Antes de llegar la media noche pude realizar mi tributo; mi hijo lleva el nombre de Abel
Archivo Muchos recuerdos vienen a mi mente hoy. Veinte años atrás estaba embarazada, sabía que sería un niño y ya habíamos definido el nombre. Pero… eso cambiaría. Sentada frente al televisor como todas las mañanas, peinaba a mi hija para que asistiera a la escuela. Fue entonces que escuché a la periodista —no recuerdo su nombre— hablar de él.
Supe entonces que nació el 20 de octubre de 1927 en el pueblo Encrucijada, en la entonces provincia de Las Villas, justo cuando Rubén Martínez Villena se arrojaba por completo al activismo político y Julio Antonio Mella escribía, desde su exilio en México, en el periódico El Machete. Fue el cuarto de los cinco hijos que tuvo el matrimonio formado por el gallego Benigno Santamaría y la española, procedente de Salamanca, Joaquina Cuadrado.
El batey del central azucarero Constancia, donde su padre laboró como jefe del taller de carpintería, lo recibió siendo un niño, junto a su familia. Allí creció, cursó la primaria y hasta ganó un concurso de poesía. A los 15 años, y durante los siguientes cuatro, se desempeñó como dependiente en el centro comercial del batey, el mismo que vio purgar caña y organizar luchas sindicales azucareras al General de las Cañas, como se le llamó cariñosamente a Jesús Menéndez.
Mejorar económicamente y buscar nuevas oportunidades lo llevaron a emigrar a La Habana, capital del país. Ganó un puesto en la textilera Ariguanabo, en el municipio de Bauta, y, sin dejar de asistir a las clases nocturnas, continuó sus estudios de bachillerato. Ya en esos momentos había obtenido una plaza de contador en las oficinas de los talleres de reparaciones de la agencia de automóviles Pontiac, y entonces alquiló un apartamento en El Vedado.
Allí llevó a vivir a su hermana Haydée, a quien quería mucho. Comenzó a militar en las filas del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y, cuando se produjo el golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, condenó al régimen dictatorial. A partir de entonces, en aquel apartamento situado en 25 y O, se comenzó a discutir mucho el ideario martiano, el Manifiesto de Montecristi y los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano.
En ese propio año 1952 conoció a Fidel Castro, al participar ambos en un acto que se efectuaba en el cementerio Colón, en La Habana, para rendir homenaje al joven obrero Carlos Rodríguez, que había sido asesinado el año anterior por la policía, cuando protestaba contra el aumento del pasaje de los ómnibus en el país, y emocionado al llegar a casa dijo a su hermana: “¡Yeyé, he conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona!”.
Comienza así la amistad con el joven abogado. Poco más de un año fue suficiente para demostrar cuánto caló en Abel Santamaría Cuadrado la recia personalidad del joven que encabezaba la Generación del Centenario.
En el transcurso de los siguientes meses desempeñó un papel prominente en la organización de un grupo de jóvenes para llevar adelante la lucha contra la tiranía batistiana, que finalmente tuvo su punto más alto el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.
• Un canto sin arrepentimientos a Abel Santamaría
Fue en Santiago de Cuba, la noche del 25 de julio de 1953 —cuando se ultimaban los detalles de la proeza que harían los jóvenes de la generación del centenario—, cuando el líder de la revolución cubana trató de protegerlo enviándolo a una posición de menor peligro para, en caso de que él cayera, fuera el segundo jefe del Movimiento y quien continuara la obra.
Le dio, así, la orden de dirigirse al Hospital Saturnino Lora y apoyar desde allí el asalto al Moncada. Transcurridas las acciones, Abel se percató de que el objetivo de la toma del cuartel no se había logrado, pero sus instrucciones fueron seguir combatiendo hasta que llegara alguna orden —encargada por Fidel a Fernando Chenard (este fue apresado en el camino)—. Había que atraer la atención del enemigo hacia el hospital y dar a entender que todavía quedaban fuerzas batallando, para que el resto de los combatientes pudiera escapar.
Bajo las balas, dijo a Melba y a su querida Haydée: “Sí, hay que dar una orden: que hay que saber morir. Seguramente, todos los que estamos aquí no vamos a vivir. Debemos prepararnos para saber morir”. Las tomó por los hombros y les indicó que ellas sí debían salvarse para que pudieran contar que esa lucha, en efecto, había sucedido. La preparación recibida, posiblemente, lo llevó a pensar que el desenlace no tendría feliz final.
La propia Haydée rememoró en una entrevista que a duras penas accedió a su petición de intentar confundir a los soldados del ejército batistiano disfrazándose de enfermo, pero fue inútil, de todos modos, los atraparon y, a culatazos, los llevaron al cuartel. Algunos, como el doctor Mario Muñoz Monroy, aun con su bata de médico y sin haber empuñado un arma, nunca llegaron, fueron víctimas del odio, el ensañamiento y la impotencia de los criminales, heridos en su amor propio.
Si bien la ficha criminal lo comprometía cuando fue apresado y llevado al cuartel Moncada, sus verdugos no indagaron nunca en este expediente. Solo después, cuando ya lo habían asesinado, se percataron de quién era Abel Santamaría Cuadrado, el amoroso hermano que sabiendo el final que le esperaba, dijo: “Yeyé, piensa que después de esto es más difícil vivir que morir. Y vive, que a ti te toca vivir”.
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Busqué lo publicado sobre el juicio del Moncada y lo que dijo Fidel acerca de Abel Santamaría Cuadrado, lo calificó como el más valiente y el más recto. Grande eran el aprecio y la confianza infinita de Fidel en el hermano de Haydée, quien hoy, 20 de octubre, cumpliría 96 años.
Quedé muy impresionada y admiré profundamente tanta entrega, tanto patriotismo, tanto amor por su patria y por sus ideas. Fue entonces que me surgió la idea de rendirle homenaje de alguna forma y no lo consulté ni lo dije a nadie, pero pensé: si viene al mundo hoy, mi hijo llevará el nombre de “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes”. Y antes de llegar la media noche pude realizar mi tributo; mi hijo lleva el nombre de Abel.