Un guagüero de Ciego de Ávila en Cuito Cuanavale

Diciembre de 1987. A bordo de dos helicópteros el primer grupo de cubanos se dirige, en rasante vuelo sobre vaguadas y áreas semiboscosas, hacia Cuito Cuanavale. Horas antes, ya en el aire, a bordo del avión que los trasladó de Luanda hasta Menongue, habían conocido la arriesgada misión que aguardaba por ellos en aquella apartada localidad, sobre cuya geografía Petroria descargaba todo su arsenal de muerte, para ocupar la zona, aplastar a las fuerzas angolanas… y continuar avanzando.

Cuito CuanavaleCortesía del autorPereira (abajo) junto a Campillo, a la entrada del refugio desde donde intercambiaron cientos de mensajes con Menongue, Luanda y La HabanaEntre quienes se lanzan del aparato, a unos dos metros de altura, hay un joven avileño a quien casi nadie llama por su nombre (Idalberto Pereira Moreno) sino simplemente por El Guagüero, oficio al que se había entregado en Cuba durante días, noches y madrugadas.

“¿Y a quién se le ocurrió mandar a un guagüero como clavista? –había preguntado meses atrás la voz que fue en busca de él a la unidad de tránsito, para llevarlo hacia la sede central de la Misión Militar Cubana en Angola.

La respuesta del recién llegado devino uno de esos disparos que terminan justo entre ceja y ceja: “Una Revolución como la nuestra se hace con todos y para el bien de todos”.

Y no se habló más. Ojalá haya tiempo ahora para pensar en ese detalle, o en lo perplejos que quedaron aquel día él y su “yunta”, el matancero Regino Rodriguez de Armas, viendo la rapidez con que los especialistas cifraban y descifraban mensajes recién llegados o por enviar para La Habana, o la cara del Jefe de la Misión, meses después, cuando a media noche él le llevó aquel mensaje del Comandante en Jefe, o el doble acuerdo con el propio Regino: hacia Cuito me iré yo, porque tú eres hipertenso… y aplicaremos el sistema ideado de mutuo acuerdo para mantener la vitalidad y seguir en contacto aunque yo tuviera que destruir todo el material secreto y quedar “en cero”.

Pero no hay margen para remembranzas. Desembarco aéreo y bautismo de cerrado fuego vienen juntos. Ni que nos estén mirando por un hoyito. De cabeza para un hangar abandonado.

Huecos por todas partes. Humm, en cualquier momento sale una cobra y… ¡Divino ratón! Entonces aquí no hay serpientes. ¿Y tú qué haces disparando hacia todas direcciones, contra quién? ¡Cálmate coño! El mayor logra controlarse. ¿Dónde hemos caído? Cuando se llega a un lugar alguien te espera. Aquí nadie.

Solo la guerra, acaso la muerte y esos altavoces, desde lejos, conminando a los angolanos a rendirse, “porque lo nuestro no es contra ustedes, sino contra los cubanos; sabemos que están llegando”…

Nerviosismo, incertidumbre, miedo inevitable… al carajo todo eso.

Y al diablo también el trabajo de inteligencia militar enemiga. Yo vine a transmitir y allá voy con mi primer mensaje en clave. Este no lo para nadie. Si no ¿de qué me sirven los cientos y cientos que pasé y recibí desde Luanda, mientras en los ratos libres me auto-retaba por si un día tenía que hacer referencia a nombres tan increíbles como Saditanganga de Moma, en Huige?

Cuito CuanavaleCortesía del autorEl guagüero avileño, con fragmentos de proyectiles lanzados por el enemigo el primero de enero de 1988Un premio a quien duerma esta primera noche en Cuito, oscura como boca de lobo, sin más colchón que la tierra, por mosquitero el cielo, ración una minidosis de leche condensada con galleta y agua en cantimplora…

¿Qué pintan treinta y pico de cubanos contra el ejército más poderoso del continente, en medio, por demás, del desconcierto que ese mismo ejército ha causado entre unidades angolanas que, sin escuchar antes a Cuba, se habían empeñado en lanzar una ofensiva tan inapropiada para ese teatro de operaciones como calculada a modo de cebo por el cerebro militar enemigo?

Mucho. Representan en verdad todo. La posibilidad de comenzar a levantar la moral combativa de las diezmadas tropas angolanas e ir creando aceleradamente condiciones para la inserción de refuerzos en la caldeada zona, como el Grupo Táctico encabezado por el Coronel Venancio Ávila Guerrero y otros medios dirigidos por hombres como el General Miguel Lorente León.

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Y Fidel, allí

Ciego de Ávila, febrero de 2021. Han transcurrido más de tres décadas y, con 60 años de intensa vida, Pereira deshoja momentos que le parece estar viviendo al día.

Como tantos jóvenes y no tan jóvenes de aquel tiempo, era entonces incapaz de vislumbrar el alcance histórico de combates que algunos expertos ubican como los más trascendentales del arte estratégico militar desde la segunda guerra mundial.

No muy lejos de la realidad estaban cuando cambiaron la historia de África, con la expulsión total de Pretoria en suelo angolano, la implementación de la Resolución 435 de la ONU (para la independencia de Namibia) y el fin del régimen segregacionista del Apartheid en Sudáfrica.

Pero entre todos sus recuerdos, lo que con más sano orgullo recuerda aquel humilde guagüero avileño es el privilegio de una comunicación permanente con la máxima dirección política y militar cubana. Eso es: con Fidel y Raúl. Allí no solo estaba en juego el destino de África; también el prestigio y el destino de Cuba.

“Por eso, y por un sentido elemental de humanismo y de solidaridad, Fidel no descansaba. Era como si estuviera allí, con nosotros, todo el tiempo”, afirma Pereira.

“Había que mantenerlo permanentemente al tanto de la situación. El primero de enero de 1988, por ejemplo, los sudafricanos intentaron sorprendernos. Nos tiraron con algo que explotaba a cierta altura, se fragmentaba y podía ocasionar enormes estragos en las fuerzas vivas.

Nuestro mando, encabezado por el entonces coronel Álvaro López Miera, informó, y la respuesta no se hizo esperar: se trataba de las famosas Walkirias. Desde Cuba nos enviaron todas sus características.

“Recuerdo que también se le propuso al Comandante enviar hacia la profundidad a un grupo para destruir el poderoso armamento enemigo y él aconsejó esperar. ‘Emplacen las BM-21 a distancia de tiro directo. Van a volver a tirar dentro de cuatro o cinco días, lo verán’. Y así fue. No imaginas lo que le pusimos hacia allá. Quienes luego fueron hasta el lugar dicen que ni yerba quedó.

“Fidel estaba allí, todo el tiempo. Dominaba al dedillo la situación. Estuvo en el crucial combate del 14 de febrero. ¡Vaya día! Esa tarde lloré la supuesta muerte de Ciro Gómez con sus heroicos tanquistas, hasta que, oscureciendo ya, se comunicó por fin (¡Ciro está vivo, c…, grité) mientras él pedía que lo apoyaran con preparación artillera porque venía con algunos muertos y heridos.

“Y del 25 de ese mismo mes, ¡ni hablar! El 24, Fidel había sugerido trasladar entre penumbras, en el mayor silencio, a la 25 y a la 59 Brigadas de Infantería Ligera (angolanas). Era como si supiera lo que vendría. En la madrugada el enemigo avanzó con todo lo que tenía sobre esas posiciones, ya vacías. Solo encontraron campos minados. Fue infernal para sus tanques e infantería.

“Por la mañana me subí a un punto de observación para mirar por el telémetro. Todavía volaban en pedazos. Cuando bajé podía exprimir a chorros el sudor de mi camisa. El otro golpe, demoledor y definitivo, ocurriría el 23 de marzo. Un verdadero puntillazo”.

Cuito CuanavaleCortesía del autorLuanda, una foto para matar un poco la añoranza de su querido oficio en Cuba

Una familia

“Éramos muchos (los clavistas) y al mismo tiempo uno solo. Lo que yo tiraba desde Cuito, era “empujado” por otros, al instante, de manera que estuviera cuanto antes en La Habana. ¡Dale concho, métele, que ahí va uno por la primera para Alejandro!, repetían.

“Pero no puedo dejar de mencionar a los comunicadores. Sin ellos el clavista es nada. A mí me tocó un muchachito santiaguero. Un muchachito no: ¡una verdadera bola de… valor, para no decir la palabrota que uno emplea en la guerra! Con eso te lo digo todo.

“De aquel primer grupo, los últimos en regresar fuimos Gilberto Campillo (otro clavista, habanero, que fue por si yo moría) y yo. Para entonces ya habían llegado a Cuito avileños como el cirujano José Miguel Hernández, un enfermero intensivista llamado Juan Carlos Torres, un muchacho achinado, de Falla, que era flechero…”

—Dicen que tu arribo a Luanda fue un acontecimiento, entre colegas.

—Triste porque me encargaron trasladar el cadáver de un combatiente. Y reconfortante porque mis compañeros me estaban esperando. Llegué horas antes de mi cumpleaños (28 de febrero) y, conforme a lo pactado antes de partir, nadie se había tomado ni una línea del ron que reglamentariamente recibíamos cada mes… hasta que yo volviera.

Cuito CuanavaleCortesía del autorPereira conserva documentos como este pase

—¿Curandero, además de clavista?

—Bah… yo lo que siempre fui tremendo jaranero. En situaciones así hacen mucha falta el humor, el chiste, el optimismo. Entonces yo lo mismo me hacía el que curaba un empacho que liquidaba un golondrino. ¿Cómo? Casi siempre con lo mismo que recetaba la medicina.

—Más de 30 años después de haber vuelto y rechazado ofertas ministeriales y a escala de Ejército Central, para seguir pegado a tu natal terruño de Orlando González y a Ciego de Ávila (ahora en aseguramientos de la Empresa Universal), ¿qué prefieres: el timón o las cifras?

—En tiempos normales, el timón. No dejo de soñar con él. En caso de guerra, nadie lo dude, ¡las cifras! Lo que bien se aprende no se olvida. Y mi Cuba siempre me tendrá ahí, listo para el combate.