Tomada de https://cubaysuhistoria.wordpress.com/Cuando en mayo de 1905 el General Máximo Gómez Báez invitó a su esposa Manana y a sus hijas Clemencia y Margarita a visitar Santiago de Cuba, no sabía que sería su último contacto con el pueblo cubano.
Gómez se había mantenido alejado de la vida pública, rechazó incluso la presidencia de la República, pero cuando conoció los propósitos del presidente Estrada Palma de prorrogarse en el poder, salió de su retiro, asistió a juntas, observó el descontento popular e intuyó que se avecinaba agitación en Cuba.
Habían mellado su delgado cuerpo de acero los duros años de guerra, las privaciones, la vida a la intemperie, las prolongadas cabalgatas y el largo peregrinar por tierras americanas. Sintió que le faltaban fuerzas y merecía un descanso al lado de su familia.
La plácida estancia en Santiago de Cuba le reafirmó que seguía siendo un ídolo, que su arraigo y ascendencia estaban intactos. Todos querían verlo y saludarlo. La gente le cerró el paso en la calle. Le estrecharon tanto su mano derecha, donde días antes se había hecho una pequeña herida, que una noche se quejó de dolor en ella. Pensó que sería pasajero y sin importancia, pero se complicó y tuvo que retornar a La Habana en un tren especial.
Diagnosticado por el doctor José Pareda, su médico de cabecera, con una pihoemia (enfermedad purulenta), comenzó a subirle la fiebre, tuvo escalofríos y empeoró; su estado llegó a la gravedad extrema y estuvo consciente del final irremediable.
El 17 de junio de 1905, el Generalísimo Máximo Gómez Báez falleció sin fortuna personal, a la edad de 69 años. Por la mañana se despidió de su esposa y de sus hijos; el general que tantas órdenes dio a lo largo de su vida, trasmitió la última: “Lo reclamo. Si estoy muerto, enterradme, caballero”, antes de caer en un letargo del que no saldría.
A las seis en punto de la tarde, el doctor Pareda emitió la noticia, que no por esperada fue menos dolorosa: “Señores, el General ha muerto”. El hombre que había desafiado la muerte en unos 235 combates sin sufrir más que dos heridas; el Napoleón de la Guerrilla, como le llamaron los ingleses; murió en su cama liquidado por la septicemia.
Una proclama del presidente de la República daba a conocer al país: “El mayor general Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador, ha muerto. No hay un solo corazón en Cuba que no se sienta herido por tan rudo golpe; la pérdida es irreparable. Toda la nación está de duelo…”. Se difunde la noticia. Cuba está de luto, el pueblo llora.
El erudito dominicano Pedro Henríquez Ureña, testigo de los hechos, escribió: “Estaba prohibido hacer música y no se oía vibrar un piano ni sonar uno de los muchos fonógrafos de La Habana. Cada media hora, durante tres días, disparaba el cañón de la fortaleza de La Cabaña; y cada hora tañían las campanas de los templos. Cerrados los teatros, las oficinas, los establecimientos, ofrecían las calles llenas de colgaduras negras y banderas enlutadas, un aspecto extraño con las multitudes que discurrían convergiendo hacia el Palacio”.
Cortejo fúnebre
Máximo Gómez Báez estuvo ligado a la tierra avileña durante las gestas libertarias en Cuba; varios de sus hijos lo respaldaron en las contiendas mambisas contra España: los hermanos Marcial de Jesús, Felipe y José Ambrosio Gómez Cardoso; el coronel Simón Reyes Hernández; doña Emilia González Echemendía, jefa de un hospital de sangre; entre otros, estuvieron bajo las órdenes del Generalísimo, principal estratega y táctico de las luchas en este territorio.
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El 6 de enero de 1875, Gómez, a la cabeza de sus tropas, cruzó la trocha fortificada de Júcaro a Morón. Al pasar frente a un fortín español, recibió una de sus dos heridas en campaña: un balazo en el cuello. La noche del 26 de mayo de 1876, mediante el protagonismo del Mayor General del Ejército Libertador, se produce el asalto a Ciego de Ávila, entrando así el territorio en las páginas de la forja de la nación cubana.
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Aquí pudo abastecerse de ropa, víveres y armas, y establecer, durante su estancia, una red de agentes tanto en la ciudad cabecera como en Morón, lo que permitió la ejecución de varias acciones.
Burló este importante enclave militar en nueve ocasiones y creó en la propia Trocha una brigada de hostigamiento para propiciar bajas a un enemigo superior a los mambises en hombres y armamentos.
Según investigaciones documentadas por el Historiador de la Ciudad de Ciego de Ávila, Ángel Cabrera Sánchez, en la manigua de Ciego de Ávila Gómez generalizó el machete como arma valiosa en la defensa de los cubanos y enseñó la táctica de la guerra de guerrillas.
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El 30 de noviembre de 1895,en los potreros de Lázaro López, en el actual municipio de Majagua, Gómez, junto con el Titán de Bronce, Antonio Maceo, conformó definitivamente el Ejército Invasor.
Tomada de https://www.granma.cu/Encuentro entre Gómez y Maceo
Fue precisamente en ese trecho de tierra avileña donde el general dominicano arengó a las fuerzas mambisas: “En estas filas que hoy veo tan nutridas, la muerte abrirá grandes claros. El enemigo es fuerte y tenaz. El día que no haya combate, será un día perdido o mal empleado. El triunfo solo puede obtenerse con el derramamiento de mucha sangre”.
Y concluía el veterano militar: “¡Soldados! Llegaremos hasta los últimos confines de Occidente, hasta donde no hay tierra española: ¡allá se dará el Ayacucho cubano!”.
Admirador sincero del Generalísimo, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz visitó República Dominicana el 20 de agosto de 1998. Para rendirle tributo viajó a Baní, cuna del prócer; allí dijo: “… Máximo Gómez…, supo convertirse en hijo insigne y entrañable del pueblo cubano por derecho ganado en su lucha por la independencia de Cuba, a la que aportó su brazo y su machete, su genio militar y su coraje, un notable talento político y un profundo pensamiento revolucionario”.
A 117 años de la muerte del Generalísimo, cualquier homenaje no será suficiente. Su vida ejemplar ilumina e inspira. De él afirmó José Martí: “Ha sabido ser grande en la guerra y digno en la paz”.