Agua a la medida en el Parque de la Ciudad

Este verano, en el Parque de la Ciudad de Ciego de Ávila, los niños prefieren la piscina

Con el rostro más bañado en picardía que en agua, la niña sale de la piscina, corre hacia donde está el joven Orisbel Sao Gómez, salvavidas que ha venido desde Jovellanos, Matanzas, a apoyar las actividades del verano en Ciego de Ávila, y le pide que le infle, otra vez, la pelota.

“Son tremendos estos niños; no me dejan vivir, voy a tener que acoplarme un compresor, o me quedaré sin pulmones”, dice jocosamente para, un poco más en serio, añadir luego: “En verdad son un poco inquietos, pero no son malcriados; además, los padres cooperan bastante”.

Quien observe el panorama, tal vez suponga que las cuatro o cinco pelotas inflables con que los niños se divierten en el agua fueron traídas por ellos desde sus casas. Nada más alejado de la realidad. Son de Ahmed, el otro salvavidas de la piscina ubicada junto al Avión, en el Parque de la Ciudad. Él carga con ellas, cada día, para disfrute de los pequeños.

Aunque para alguien pueda parecer intrascendente, ese detalle habla del modo en que los trabajadores allí han hecho suya una instalación que se mantiene este verano en la preferencia infantil.

“El mío no quiere que lo lleve a otro lugar y yo sé muy bien por qué —afirma Mariceli Salazar, trabajadora del sector de la cultura—: este es un lugar muy tranquilo, con un buen servicio, cafetería bien abastecida, con precios módicos, no falta el helado, a veces escasean las confituras, pero sabemos que eso no depende del colectivo que aquí labora.

“Y una de las cosas que más me gusta es que todo está concebido para los niños, no se mezclan intereses de adultos con el disfrute de los pequeños. No se venden bebidas alcohólicas ni se permite su ingestión. Para eso hay otras instalaciones allá afuera.”

Ahí radican parte de las razones por las cuales Daymí Alejandro y su esposo, villaclareños de visita en Ciego de Ávila, decidieron entrar, acompañados por tres niños que, en minutos, parecen haberse convertido en pequeños delfines.

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Convertido hoy en portero, el dependiente José Antonio Sardiñas, explica lo mismo que pudiera decir Rodobaldo Valdés, quien, junto al ticket, por el precio de dos pesos, suele regalarles una bonachona sonrisa a los infantes que acceden al lugar: “Aquí se le da tratamiento al agua cada día y se hace el cambio también de forma sistemática. Hasta ahora, no hemos tenido problemas con el cloro. En eso se tiene mucho cuidado, del mismo modo que con el trabajo de los salvavidas; porque no solo es importante que las niñas y niños se diviertan, hay que garantizarles su seguridad”.

Los veo zambullirse, flotar, bracear, echarse agua unos a otros, salir, entrar otra vez, lanzarse de pie o de cabeza desde el borde de la piscina, y pienso como un padre de dos niños que comentaba: “Como en todas partes, aquí también pueden haber detalles que mejorar; por ejemplo, esas tres o cuatro sombrillas de metal, fijadas en un ese extremo de la piscina pudieran tener una lona contra el sol; pero, repito, serían solo detalles”.

Y es que padres y niños no piden lo imposible. Apenas eso: un buen servicio, oferta variada, golosinas, tranquilidad.

“Porque no todo el mundo tiene posibilidad de transporte para ir a la playa o a una instalación del campismo, mucho menos ahora con los problemas que hay de combustible, ni todo el mundo cuenta con dinero suficiente para irse a un hotel en la cayería norte”, resume Mariceli Salazar, mientras chequea, de reojo, la hora, convencida de que, por lo visto, tampoco hoy su pequeño príncipe querrá salir del agua.

Nada como un buen chapuzón en estos calurosos meses

¡Y cuidadito con portarse mal, eh!

Los niños han hecho excelente relación con los salvavidas

Esta es una de las cosas que más agradecen los padres