COVID-19 en Cuba: y de reojo al mundo

Las curvas de los últimos 15 días hacen que Matanzas y La Habana renuncien a la llanura que las une; un “paisaje aplanado” que, sin embargo, se ha instaurado en el oriente montañoso del país. La metáfora del nuevo coronavirus —justificada en tasas de incidencias “disparadas” y mesetas sin confirmados— ha trastrocado hasta los accidentes geográficos, pero en su versión literal y real nos ha dejado intacta una sentencia que muchos ya habíamos aprendido: la vida y la libertad siguen siendo un privilegio.

Y cada vez que las noticias del día nos alegran, nos alegramos no solo por ese 84 por ciento de confirmados que ya está en casa; por la sobrevida de los graves y los críticos; por los negativos que revelan los PCR, con esa baja positividad que lleva nueve días por debajo de uno… nos alegramos también por nosotros; los aparentemente sanos que no hemos sido, todavía, contacto de ningún sospechoso y tampoco nos enfrentamos al azar del estudio de seroprevalencia.

Porque con el aplanamiento de todas las curvas podría llegar el fin de las restricciones, que ya sabemos no marcará el fin de la epidemia. Y, precisamente, esa vuelta a la (a)normalidad que supone convivir con un virus que no vemos y nos infestaría inconscientemente (y en eso le saca un poco de “ventaja “al Dengue o al SIDA) nos pone en una situación inquietante que ya ha comenzado a debatirse sin candor en las redes sociales.

Aunque oficialmente Cuba no ha anunciado ni siquiera de manera gradual una apertura, los rumores, las sospechas, los vaticinios de “analistas” y los deseos se han conjugado en traer a la agenda mediática el día después de la epidemia.

En medio de ello, una de las aperturas más cuestionadas ha sido la estadounidense, cuyo vicepresidente Mike Pence se atrevió a decir hace dos días, que ya la economía “está en su camino de regreso" después de una "gran, gran temporada de dificultades". Obviemos que allí los recuperados no llegan al 20 por ciento del total de infestados, y obviemos las más de 92 000 muertes que pertenecen “al pasado de las dificultades”.

Por otro lado se anuncia que los griegos abren su temporada turística para mediados de junio, quizás por haber sido menos “golpeados”, y en la misma Europa, continúan las paradojas de España que ha retomado hasta las protestas en las calles; lo que podría interpretarse como amnesia hacia sus muertos, más que como justeza en sus reclamos.

Y está, de este lado, Brasil, un gigante muy disimulado en sus estadísticas: mientras Cuba aplica, por ejemplo, 7 924 test por cada millón de habitante, en el sudamericano, testean a 623. Es de suponer, entonces, que los datos posteriores representen a una pequeña minoría, expresada, no obstante, en la mayoría de los fallecimientos. Sus decesos han llegado a superar los 1 000 en un solo día y en esa jornada fue la primera causa de muerte.

Aquí, en Cuba, nos mantenemos diciendo que no ha cesado el peligro, que los riesgos siguen en las paredes, las colas… y hasta en las lágrimas. Y ese hecho no ha cambiado porque “apenas” 14 de 44 eventos de trasmisión que llegamos a tener en el país se mantengan activos o abiertos. No hay modo de ofrecer “inmunidad” a otras geografías del territorio por donde pudieran estar circulando, además, los 69 eslabones sueltos sin enlazarse aún a cadenas de contagio; multiplicándolas. Y 69 sigue siendo mayor que los ocho casos positivos de este jueves. Y 689 pacientes en vigilancia, en los hospitales, sigue siendo una probabilidad futura que nos mantiene en vilo.

No sabemos con certeza si lo peor ya ha pasado o si podría pasar. Creemos que sí, que el 22 de abril fue nuestro pico (con 824 casos activos) y que hoy (con 223 hospitalizados) vamos ganando la batalla. Pero cuesta predecir en qué estado, y cuándo, llegaremos a declarar la victoria.