Cómo olvidarte

Cuentan que en medio de un crudo bombardeo, alguien que había sido rescatado de entre el humo y la metralla huyó porque no encontraba a su amado; para cuando todo cesó, ambos yacían en medio de la desolación y el caos, estaban juntos, sin vida.

Dicen que un enfermo mental huyó del manicomio y echó a andar una locomotora, nadie sabe cómo, para ir hacia su amada, de la que lo habían separado para cumplir un tratamiento urgente.

Nos relata Anthony de Mello que una anciana acompañó a su esposo hasta el leprosorio donde fue confinado, y cada tarde volvía y allí, por las rendijas del portón que los separaba, contemplaba la sonrisa del anciano en aquel rostro cercenado por la lepra, porque así él se sentía acompañado y amado.

Siempre pienso en historias como estas, porque, aunque es hermoso el amor del cisne azul y la rosa rosa, como dijera la poetisa; el amor de manos sudadas, pies tibios, labios que se ofrecen como peces al amor temprano, desbordado y tierno; ese que habla de maripositas en el estómago, cartas perfumadas, mensajes dejados en papelitos en todos los bolsillos; nada me conmueve más que ese amor que lo resistió todo, que vivió bajo la fina llovizna y el sol tibio, pero también bajo terribles aguaceros.

Es hermoso el amor del recuerdo perenne, del paseo tomados de la mano, pisando hojitas y riendo al viento, de cafés y largas conversaciones, de madrugadas acurrucados sin pelear por la manta; el amor de “no respiro sin ti”, de “vuelve o muero”; mas ninguno me conmueve como el que no se marcha ante el primer tropiezo, el que permanece cuando la flor ya está marchita en las páginas de un libro, y las hojas de las primeras cartas y poemas ya son amarillas.

Ese amor que resistió el tiempo, las distancias, los horrores de la vida, las peleas. El que no buscó abrigo en otro lecho, calor en otro cuerpo, y se reinventó cada día con lo mucho que quedaba, porque siempre amaneció compuesto, animoso, recién hecho.

Busco en historias de seres que lo dejaron todo por un amor irresistible, subyugante; dispuestos a esperar muchas vidas, muchos inviernos, que resistieron tormentas y tormentos, porque era ese amor y no otro el que los alimentaba.

Es hermoso el amor que llega y como un remolino va de rincón en rincón y se adueña del alma, y se enciende y vive a flor de piel, esperando a ser tocado con la yema de los dedos para avivarse y devorarlo todo. El del suspiro y el susto que te lleva las manos al pecho, que te arranca una sonrisa, que de cerrar los ojos te lo revive todo y la felicidad vuelve. Pero nada me conmueve como el amor que esperó callado, que resistió a los siglos y vive al alcance de una mano, a la altura de un beso, que escribió poemas que aún adornan viejas paredes, que deshojó muchos calendarios; que parecía que iba a morir, pero sobrevivió a todo.

Cuentan que cuando Johann Sebastian Bach murió, su esposa dedicó su vida a perpetuar su obra y su memoria; y que Pierre Curie celebraba más los descubrimientos de su amada Marie que los propios.

Yo les cuento que, si a mi primo Midey no lo hubiera atacado el Alzheimer y no lo hubiera traicionado su memoria, nunca hubiera olvidado a mi prima María, la que se sintió reconocida por él hasta su último suspiro.

Y dicen que las más hermosas declaraciones de amor y despedidas se han escrito en campos de batalla, lechos de muerte y oscuras prisiones.