Canas: la huella de un rayo que pasó

Hay un punto en el que una desiste de ir en contra de la naturaleza de las cosas. Este es mi viaje camino a abrazar el gris

No me quites las canas, que son mi nobleza
JOSÉ MARTÍ

A los 14 años descubrí mi primera cana. No sé si llevaba mucho tiempo enredada y escondida entre mi cabello negro o acababa de “nacer”. La encontré un día, parada frente al espejo, mientras me peinaba. La luz se reflejó en mi pelo y ahí estaba ella, rebelde, queriendo separarse del resto. Mi primer instinto fue arrancarla, porque era una afrenta a mi lozanía. ¡Vamos!, que no tenía ni quince, no me había dado siquiera un tinte para enmascarar las puntas resecas, hijas del ir y venir bajo el sol a la escuela, y de usar liguitas y hebillas. Pero no lo hice.

No exactamente por el improbable maleficio de que salieran tres más en el lugar de la extraída (como siguen repitiendo hoy las abuelas), sino porque mi cabellera nunca ha sido tan copiosa como para prescindir de un pelo, aunque fuera una cana. Además, si una golondrina no hace verano, ¿qué podría hacerme aquella indefensa canita? Así vivimos ella y yo, en paz, hasta los 30.

En realidad, la convivencia no fue tan pacífica, no me voy a engañar. Unos años antes, ya no era una, sino varias, pero para entonces yo me entintaba de negro una vez al mes y nadie adivinaba los motivos reales. Eso, como dije, empezó a cambiar a los 30, porque la proporción entre cabellos blancos y oscuros se fue acortando, en favor de los blancos, y la frecuencia de los tintes también creció, en detrimento de mi bolsillo.

Fue en ese punto de mi vida en el que asumí la idea de que el pelo negro era cosa del pasado y empecé a trastabillar en el empedrado camino de las iluminaciones, las mechas, los tintes más claros. Ilusa yo. Las canas seguían ahí, empoderadas, orgullosas, visibles (incluso después del tinte) y mi pelito cada vez más maltrecho, con un frizz de los mil demonios. Ante el espejo, parecía mirarme él y gritarme, “asere, ya, ríndete”.

Ahora, en el filo de los 40, más p’allá que pa los 39, estoy casi convencida —subrayen este casi, por favor— de que debo dejar descansar a mi pelo y asumirlo en su blanquecina belleza, la huella del rayo que pasó. Pero no es tan fácil.

Naturales e inevitables

A estas alturas todo el mundo sabe que las canas son el resultado del deficiente funcionamiento de las células madre de melanocitos, productoras de melanina, un proceso natural aparejado a la edad. Es como si estas células se secaran y perdieran la capacidad de dar color, a medida que transcurre el ciclo vital. Pero a los 14 años no se es viejo, obvio, ni he sido yo la única adolescente con canas. De ahí que no pocos investigadores en el mundo dediquen tiempo a encontrar otras causas o factores determinantes de la canicie.

Uno de los resultados más recientes fue publicado en la revista Nature en abril pasado. Un equipo de científicos de la Escuela de Medicina Grossman, de la Universidad de Nueva York, ha encontrado que “las células madre viajaron de un lado a otro dentro del folículo de pelo. En este proceso, maduraron, produjeron el pigmento y volvieron a salir”, al estudiar ratones.

Es decir, estas células tienen capacidad de autorrenovación y lo hacen durante su vida, aunque va ralentizándose con el paso del tiempo. Por tanto, ante la caída natural del cabello, el nuevo que sale no tiene la misma cantidad de melanina. Luego, no depende solo del envejecimiento natural, sino del funcionamiento propio de ese sistema celular, sobre el que podrían tener efecto otros muchos factores.

• Cómo el estrés provoca la aparición de canas 

Digamos, la alimentación, enfermedades autoinmunes, fumar. Pueden aparecer, incluso, por estrés oxidativo, como resultado de un desequilibrio en las células por un aumento en los radicales libres; también por contaminación del aire, radiación, luz ultravioleta, consumo excesivo de alcohol/drogas, tal cual explicó la doctora Abril Martínez Velasco, dermatóloga de la Clínica de Oncodermatología de la Universidad Autónoma de México, hace un par de años.

Antes, James Kirkland, director del Robert and Arlene Kogod Center on Aging en la Mayo Clinic, citado por The New York Times en un artículo de 2017, había dicho que el equilibrio entre cabellos pigmentados y sin pigmento tiende a perderse a los 40 o 50 años, con una tasa de variación que depende de la genética, el género y la etnicidad.

Atendiendo a ello, los hombres de piel negra suelen tener canas después que los de piel blanca, mientras que los asiáticos están a medio camino entre estos dos grupos étnicos. A las mujeres, por lo general, les salen canas después que a los hombres y la genética determina bastante en la edad en que aparecen. Si padre y madre tuvieron cabellos plateados a una edad temprana, podemos apostar a que los hijos también serán canosos con prematuridad.

Entonces, no necesariamente encanecer tendría que ser el resultado de un envejecimiento indetenible y evidente, y, en consecuencia, no debería acarrear los estigmas (injustos, inmerecidos y obsoletos) de “hacer ver más viejo” a quien lo vive. Dame un beso en las canas, mi niña: ¡que son mi nobleza!, escribió José Martí. Pero no es tan sencillo.

 canasCon las canas también hay estereotipos: un hombre canoso es “interesante”; una mujer canosa es “vieja”

Abrazar el gris

Lo primero que me dijo mi peluquera cuando le esbocé la posibilidad de dejarme las canas fue que yo soy muy joven para eso (¡gracias, querida!). Fui a que me cortara un poco el cabello y así ir dejando atrás, en el piso más bien, las hebras desteñidas y frisadas, hijas de mi empecinamiento en enmascarar lo inevitable. Volvió a poner en el horizonte la idea de unos rayitos, “con gorro, que son menos agresivos”, o de un tinte frío (que no sé si me dejará helado el monedero).

Otro día, en medio de una discusión en una cola (en términos pacíficos, debo aclarar), mi interlocutora, con desdén, me espetó que yo debía saber cómo funcionaba la muy extendida práctica de marcar, ir a tomar café, caminar por el bulevar y regresar en el instante de entrar a la tienda —de la que ella pretendía tomar ventaja justo delante de mis narices— porque, mirando fijamente hacia mi cabeza, mis años tenía. ¡Que son solo 39, compañera!

 grayhairInstagram es una vitrina perfecta para quienes abogan por el movimiento #grayhair

Esta lucha existencial conmigo misma, no obstante, había comenzado con la COVID-19 y la oportunidad de darme cuenta de qué es lo realmente importante. Y no fui yo sola. Entre ir a pintarse el pelo, arriesgando la vida, y quedarnos en casa, canosas y, de vez en cuando, despeinadas, pero a salvo, muchas de nosotras dijimos “total, si nadie nos va a ver”. Esa sola frase terminaría por ahorrarnos dinero, tiempo, riesgos y, de paso, confirmaría otras muchas hipótesis: teñimos el cabello por el “qué dirán los demás”, por disimular el paso de los años, por cumplir estándares arcaicos.

Leyendo y escuchando a otras, una entiende que hay mucho más. Para la antropóloga y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Bruna Álvarez, “actualmente hay un gran cuestionamiento de los cánones de belleza desde los feminismos. Estos posicionamientos están llegando a mujeres con una posición de empoderamiento que se han hartado: algunas se dejan las canas y otras, quizás menos, dejan de depilarse”.

Aprovechando la nueva ola, hasta las revistas de modas han asumido el discurso emancipador y reivindicativo de las canas, haciendo grandes crónicas rosadas de celebrities que, teniendo todo el dinero del mundo para mantener el color deseado, extensiones, implantes, pelucas y cualquier otro artilugio, decidieron que era hora de mostrarse tal cual. En adición, se han puesto en tendencia los colores plateados que emulan a las ya no tan despreciadas canas, de manera que mujeres jóvenes han optado por este tipo de estilo. Preguntado por el diario español El País, un experto colorista de cabello dijo que se trata de “trasladar las técnicas habituales con las que iluminamos a melenas rubias y morenas, creando un nuevo enfoque”.

Y después estoy yo, aún indecisa. Por una parte, sin la capacidad de pintar y retocar las raíces todas las semanas o cada 15 días, porque me falta tiempo y dinero. Y por otra, queriendo emular a todas esas mujeres que han decidido abrazar el pelo gris, enarbolando un ¡basta ya! de cánones absurdos, sin sentirme vieja ni desaliñada, sabiendo que cuidar las canas tampoco es barato. Pero aquí vamos.