Aguaceros de mayo

Cualquier día de mayo es 1ro. si se colma una plaza de trabajadores festejando lo alcanzado

Aquellos versos de Silvio Rodríguez donde el poeta barría tristezas y entonaba un aguacero en venganza que, al escampar, semejaba esperanzas, siempre tuvieron un halo romántico de querubines que lograban llevarse lo feo. Y más de un cubano los ha coreado en plazas que suelen sintonizarlo, como si fuera el único acreditado a cantarnos nuestros deseos.

Pero las abuelas también nos dijeron que los aguaceros no solo eran románticos, sino que eran hasta benditos; sobre todo, el primero de mayo, que algunas veces coincidía en el calendario.

Ese día todos los “fiñes” de entonces teníamos permiso para que las cunetas fueran cascadas y cayeran sobre nuestras cabezas las lluvias que curaban andancios de turno. Despojaban. Se llevaban todo lo malo y, encima, hacían madurar las ciruelas.

Así empezó a ser mayo bendecido siempre y, luego, nuestros padres nos contaron otras razones que lo acaudalaban más: historias de mártires en Chicago y de una Cuba que, después de aquellos sucesos, saldría a las calles sin nada que celebrar. Fueron marchas de exigencia donde la solidaridad internacional impuso agendas abiertas de par en par, mientras los trabajadores escribían las jornadas a su antojo. La dictadura eran ellos, los del proletariado.

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Otros años y otras aguas nos trajeron mayos a raudales y los reclamos irían tornándose en celebraciones y la gente comenzó a desbordar las plazas, como la lluvia a los riachuelos, y se precipitaron las consignas y se escurrieron los dolores de un tiempo pasado que no fue mejor.

Y en medio de otras tempestades, aprendimos a guarecer lo que construimos, a cielo descampado, sin importar la intensidad de los vientos en contra, casi siempre soplando desde el Norte.

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Porque, incluso ahora, cuando el clima aparentemente no nos bendijo, postergamos el desfile con el poder de quien desobedece almanaques y sigue creyendo que cualquier día de mayo es 1ro. si se colma una plaza de trabajadores festejando lo alcanzado; sin que ello resulte en peligroso comodín de estancamientos. Seguimos necesitando muchas manos y muchos corazones para que la patria nos contemple orgullosa y el latir avileño sea, más que un reconocimiento, la razón para mantenerla con vida.

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