Lidia y Clodomira, valentía a toda prueba

El 17 de septiembre de 1958, Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, dos valientes cubanas, fueron asesinadas por los sicarios batistianos. Sus cuerpos los tiraron al mar en un intento por ocultar la brutalidad del crimen.

De origen humilde, las dos campesinas se habían convertido en mensajeras del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra y cumplieron importantes misiones encomendadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y Ernesto Che Guevara.

La mayor, Lidia, había nacido el 27 de agosto de 1916. Tenía un profundo sentido patriótico, el cual se puso de relieve durante el golpe de Estado de Fulgencio Batista en marzo de 1952. Por eso, luego del desembarco del yate Granma, no dudó en incorporarse, junto a su hijo Efraín, a las tropas rebeldes en San Pablo de Yao.

Che Guevara diría sobre ella: “Conocí a Lidia apenas a unos seis meses de iniciada la gesta revolucionaria. Estaba recién estrenado como comandante de la cuarta columna y bajábamos, en una incursión relámpago, a buscar víveres al pueblecito de San Pablo de Yao, cerca de Bayamo, en las estribaciones de la Sierra Maestra.

“Una de las primeras casas de la población pertenecía a una familia de panaderos. Lidia, mujer de unos 45 años, era uno de los dueños de la panadería. Desde el primer momento ella, cuyo único hijo había pertenecido a nuestra columna, se unió entusiastamente y con devoción ejemplar a los trabajos de la Revolución”.

Clodomira, mucho más joven, nació el primero de febrero de 1936. Combatiente de la lucha clandestina, se incorporó como mensajera de la Columna No. 1. En ella se destacaban su inteligencia natural y el valor para burlar a los guardias de la tiranía a fin de cumplir sus misiones.

Se cuenta que en una oportunidad “fue atrapada por el asesino Sánchez Mosquera, quien ordenó que la pelaran al rape y la encerraran. Con unos fósforos, la joven prendió fuego a unas mochilas que allí se encontraban y aprovechó la confusión reinante, para huir. Tras atravesar varios poblados, se reincorporó a las fuerzas guerrilleras”.

Tenía, al decir de Fidel, una valentía a toda prueba.

Precisamente, cumplían una misión en La Habana, cuando fueron arrestadas. Lidia había llegado primero a la capital, y el 9 de septiembre, lo hizo Clodomira, que tuvo dificultades para hospedarse.

Fue Reinaldo Cruz Romeu, segundo de Alberto Álvarez, quien le propuso que se quedara esa noche en el apartamento situado en la calle Rita, número 271 en el reparto Juanelo, San Miguel del Padrón, donde ellos se escondían. Luego de saberlo, Lidia tomó la decisión de unirse a la amiga.

Varias fueron las acciones protagonizadas por los jóvenes revolucionarios. Entre estas, el ajusticiamiento, el 29 de agosto, del confidente Leonardo Figueroa del Pino (Tuto); el 5 de septiembre realizaron el secuestro de la Virgen de Regla y el 10 de septiembre ejecutaron a Manolo Sosa (El Relojero), otro soplón de la policía.

Los esbirros batistianos desataron una gran persecución y detuvieron a dos revolucionarios. Uno de ellos, Gilberto Soliguera de la Rúa, fue asesinado, y José A. Piñón Veguilla (Popeye), desmoralizado, delató el sitio donde estaban sus compañeros.

Lidia y Clodomira fueron testigos de cómo los policías golpearon y acribillaron a balazos el 12 de septiembre a los bisoños revolucionarios Alberto Álvarez Díaz, de 21 años; Leonardo Valdés Suárez, de 23; Onelio Dampiel Rodríguez, de 22 años, y Reynaldo Cruz, de 20.

Las dos mujeres no pudieron contenerse ante tanta crueldad y se abalanzaron sobre los asesinos para impedir el crimen. Imperturbables, los hombres las arrastraron fuera del edificio y las llevaron para la 11na. Estación de Policía.

Según declararía tiempo después el cabo Caro, durante el juicio que se le hizo luego del triunfo de la Revolución, el día 13 de septiembre, Esteban Ventura mandó a buscar a Lidia y Clodomira para la 9na. Estación. “Al bajarlas al sótano que hay allí, Ariel Lima las empujó y Lidia cayó de bruces, casi no podía levantarse y entonces él le dio un palo por la cabeza saltándoseles casi los ojos al darse contra el contén (...) La más vieja, Lidia, ya no hablaba, solo se quejaba. Estaba muy mal, toda desmadejada”.

Relató que el 14 por la noche Julio Laurent (Servicio de Inteligencia Naval) llamó a Ventura y le preguntó si ya habían hablado y este le dijo: “Los animales estos le han pegado tanto para que hablaran que la mayor está sin conocimiento y la más joven tiene la boca hinchada y rota por los golpes, solo se le entienden malas palabras”.

Afirmó que Julio Laurent solicitó que se las enviara. “Y Ventura se las mandó conmigo prestadas, pues eran sus prisioneras. Fuimos en el carro de leche”.

El final estaba escrito. En la madrugada del día 15, ya casi estaban sin vida. Sin compasión, en La Puntilla, al fondo del Castillo de la Chorrera, las metieron en una lancha “y en sacos llenos de piedras las hundían en el agua y las sacaban, hasta que al no obtener tampoco resultado alguno, las dejaron caer en el mar donde desaparecieron sus cadáveres el 17 de septiembre de 1958”.

Como expresó el Che, “solo sus cuerpos han desaparecido, están durmiendo su último sueño Lidia y Clodomira, sin duda juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad”.

Y desde el mar irradia su ejemplo de valentía y fidelidad, ellas siguen siendo inspiración para las cubanas.