Si una nube de palabras fuera a dibujarse, amor sería el término más sobresaliente dentro del paisaje que recrean las educadoras de círculos infantiles (CI) en Ciego de Ávila. Ninguna de ellas citó otra razón en primer lugar ni se atrevió a decir que bastaba con la paciencia para pasarse el día cuidando… y educando a niños en su primera infancia.
Y podrían pasar otros 60 años y “el cielo” recreado dejaría la misma lección: seños, auxiliares, educadoras que hacen de mamis y papis, mientras ellos van al trabajo y vuelven desesperados para comprobar que su hijo no solo se adaptó y se volvió independiente, sino que los extrañó menos de lo que supusieron.
Entonces comienzan las historias de agradecimiento del otro lado; de madres que no se creen capaces de cuidar a tantos niños al mismo tiempo y ven en esas mujeres a magas vestidas de rosado. De padres que se asombran de que su hijo coma de todo y hasta se duerma rodeado de distracciones, cuando en casa cuesta tanto lograr “tranquilidad”. De abuelas que pierden terreno en mimos y consentimientos porque la niña, ahora, también llora por la seño y las menos “matraquillosas” se dan el lujo de esperar a las 3:00 pasado meridiano, en calma, para ir por su nieta.
Los pasajes menos felices en los CI están asociados a catarros, impétigos o pediculosis. Tres eventos que terminan siendo tan curables como “normales” y solo ganan relevancia en las conversaciones de adultos que tienen ahí sus mayores preocupaciones, porque lo demás está garantizado: la educación, la alimentación, la enfermería, el cuidado, el juego…
Sin embargo, a la mayoría, las vivencias de estos centros les son ajenas, pues hoy existe una deuda altísima con las madres y los padres trabajadores; una condición que en el contexto actual se vuelve casi obligatoria. Por eso, cuando Laura Acanda Leal, jefa del Departamento Provincial de la Primera Infancia, habla de 35 CI y de la matrícula de 5 284, se apresura a decir que eso, todavía, es muy poco.
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Al representar una problemática tan seria, el número casi no admite redondeos. Una madre que no está empleada por no poder matricular a su hijo en un CI, es una madre a la que no solo se le dificulta su aporte y utilidad como persona, sino a la que (si aún así quisiera trabajar) se le encarecería el cuidado de su hijo, y tampoco tendría garantías de una acertada educación.
Según Laura, apenas 83 casas cuidadoras, con una matrícula de 786 niños, se inscriben dentro de la legalidad del territorio y reciben, por tanto, preparación metodológica y asesoramiento del Programa Educa a tu Hijo. El resto, permanece al margen de cualquier evaluación.
Por eso ella habla de la importancia de rescatar las casitas infantiles en diferentes organismos y de proyecciones futuras que deben crear capacidades en Primero de Enero, Chambas y Turiguanó, por ejemplo.
La reparación capital del CI Año Internacional del Niño no supone nuevas capacidades, pero sí un mejor ambiente para los infantes
Pero insiste, sobre todo, en “mejorar lo que está a nuestro alcance. Nosotros no podemos construir un CI; eso sí, podemos perfeccionar la educación que allí brindamos”. De alguna manera el perfeccionamiento en esa primera infancia da cuentas del hecho, al incluir la tecnología y el Inglés en nuevas sesiones de trabajo o al estimular la formación de oraciones donde antes solo se formaban palabras.
El avance podría juzgarse de acuerdo con cada pequeño y cada padre tendría su versión del aprendizaje. Lo que para ninguno sería cuestionable es la dedicación de las educadoras. Si ellas se cansaran, si se rindieran, ya no serían “seños” ni las plantillas de los CI estuvieran cubiertas al 100 por ciento, como están hoy.
Todas las entrevistadas por Invasor dibujaban su “nube de amor”, mientras contaban de los niños que les dicen mami y ya son grandotes de secundaria, o de los que les dieron mucha guerra y, al final, lograron insertar en el grupo. Mabel Lima González, la directora del CI Alfredo Gutiérrez Lugones, tiene allí a un montón de esas. A Marta Pupo, Maria Elena Cervantes, Yanisel Mainat, Elisa Pérez, Yitsy Sobredo o Milagro Pérez, quien dice que le queda poco para jubilarse y ninguna de ellas le cree.
Educadoras y auxiliares del Alfredo Gutiérrez Lugones profundizan en su preparación
La propia Mabel lo fue antes y hasta maestra de su hija tuvo que ser allá en Jagüeyal, donde no tuvo la opción de no ser las dos cosas a la misma vez. Sin embargo, más orgullosa se muestra al decir que fue madre de “otras hijas”, también.
Ahora lo es un poco de sus educadoras, quienes esta semana se preparaban para la arrancada post COVID-19, aunque otras en ese “claustro infantil” permanecían trabajando en el CI Manzanita; uno de los cuatro que en la cabecera provincial continúan abiertos, pese a las restricciones impuestas.
Allá encontramos a Naida Chávez Scull, subdirectora del Manzanita hoy, pero una de las maestras insignes que lució hace cuatro años el Zapaticos de rosa. Cuando sus niños de entonces la vean en el periódico pondrán, sin dudas, esa cara de asombro que preludia a la felicidad: “Mira, mami, mi maestraaaaaa”.
Porque hay recuerdos que no se borran, maestras que son madres y círculos que son casita.
Por más de 20 años Naida se ha ganado un montón de afectos