Un Che visionario y discrepante

Precisamente en el hurgar del día a día de Ernesto Guevara puede residir el hallazgo de un gigante que lo era, incluso, en la cotidianeidad

¿Qué tanto hace falta la imagen de un Che renovado? El error de partida pudiera ser la simplificación. Creer que su ejemplaridad se reduce a la del hombre de acción, el héroe casi imperturbable ante las balas; el que, después, encabezó jornadas de trabajo voluntario cuando resultaba inadmisible la pérdida de tiempo, o el guerrillero que renunció a su condición de ministro en Cuba para marcharse hasta otras tierras del mundo a ofrecer el concurso de sus modestos esfuerzos, a sabiendas de que la muerte podía acecharlo en cualquier parte, por mencionar tres de las facetas más citadas de su agitada existencia.

En la medida en que el ser humano envejece, puede aquilatar en su justa medida que jamás termina de completarse la visión totalizadora de un semejante excepcional, de esos que Brecht calificó como imprescindibles porque luchan todos los días. Y, precisamente, en el hurgar del día a día de Ernesto Guevara puede residir el hallazgo de un gigante que lo era, incluso, en la cotidianeidad.

A esa cotidianeidad intento remitirme, a partir de lo leído en Ernesto Che Guevara. Matemática y Electrónica, un libro de la Editorial Academia que ofrece diferentes visiones acerca de su audaz relación con las ciencias exactas, y en el que sobresale el hombre de pensamiento, al que le estamos debiendo cuánto hemos dejado de hacer para estar a su altura.

Como es conocido, el Che era médico de formación, y el libro de marras revela que desde el bachillerato “nunca más he vuelto a ver eso”, en alusión a las Matemáticas.

70 𝗔𝗻𝗶𝘃𝗲𝗿𝘀𝗮𝗿𝗶𝗼 || 👨‍⚕️📜 12 de junio de 1953, el joven Ernesto Guevara se gradúa de la 𝗙𝗮𝗰𝘂𝗹𝘁𝗮𝗱 𝗱𝗲 𝗠𝗲𝗱𝗶𝗰𝗶𝗻𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮...

Posted by Centro Che Cuba on Monday, June 12, 2023

De ahí los sacrificios que decidió asumir para paliar los vacíos académicos, al punto que, desde septiembre de 1959 y hasta marzo de 1965, a pesar de sus múltiples responsabilidades, estudió Álgebra, Trigonometría, Geometría Analítica, Cálculo Infinitesimal, Cálculo Diferencial e Integral. “Al final le di los casos más típicos de las ecuaciones diferenciales. El Che llegó a conocer bien las matemáticas, un conocimiento extraordinario porque hizo en la pizarra, él solo, todos los problemas de esos libros”, cuenta Salvador Vilaseca, el profesor del argentino-cubano hasta 1965, año de su partida hacia el Congo.

En prueba de su visión de futuro, aprendió e impartió un curso de Programación Lineal a los integrantes del consejo de dirección del Ministerio de Industrias mediante un texto de Berriel, autor mexicano. “Al preguntársele (…) para qué era ese libro, respondió que la computación ya era una realidad en el mundo, que nosotros no teníamos la menor noción de eso y que era necesario y urgente aprender algunas de las herramientas relacionadas con esa disciplina”. El testimonio corresponde a Tirso Sáenz, director del Instituto Cubano del Petróleo, luego viceministro.

Pero las múltiples lecciones del alumno-profesor-dirigente que predicaba con el ejemplo aún impactan, deben conservarse en el “plan de estudios” dentro y fuera de las “aulas” de la sociedad cubana de estos días. “Las clases eran dos veces a la semana: a partir de las ocho de la mañana, los martes y los sábados. El martes, generalmente, era una hora, porque muchas veces el Che terminaba su jornada nocturna de trabajo con esas clases y después se iba a dormir un poco. Pero los sábados, lo mismo concluíamos a las 10 de la mañana que a las cuatro o cinco de la tarde, dependía del proyecto de trabajo que él tenía para ese día”, narra Vilaseca.

Entre anécdotas que evidencian su rigor en el cumplimiento del deber, selecciono para el final la valoración de Orlando Carnota Lauzán, quien fuera director de Métodos y Sistemas del Ministerio de Industrias: “Los Consejos de Dirección con el Che eran algo especial. Su recia personalidad y su autoridad, como uno de los principales protagonistas del proceso revolucionario, de ninguna manera limitaban la discusión, la discrepancia incluso con él mismo, el debate intenso y un proceso que transitaba con mucha naturalidad. La adulación, no estaba permitida (…).

“No me di cuenta de eso hasta los años posteriores en lo que he tenido que asistir a reuniones donde se busca la unanimidad y la paz entre todos los participantes. Me llevó tiempo comprender que los dos elementos básicos que explicaban ese estilo eran: la orientación a consenso como método de trabajo en colectivo y la obsesión del Che por asegurar siempre la contradicción dialéctica. Nunca vi someter a votación alguna cosa, pues los acuerdos fluían por la propia interacción”.