Contingente Henry Reeve que iba a partir para México, y yo me sentí muy orgullosa de formar parte de una brigada tan prestigiosa en el mundo entero. La preparación fue intensa, en cursos del IPK sobre ventilación mecánica para trabajar con pacientes positivos a la COVID-19, y en rotaciones por hospitales para evaluarnos práctica y teóricamente."

Brigada Henry Reeve

Pero el trabajo fue mucho más que eso. Ubicada en la Terapia Intensiva de un hospital público en Ciudad de México, a Suley le tocó estar al frente del personal cubano, trabajar 24 horas seguidas y poder ir al baño, comer o tomar agua solo cada seis horas. "Fueron momentos muy duros", acota al terminar de describirlo. Y debe ser mucho lo que no dice, pero implican esas cuatro palabras.

Aquí dejaba a su hija, su esposo y sus padres, con los que hablaba en los días de descanso. "Ellos me decían que me cuidara mucho y estaban muy preocupados por mi salud y bienestar, pero sabían que estaba cumpliendo con mi deber."

Sin embargo, el cariño tampoco le faltó del otro lado del mar. "Era muy impresionante cómo al recuperarse los pacientes nos conocían, a pesar del traje, por nuestra voz y nuestra manera de tocarlos. Una señora de 50 años me cogió la mano un día y me dijo: personas como ustedes es lo que México necesita." Suley acompaña la historia con una grabación hecha desde un móvil, en la que una mexicana bendice a la brigada médica cubana y se deshace en palabras agradecidas, coloreadas por la bondad de su acento.

Con ese amor, que se profesa en ambas vías, se disipa cualquier cosa, hasta el susto de un sismo, como el del 23 de junio de este año, en Oaxaca, México. "El temblor se ha sentido con especial intensidad en seis estados del sur y el centro del país (Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Veracruz, Tabasco, Estados de México y la Ciudad de México), afectando a un total de 22 millones de personas. En la capital, la alerta sísmica ha sonado por los altavoces instalados en las principales avenidas un minuto antes del impacto, permitiendo así a la población evacuar a tiempo los edificios", reportaban medios internacionales.

Para ella la historia es, también, una muestra de humanidad. "Nunca habíamos vivido esa experiencia, pero los nacionales enseguida se acercaron a nosotros y nos ayudaron a superar ese momento." La solidaridad humana tiene, al fin y al cabo, la fuerza de un movimiento telúrico.

Muchos afectos se conjugaron para que la estancia de los cubanos en aquel lugar tuviera un calor de hogar parecido al del Caribe, pero el regreso se sintió como un premio ganado.

"La bienvenida fue muy emocionante. El presidente Díaz-Canel nos recibió por videoconferencia", recuerda ella. Muchas fueron las muestras de respeto. No era para menos, habían atendido a 54 000 pacientes. Y tras el aislamiento establecido las guaguas partieron hacia el interior del país, llevando a gente eufórica por ver a los suyos. Una de ellas venía hasta Morón, Ciego de Ávila.

Pero llegar a aquí no fue "dormirse en los laureles" del deber cumplido. Hoy Suley espera por un PCR negativo que la devuelva a casa tras haber trabajado en la Zona Roja del hospital de Morón, donde se atiende a pacientes positivos y sospechosos. Y se le empieza a hacer un nudo en la garganta cuando piensa en que, otra vez, dejó atrás a su familia. Pero el nudo se safa cuando dice que "sintió que la necesitaban". Apenas cuatro palabras, otra vez.