Cuando el mundo se nos vuelve de revés

En tiempos convulsos, cubanos y cubanas se ponen de acuerdo en las redes sociales de Internet sobre la confianza, la solidaridad y lo que hay que salvar a toda costa

Parecen increíbles estos días en los que es microscópico el enemigo que nos quita la paz. A nosotros, a los seres humanos, que nos creíamos tan grandes, tan dueños del mundo.

Parece increíble que las potencias mundiales no hayan sido tan potentes como prometía la geopolítica, y que se confabule tanta mala suerte como para que el enfermo se crea sano, y salga de su casa, y bese a sus seres queridos, y viva varios días sin sospechas de que lo atacan desde adentro.

Por eso combatimos el miedo y el peligro como mejor sabemos o podemos: pensando en la familia, ordenando hasta lo más caótico (como el transporte urbano y el abastecimiento del mercado minorista), exportando salud.

Se nos pide quedarnos dentro, vigilarnos la tos, mantener la higiene, tomar distancia, querernos sin tocarnos, mantenernos activos, comer de forma saludable, escuchar las noticias de fuentes oficiales.

Nunca ha sido tan de vida o muerte preocuparse por otros, ocuparse como personas y como sociedades de los más vulnerables, de los ancianos que viven solos, de los deambulantes, los niños que andan fuera sin supervisión, de quienes viven en facilidades temporales por algún ciclón, o en viviendas sin servicios de acueducto y electricidad, del Tercer Mundo que no tiene vacunas para lo elemental ni médicos para lo inminente.

Nunca ha sido tan provechoso para el planeta que la gente se preocupe menos por el modelo de su móvil, y que la reducción del consumismo devuelva los delfines a las costas y se lleve el smog de las grandes ciudades.

Nunca ha sido tan importante estar pendientes de los niños, saber dónde están y con quién, demostrarles calma, animarlos a leer un libro o a dibujar, jugar, escuchar sus miedos, confesar los nuestros y enseñar a confiar.

Nunca ha sido tan vital acompañar a los abuelos, conscientes del tesoro que es poder tenerlos, escuchar sus historias, llamarles por teléfono, ver sus fotos amarillas, hacerlos sentir cerca aunque no puedan abrir a casi nadie las puertas de su casa.

Nunca ha sido tan imprescindible compartirlo todo, pensar en mamá, que siempre piensa en otros; limpiar y lavar lo que antes solo ella veía sucio; aprender a cuidar a los demás, como han hecho solo ellas (las madres) desde que mundo y patriarcado existen.

Nunca ha sido tan democrático opinar sobre todo, pensar en el bienestar colectivo, alentar a otros en las redes sociales, compartir orientaciones y comunicar, porque nunca ha sido tan decisivo.

Nunca ha sido tan inminente bailar a solas, ver una película, leer, hacer la media hora de gimnasia que nunca hay tiempo de hacer, intentar una receta nueva con los cuatro ingredientes de siempre, pasar tiempo con uno mismo y con los más queridos, adquirir un nuevo hábito, mantenerse sano, evitar a la gente tóxica (por las intenciones más que por los gérmenes), y nunca antes ha sido tan placentero.

Y en tiempos inverosímiles, mientras gastamos megas en oír a los tíos que nos aleja el mar, mientras nosotros y no los repasadores hacemos las tareas con los niños, mientras el país entero se sienta a las 8:00 de la noche frente al televisor con los dedos cruzados, mientras todos los altares resplandecen frente a la misma plegaria y mientras añoramos los besos que nos daremos cuando todo pase, en tiempos donde todo es inverosímil y el mundo se nos vuelve de revés, lo único prudente parece ser amar.